La democracia, para ser lograda
cabalmente, supone un saber que,
puesto al servicio de la voluntad de generar
--en la mayor parte posible de los miembros de la Sociedad-- una sólida conciencia que, de particular
entre pocos de ellos, se haga colectiva y capaz de orientar la conducta social
de la manera más eficaz, en el sentido de lograr la realización cierta de proyectos
y actitudes del todo social, a fin de que la gran mayoría de toda la población
alcance su propio desarrollo personal y contribuya al logro del desarrollo
colectivo.
A falta de ello, cuantos llamados de
alarma y atención hicimos abundantes pocos ciudadanos para que el país y su
dirigencia política de entonces --quizá
acostumbrados a tiempos cómodos, vividos en verdadera democracia, con errores
pero siempre perfectible como todo lo humano--
reaccionara con fuerza y conjurase la amenaza, ya manifiesta desde 1992,
que con el propósito protervo de hacer de la libertad opresión y de la
democracia espantosa tiranía, urdiera quien desde hace 14 años así gobierna a
este noble pueblo venezolano.
La Venezuela amante de paz está hoy
emplazada, por fuerza de los hechos, a defenderse con el coraje y la valentía
que le ha caracterizado desde que es Nación. Pero más allá de eso y por eso
mismo, es menester fortalecer y elevar al pueblo, cuyos integrantes sin
excepciones excluyentes, por ser personas y parte de esa realidad que es el
pueblo, son sujetos de derechos y deberes civiles y políticos.
Hay dos elementos que es menester
conocer y practicar para realizar ese indispensable propósito:
a) Lo
primero es aprender a asimilar el pasado como parte inseparable de lo que
somos, pues integra nuestra identidad y el propio ser. La realidad de que el pueblo es, como decía
Don Mario Briceño Iragorry, “parte de un
proceso que viene de atrás.”[1]
Se trata de rescatar de ese pasado todo lo que de válido y vigente tiene: valores, hechos, actitudes, propuestas y
acciones que venezolanos, en singular o en colectivo, realizaron y ejecutaron
en momentos y circunstancias precisas, sin atender a compromisos o
inclinaciones personales, sino orientados por el bien general.
b) En
segundo lugar tenemos todos que entender la indispensable necesidad de la tolerancia. En efecto, la tolerancia es
resorte amortiguador fundamental para asentar toda Sociedad y todo orden
civilizado. Es además, la tolerancia, el principal recurso para oponerlo a la negación
en un país, como el nuestro, que ha vivido siempre de negación en negación:
comenzamos por negar a España, como si tres siglos no hubiesen dejado huellas
en mentes, conciencias y espíritus de los venezolanos de entonces y del
presente. Después, la negación siempre fue de lo anterior, fuese político,
económico o social ¿No fue acaso negado el Libertador y por más de diez años
impedido que su cuerpo mortal entrase en su Patria?
Por otra parte, es en tiempos de
escepticismos, de crisis de valores y de fe, cuanto necesario es el sembrar, en
conciencias de nuestros ciudadanos, las ideas de la permanencia de los valores
y de la defensa de las convicciones. Vivimos tiempos muy difíciles; tiempos
cuando los ciudadanos tenemos la responsabilidad indeclinable de formar nuestra
gente; de ayudar a nuestro pueblo para
que se mire a sí mismo, pues “él es
historia viva que reclama voces que le faciliten su genuina expresión… Debemos
ayudarle, no a que grite, como aconsejan los demagogos, ni a que olvide sus
desgracias, como indican los conformistas del pesimismo, sino a que reflexione
sobre sí mismo, sobre su deber y su destino.”[2]
Ayudarle también a superar la subestima que le degrada y fomenta el aislamiento
y la evasión de sus responsabilidades ciudadanas. Todo esto implica, para tener
éxito en ese propósito, entender que es indispensable enseñar.
¿Enseñar qué?
Por una parte, es necesario enseñar y
hacer conocer las estructuras e instituciones de nuestra Sociedad
Nacional; la realidad que somos, sus
raíces y las proyecciones que nos pueden lanzar a un devenir de progreso y de
paz; las tendencias que existen para
eliminar lo negativo y realizar en profundidad lo positivo; nuestras urgencias;
nuestras posibilidades reales para avanzar y también nuestras imposibilidades
actuales para no proyectar sueños inalcanzables. Enseñar a aprehender nuestro ser nacional
mostrado en su totalidad. Eso todo es lo que se debe conocer para que, a partir
de tal saber, podamos actuar con acierto y no improvisar nunca más.
