Si miramos en perspectiva el camino
transitado por el género humano desde el neolítico hasta hoy podemos comprobar
el fascinante espectáculo del desarrollo de la civilización y la complejización
de la cultura, dos fenómenos tan estrechamente ligados que no pueden ser
pensados separadamente.
Lo auspicioso para la humanidad, en
este proceso, es que ha logrado tomar conciencia de su formidable poder
creativo. La humanidad, los hombres, transforman lo que tocan, no importa ya
conocer en cuánto tiempo lo hizo éste o aquel pueblo, sociedad o Estado, pues
todos cambian, se modifican, se crean y recrean constantemente, incluso cuando
pareciera que no lo están haciendo.
Frutos de esa particular condición de
los humanos son el crecimiento de la cultura, su diversificación, su expansión
y su creciente poder de transformación y de autotransformación. Particularmente
interesantes son, para la síntesis histórica, los recorridos efectuados por el
saber científico, la configuración de las ciencias en su inacabado proceso de
especialización y de aplicación de sus resultados en la realidad, es decir, en
el proceso de transformaciones que somete a los individuos, a la naturaleza y a
la cultura a pasar por sucesivos estados, o sucesivas realidades dentro de la
realidad. Y aquí me viene a la mente la palabra infinito.
En este maravilloso proceso de
constante y aceleradísima transformación de la cultura, en términos generales,
es preciso destacar la correlativa transformación de los paisajes de la
cultura, es decir, de aquello que podríamos considerar la corporización de las
ideas recibidas, creadas y recreadas por la
humanidad a través de los tiempos. Me refiero al mundo de las
estructuras y las infraestructuras materiales, al mundo de las cosas y los
objetos, donde también aplicamos las notas de crecimiento, magnitudes,
diversidad, variación y complejidad crecientes, obvias, por lo demás, a esta altura de nuestro relato.
Pero mucho más extraordinario y
maravilloso que esa condición materializadora de ideas es el desarrollo
exponencial de la capacidad humana de creación de ideas, pues en este proceso
todo tiene que ver con todo, todo lo creado tiene relación entre si y con zonas
oscuras que están allí precisamente esperando ser exploradas. De modo que las
magnitudes de la creatividad de las ideas son inmensamente superiores que las
de sus respectivas materializaciones.
Pero si las transformaciones y la complejización
de la cultura sólo pudieran ser observadas teniendo en cuenta para ello las
variaciones de magnitudes, de diversidad, de número, de existencia y presencia
de ideas y cosas materiales bien podría
uno preguntarse hasta dónde llegará este proceso? Dicho de otro modo, ¿este
proceso es indetenible bajo ciertas condiciones? Y seguramente un silencio, más
breve o más largo según los casos, seguiría a ese interrogante.
Claro, uno bien puede pensar, con
lógica sencilla, ¿hasta cuándo?, ¿hasta dónde?, ¿podemos ser optimistas
todavía?, ¿… y si sucede algo que nunca hubiéramos creído posible?
Que no cunda el pánico, señores, nada
de Apocalipsis. Simplemente que uno puede pensar si la máquina humana, el
cerebro humano… ¡el cuerpo humano -pongámosle para dejar a todos contentos-! ¿…
No se cansará de trabajar tanto? ¿… No perderá en algún momento tan
sorprendente vigor?
Es sabido que especialmente en la
antropología más reciente se vienen investigando los crecientes contrastes
entre el gran desarrollo experimentado por ciertos campos del pensamiento
humano y el subdesarrollo y hasta involución en otros; así como también ciertas
transformaciones de la corporalidad humana no ya bajo la inspiración de viejas
tesis marxistas acerca de los efectos transformadores del colonialismo o de la
explotación industrial, de las cuales nos separan años-luz teniendo en cuenta
las fenomenales transformaciones tendenciales alcanzadas por la humanidad en
las últimas décadas.
¡Los constrastes a los que me refiero
se prometen auspiciosos para la humanidad! Lo diré sintéticamente. Hasta aquí
habíamos considerado al equipamiento corporal como si se tratara del disco
rígido de un ordenador, y las transformaciones que describimos se referían a
los contenidos simbólicos de la cultura, a los campos, los programas, ¡al
software de la condición humana!
¡Pues bien, ahora vamos a incluir al
hardware, a la máquina en si, a esa unidad bío-psico-emocional con las
potencialidades que se puede observar en las versiones y desarrollos más
avanzadas, las cuales, por fortuna, no dependen de pertenencia o adscripción a
raza, doctrina, ideología o religión alguna.
¡El hardware de los humanos actuales
también se transforma! ¡Y lo hace hacia adelante! Lo dicen cada vez más los
científicos especializados: la capacidad de autotransformación de ese
equipamiento se potencia cada vez más, por lo cual, puede que pronto resulte
exigua la capacidad descriptiva de la condición humana que posee ese mismo
término, la condición humana, dicho en singular.
Ciertamente, la humanidad marcha por
rumbos y velocidades diferenciales en el desarrollo de las potencialidades
humanas, dicho esto no con el clásico y lastimero sonsonete de la desigualdad
entre los hombres. ¡Noooo, basta de eso! ¡Dicho con el armónico y esperanzado tarareo
que prefigura una próxima gran composición artística de la humanidad toda!
¡De una humanidad que, como puede, con
avances y retrocesos, con gozos y dolores, unos más y otros menos, unos antes y
otros después va dejando atrás el lastre que le impedía caminar hacia el
horizonte!
¡Que cada vez puede llegar más lejos
con su mirada y su pensamiento porque el dolor y la inteligencia, el
sufrimiento y la buena educación presentes donde florece la libertad (a
condición de que continúe haciéndolo) le van quitando aquello que empañaba su
entendimiento y enfriaba sus corazones.
¡Y esto, inexorablemente seguirá
sucediendo!
¡En consecuencia, renacerán fueguitos en los corazones de la
humanidad y los sueños y ensueños tomarán nuevas formas!
¡Inexorablemente!
carlos@schulmaister.com
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