Hace
unos años, alguien que no recuerdo ahora, decía que la primera consigna de los
revolucionarios del siglo XIX, fue “cambiar el mundo”; luego, los movimientos
políticos de los años sesentas del siglo pasado, generación a la que
pertenezco, plantearon que se trataba, mas bien, de “cambiar la vida”, y que
ahora en el siglo XXI, la mot d’ordre es “cambiar la política”.
Viene
a cuento esta referencia a causa de un artículo reciente del amigo Henry Ramos
Allup, Secretario General de Acción Democrática.
En
él, titulado “La vieja Política”, se remonta a varios siglos antes de Cristo,
para de alguna manera apuntalar su argumento cuestionador de aquellos que en
Venezuela estarían erróneamente hoy hablando o planteando una suerte de “nueva
política” o de un relevo político generacional. Tal despropósito, pareciera
decir Henry, estaría desmentido por el hecho de que la política es más vieja
que Matusalen.
Leamos
a Ramos: “la política es sumamente vieja, lo cual no significa que sea
apriorísticamente mala o buena, como tampoco lo es la cacareada ‘nueva
política’, tema tan arcano y difuso como el socialismo del siglo XXI. La
política es política a secas.”
En esta
frase se resume lo que nos quiso transmitir el dirigente adeco.
No
obstante, a mi juicio, vale la pena comentar la idea central de Ramos, sobre
todo, porque la remite a nuestra realidad política, y aquí puede uno introducir
elementos debatibles.
Ramos
afirma que algunos que utilizan el dilema vieja/nueva política en el campo
opositor, “se tragaron completa la
discursiva oficialista”, que colocaría a AD, COPEI y otros en el lado de la
vieja. Los acusa de “acomplejados e impostores que refuerzan el discurso
chavista”.
Aunque
estoy de acuerdo con la idea de que algunos se han tragado el discurso
oficialista en éste y muchos otros temas, no comparto que ella sólo contenga el
binomio vieja/nueva política en los términos en que lo hace la interpretación chavista.
El asunto tiene otras aristas y profundidades, más sugerentes y sustantivas.
Lo
que me quedó, en dos platos, del artículo en cuestión es que la política
tendría una “esencia inmutable” y que lo importante, después de todo, es su
bondad o ineficacia/inadecuación a la realidad.
Lo demás sería secundario.
Por
otro lado, señala Henry -y en esto estamos de acuerdo también- que la edad de
la personas no determina la buena o mala política, aunque, y esto lo digo yo,
siempre sea lícito preguntarse, qué se entiende por buena o mala y para quién;
sobre la base de cuáles criterios se va valorar la bondad o no de ella. ¿Es
buena porque se gana una elección? ¿O hay elementos intrínsecos de bondad en
una política determinada, a pesar de que no se gane una elección? ¿Es
necesariamente mala una política porque no se ha arribado al poder con ella en
un momento determinado?
Para
este modesto opinador está fuera de duda que hay formas viejas y nuevas de
hacer política. Independientemente de que se tengan o no canas, o de las
“esencias inmutables” de la política, hay modos de actuar en política que
notoriamente no se compadecen con los tiempos en lo tocante a valores, madurez
política de una sociedad, a sus expectativas y también a lo adjetivo.
Y
cuando digo “tiempos", no me refiero sólo a la utilización de instrumentos
tecnológicos contemporáneos, a las estrategias, a modelos organizativos
novedosos, a diseños de mensaje, entre otros asuntos, me refiero también a los
principios y valores, al modo de relacionamiento con los ciudadanos y
compañeros de partido, a la labor de pedagógica política y a los instrumentos
de decisión y participación de la gente, sin que esto signifique adscribirse a
la llamada “democracia participativa”, que en el fondo y la mayoría de las
veces es cualquier cosa menos democracia.
Ciertamente,
se es a menudo muy injusto con los partidos tradicionales, los
"viejos", por causa de las ejecutorias de algunos de sus dirigentes
en el pasado y el presente. Los partidos corren con la suerte de quienes los
dirigen mal. Los nuevos partidos y dirigencias tampoco están exentos de las
taras de los viejos liderazgos, de las viejas formas de hacer política. ¡ay,
las esencias inmutables¡
Pero
en Venezuela estamos en una competencia por el poder; de un lado, frente a la
barbarie representada por el militarismo autoritario que gobierna, y de otro,
al interior del liderazgo de la oposición democrática. Quizás ambas contiendas
en el fondo sean una. Hay en ciertos sectores de la oposición, que no en todos,
un pensamiento y modos de proceder que no son muy distintos a los del chavismo.
A mi juicio, en ambos bandos el atraso, en lo ideológico y lo práctico, es
legión. ¿Atavismos inevitables? Puede ser, pero siempre queda la esperanza del
cambio posible.
Ciertamente,
la política es vieja, como lo evoca Henry, y que lo que interesa,
pragmáticamente hablando, es si se hace o no buena política. Queda, no
obstante, por dilucidar, qué se debe entender por tal en las circunstancias
actuales de nuestro país, espacio en el que tiene lugar una lucha entre el
despotismo militarista y los que buscan preservar la libertad y la democracia,
lo que no es tema de estas líneas.
En
fin, juzgo cardinal el grave asunto de la forma de hacer política. Me atrae la
consigna de cambiar la política, repensarla en sus contenidos y formas;
obviamente, desde una perspectiva realista, no ingenua, ni candorosa. Los
intereses, las pasiones, las ansias desmedidas de poder, las maniobras y
zancadillas, siempre estarán ahí, hasta el fin de los siglos. De allí que no
nos quede otra que propiciar y estimular los contrapesos democráticos para que
el resultado último sea el “menos peor”. Suelo recordar al maestro Raymond Aron
cuando decía que la elección en política no es entre lo bueno y lo malo, sino
entre lo preferible y lo detestable. Y hasta la fecha, ésa observación parece
ser la mejor guía que he conseguido en estos asuntos.
A
pesar de las esencias inmutables y del escepticismo que nos acompaña, sigo
apostando por que es posible un modelo de liderazgo y de organización política
distintos a los amortizados que ya conocemos, y que de alguna manera nos
trajeron estos lodos en que estamos hundidos. Aspirar a una nueva forma de
hacer política no me luce tan inalcanzable ni utópico para el dirigente o
partido político que quiera trascender la medianía imperante. Digo yo.
emilio.nouel@gmail.com
@ENouelV
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