Tal conocimiento desterrará
definitivamente, de nuestras mentes, tópicos que se repiten y se presentan como
verdades inconcusas, pese a que carecen de validez y son inservibles pues no
tienen fundamentos: Aquello de creer que
“somos un país riquísimo”; o “tener el mejor puente del mundo”; “la mejor red
de autopistas”, o la “moneda más fuerte que existe”. También el inventar “panaceas milagrosas”,
como en el pasado relativamente reciente fueron “el pacto social” o “la
participación” que, si bien aprovechables en ciertas circunstancias, muy poco
significan como esfuerzos para profundizar
a fin de fundar realidades sobre el verdadero ser de nuestra entidad
histórica y actual. Lo peor es que, cuando fracasan unas “panaceas,” se sale a
buscar otras peores como este falso y engañoso “socialismo del siglo XXI”, que
no hace sino reproducir el cúmulo de frustraciones que siempre ha arrastrado,
en su historia, toda la vida de nuestra Nación.
Se ha hablado en el pasado y en el
presente de un “proyecto de país”; sobre ello mucho hecho hay que es realmente
valioso. Pero la clave de nuestro histórico problema de país, es el
desconocimiento de nuestro pueblo
--entendido no a lo populista o demagógico, sino como conjunto de todos
los ciudadanos-- de sus verdaderos
intereses y reales necesidades. Cualquier “proyecto de país” que no dirija a un
pueblo que sabe y no ignora sus
verdaderos intereses, está condenado a caer en el vacío como cayeron los
anteriores proyectos en 1811, 1819, 1830, 1858, 1864, 1870 … 1899 … 1945 … 1952
… 1999 …
Los principales y fundamentales
intereses.
El principal y fundamental interés es
que cada venezolano tenga conciencia de ser persona humana y sepa hacer
respetar su eminente dignidad que como tal posee.
Para saberlo, debe entender, elemental
y simplemente, qué es eso.
Por tanto, es indispensable ayudarle a
saber: esto es, enseñarle, de manera
simple y elemental, pero clara, en qué consiste esa dignidad; de dónde proviene
y para que la posee. Cada venezolano debe saber y entender que, la persona
humana que él es, no es obra de casualidad alguna o de accidente afortunado,
sino que su existencia como persona tiene una causa que es la voluntad del
Creador; de su Creador que le dio vida, y al dársela le hizo persona; al
hacerlo persona le hizo inteligente; le dio razón para pensar y actuar con una
libertad interior que le hace dueño y responsable único de todos sus propios
actos conscientes. Que le dio un conocimiento natural que le permite, aún en
sus posibles y reales pobreza e ignorancia, distinguir entre el bien y el mal;
entre lo que está bien hacer y lo que no lo está. Que ese conocimiento lo
orienta, naturalmente, hacia la realización del bien y el rechazo del mal, pero
que la libertad interior que el Creador le dio, le deja actuar según su propia
voluntad, pues sus actos no están determinados. De ellos habrá de dar respuesta
a su Creador y también a las instancias jurídicas de la tierra en la que nació,
que es su Patria, o la que libremente haya elegido para vivir.
Debe saber también que, aunque no lo crea
“por ahora”, que el Creador le dotó de un potencial inmensamente grande de
capacidades para entender; crear; analizar; juzgar; apreciar; etc., que puede
aplicar en los campos que desee del quehacer humano. Qué el Creador hizo
deliberadamente que su creación de la Tierra quedara incompleta, para que él
mismo y cada una de sus creaturas humanas participaran libremente en la tarea
que les dejó para complementar Su Creación, pero que el hombre o la mujer no
están obligados a hacerlo porque sus voluntades son libres.
Debe saber que el humano es un ser
sociable por naturaleza y no por razón de pactos o contratos algunos. Que en la Sociedad, que constituya con sus
semejantes, debe encontrar, como todos aquellos, condiciones indispensables
para poder realizar el desarrollo del potencial que todos hemos recibido al ser
creados por Dios. En esa Sociedad, todos
han de ejercer, para garantizar el desarrollo del mencionado potencial, una
libertad externa distinta a la interna también conocida como “libre albedrío”.
