Cuando dudábamos sobre qué nombre darle a las
palabras que este sábado 8 de diciembre dirigiera Hugo Chávez a los suyos
-nunca al país, por la imposibilidad metafísica que parece tener para entender
que el país incluye a bastante más que a "los suyos"-, desde la
Asamblea Nacional uno de ellos, ofreció este término: arenga, que es el que
mejor cuadra con su ejecutoria esa noche.
En efecto, cuando una y otra vez revisamos lo
que allí dijo, y sobre todo cómo se dijo, no podemos menos que estar de acuerdo
con la palabrita, que según el DRAE es "un discurso pronunciado para
enardecer los ánimos". Eso era lo que buscaba, porque avizora los
problemas que su enfermedad genera entre los suyos, los de la "secta
gobernante".
Antes de la arenga vino la información, que
es de mucho interés para todos, en especial para los venezolanos, que tenemos
la suerte de que por más que se esmere el régimen por funcionar en medio de un
sigiloso proceder, que con celo guarda el secreto hasta de las absurdas
nimiedades, el hablador que es Chávez no encaja con tales intenciones. Chávez
casi que necesita echarnos el cuento hasta con los más mínimos pormenores, de
cómo fue que -¿inesperadamente?- le retornó el cáncer.
Nos reveló, incluso, la insólita noticia de
que exámenes hechos justo antes de entrar en campaña le proveyeron de una
información ("ya estaba curado") que resultó falsa; y que fue por eso
que decidió optar por un nuevo mandato presidencial. Y la noticia es
"insólita" porque nos cuesta creer que no más elegirle, el cáncer
renaciera vigoroso, si apenas un tiempo antes se había desvanecido. ¿No sería
que alguien -el paciente o los médicos que le atienden- se empeñaba en no ver
la verdad, o por lo menos sospecharla?
De allí en adelante, el enfermo no hizo otra
cosa que remachar el proceso por el cual los médicos llegaron a la conclusión
fatal: el cáncer ha vuelto y parece venir con nueva fuerza, como lo informó el
mismo paciente conversador cuando reveló que "los dolores son de
importancia y han requerido de calmantes continuos".
A partir de ese momento, la información,
diríamos que "clínica", se transformó rápidamente en arenga. En ella,
como no sorprende constatar, el paciente se transforma en el centro del
acontecer nacional... y continental. Y lo que sirve de "conexión"
entre la información clínica y la arenga es la propuesta del milagro.
En efecto, consciente de la magnitud del mal
que le aqueja y el aterrador pronóstico que lleva aparejado el cáncer que le
retoñó, el paciente acude a su creencia más básica, la que trae desde niño, y
que le empuja, no sólo a creer, sino a demandar un milagro del Cristo que
aprietan sus dedos. Porque, ¿qué otra cosa sino milagros son los que le han
traído a donde ha llegado?
Hugo Chávez no puede siquiera imaginar una
posibilidad: que ese mismo Cristo le haya traído hasta aquí, precisamente para
mostrarle a él y a quienes padecen su enloquecedor proyecto, que ese invento no
sólo no es viable, sino que es tan endeble como para que su posibilidad penda
de un hilo, el de la vida fugaz de quien lo intentó. Hugo Chávez ha sido
víctima del único enemigo que no cree en batallas ni en arengas porque sabe que
está más allá de ellas.
Es una lástima que en un momento que quizás
sea el más importante de la vida que se le escapa, Chávez no haya podido
desprenderse de su carácter de cabecilla de una secta, y dirigirse al país
entero. No sólo eso, ha reafirmado la idea que tiene del "otro país"
sin el que Venezuela no es posible: la de "enemigos de la patria",
sin caer en cuenta de que, si lo son, lo son de "su" patria, no de la
de todos.
Tampoco ve que un "milagro" impone
conversión, como la de pedir perdón por todo el mal causado, y como la de
convocar a todos, no sólo a los suyos, a librar la única batalla que importa:
la de salvar a Venezuela. Un milagro, como lo hizo saber Cristo en los
Evangelios, demanda un corazón magnánimo y no uno envanecido por las victorias
que cree suyas, ni uno olvidadizo de los que sufren, y para quienes no tuvo
siquiera un recuerdo.
Hugo Chávez vino a lo que vino, y en la
intención de esa corta estadía no incluye a quienes le adversamos, ni a quienes
le padecen y sufren por su causa. Vino a unir a su secta alrededor de su
escogido, en quien necesita poner sus esperanzas. Habrá que ver qué creen
quienes con asombro y mal disimulada disciplina le brindan su anuencia hoy,
posponiendo sus verdaderas intenciones para cuando él no esté... porque también
vino a despedirse.
antave38@yahoo.com
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