Pero la diferencia entre ambas libertades, la interna y la externa, es que la
primera es un regalo de Dios a todas sus creaturas humanas, mientras que la
segunda, la externa o de independencia, debe ser conquistada por las personas
en el seno de sus propias Sociedades. Por tanto, hay que saber como, a veces,
es indispensable luchar hasta lograrlo.
Inmediato a los conceptos de libertad
está el de justicia, que significa que, en las relaciones con las demás
personas, cada cual merece recibir lo que le corresponda y que, por tanto, cada
cual debe también respetar y hacer respetar la justicia respecto a él mismo y
respecto a los demás, lo que normalmente se hace ante quienes tienen la
responsabilidad otorgada para dirigir la Sociedad como gobierno. Es esa otra lucha
que hay que dar.
Todos los seres humanos somos, como
personas, esencialmente iguales en dignidad; sin embargo, existencialmente,
todos los seres humanos somos radicalmente diferentes, al punto que el fenómeno
humano que cada persona es, resulta único e irrepetible en la tierra y en el
cosmos todo y por los siglos de los siglos.
Además, hay otra forma de igualdad que es la de oportunidades, la cual
se desprende de la igualdad esencial pues, en medio de las diferencias de las
realidades individuales, existe esa igualdad y, en virtud de ella, todos los
miembros de la Sociedad poseen el derecho a que ésta les garantice la posibilidad de realizar su propio desarrollo personal cuyo
potencial reside en los dones del Creador y que debe ser alcanzado, por cada cual, de manera libre y voluntaria.
Son las anteriores algunas nociones
básicas que, con otras, constituyen la base y fundamento de los intereses de
una población, sin lo cual no tendrá capacidad para reclamar y defender sus
derechos ni cumplir sus deberes, así como tampoco podrá satisfacer las
fundamentales necesidades propias del hecho de ser humano.
Por otra parte, no se trata --como algunos dicen o pretenden-- de desterrar el discurso ideológico y
sustituirlo por “acciones eficaces” para hacer “auténtica” política, en el
entendido de que el discurso ideológico no es una monserga de disparates
inventados para, con demagogia, encantar masas ignorantes deslumbradas por el
“carisma” de algún personaje seductor; ni tampoco es el construir mitos o utopías
sobre supuestas realidades sociales, políticas o económicas que, o son
aventuras simples de la imaginación o mecanismos de engaño para lucrar con
peculados y saquear los bienes de una Nación. Es cierto, sin embargo, que el
debilitamiento de la función política, en Venezuela y en todas las latitudes del planeta, tiene mucho que ver
con la confusión y el desprestigio que, sobre tan necesaria, noble y laudable
actividad, han propiciado la demagogia, la inventiva sin metas ni fundamentos y
la carencia de sólidas bases de pensamiento de la mayor parte de aquellos que
asumen hacer política, más por calculado interés que por una verdadera vocación
de servir.
En gran parte mayoritaria de la
tierra, los pueblos están ávidos de políticas responsables, pero ignoran cuales
han de ser sus contenidos esenciales. De lo que se trata es de hacer política
sin demagogia que se abra verdaderamente a la participación de los ciudadanos,
de las sociedades intermedias y de las instituciones sociales privadas y
públicas. Acciones políticas que desarrollen diálogos serios y responsables, en
los que se pueda introducir el discurso ideológico sin pretensiones de creer
tener la verdad única en el orden contingente de lo temporal. Espacios en los
que el liderazgo asuma tareas de gobierno para realizar técnicas eficaces y
tenga el consenso que procede de respetar acuerdos y normas por todos asumidos
en función del Bien Común y no de intereses grupales o individuales.
En el presente, la verdadera
democracia tiende a ser confiscada por la práctica, de muy confuso significado,
que llaman “antipolítica,” cuya práctica parece servir sólo para liquidar el
verdadero ejercicio democrático. Pero los venezolanos no podemos permitir que
se extinga para nosotros la democracia. Contamos con un nuevo liderazgo
generacional, joven y honesto, dispuesto a luchar sin tregua para defenderla y
desarrollarla a fin de hacer, de esta Patria nuestra, una verdadera y bendita
Tierra de Gracia.
Si hay camino, si hay futuro, si
tendremos de nuevo democracia.
[1] Briceño Iragorry, Mario. “Mensaje sin Destino.” Obras Selectas. Ed.
EDIME, Madrid-Caracas, 1954, pg. 489.
[2] Idem. Pg, 520.
ppaulbello@gmail.com
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