La
palabra comuna deriva del francés “commune” a la vez heredado del latín
medieval “communia” para hacer referencia a una división
territorial-administrativa menor y de gobierno local. Las comunas son entonces
equivalentes a las estructuras municipales de las ciudades constituidas con una
dirección gubernamental y fiscal, vector en menor escala del gobierno de la Nación.
De modo que en la historia europea, comunas hay en Francia, España e Inglaterra entre otras, pero siempre
con una connotación de territorio pequeño, el átomo de la división política y
del régimen fiscal.
Es
esa la huella de las comunas en Europa Occidental, una simple forma
organizativa democrática para que los ciudadanos se ocupen de los “asuntos
comunes” en sus Repúblicas y puedan participar y tener contacto con la
instancia primigenia del gobierno.
Otra
cosa distinta ocurre cuando el término comuna comienza a ser penetrado con
valoraciones y contenidos ideológicos y es extraído de cuajo del plano
territorial y administrativo para insertarse como engranaje capilar de la
teoría marxista y una cierta manera de entender el poder y las estructuras de
la economía.
El primer rastro de esa vertiente es posible
hallarlo en los hechos que tuvieron como punto culminante la toma de la comuna
de París en 1871 por parte del movimiento obrero francés. Resulta claro que
Marx estuvo muy atento al curso y desenlace de ese acontecimiento histórico al
que definió en sus escritos como la primera revuelta del proletariado
organizado en la historia, donde se avistaba una “forma política” que
desmontaba el régimen de la burguesía, democracia directa, gobierno proletario
y el pueblo en armas, una revolución “contra el Estado mismo”, una reabsorción
del pueblo de su propia vida social.
A
partir de allí el término comuna quedó marcado con otros contenidos y
valoraciones ideológicas, se fue rellenado con otra historia, otros
metarrelatos que ponían “en acto” un tinte revolucionario, una revuelta
proletaria contra el Estado Burgués. “Era sólo la clase obrera la que podría
formular mediante la palabra “comuna” e iniciar mediante la combatiente comuna
de París, esa nueva aspiración” (Marx). La “comuna” quedaba así investida con
un halo casi mítico, ligada a la luchas de la ideología socialista en el plano
político y hasta existencial.
Sin
embargo, Marx no pudo ver la experiencia histórica triunfal socialista en Rusia
de 1917, en la que las comunas “soviets”, a contrapelo de la utopía parisién,
significaron una nueva arquitectónica del poder, una nueva organización del
espacio (objetivo y subjetivo) de los sujetos y unas nuevas estructuras de la
producción, donde la característica relevante fue el despotismo del
Estado-partido en conjunción con economía centralizada/planificada, y
dominación total sobre el individuo.
En
China comunista, las comunas y la organización comunal son inseparables de la
“colectivización forzada del campo” y los fusilamientos en masa. Otra marca más
para esta particular forma de regimentar la producción, asegurar el dominio de
un funcionariado burocrático y regimentar hasta la vida íntima y sensorial de
los actores sociales.
En
Cuba, las comunas están imbricadas a un proceso que se resume en una economía
totalmente estatizada, prohibición a las personas para ejercer negocios
independientes, un sistema de vigilancia por cuadra desempeñado por los
llamados Comité de Defensa de la Revolución y tarjetas de racionamiento.
Esa
es la huella/rastro/marca de las comunas dejadas por el proceso histórico. Las
palabras no son “neutras”, el origen de un término puede parecer un cristal,
pero es la historia la que le llena de contenido, valoraciones, zaga
ideológica… y también de cicatrices.
En
Venezuela el régimen ha venido apurando a sus ministros para que apalanquen la
formación de “comunas”. Demás esta decir que estas comunas no se inscriben en
la mera imagen “municipal” como sugiere una visión llena de candor de algunos cuando alegan que comunas hay en
todos partes como Francia, España o Chile. A contrapelo, sostenemos sin
ambigüedades que las comunas anunciadas para el país están ubicadas en el marco
de leyes socialistas, que la estructura comunal fue derrotada en el Referéndum
Constitucional de 2007 y que el grueso de esas leyes fueron aprobadas por vía
habilitante de manera espuria, pues esos poderes legislativos eran para atender
emergencia de las lluvias en 2010. Además, no se puede obliterar el discurso
del funcionariado oficialista que ha sido explícito al señalar que van
“esbaratar” Alcaldías y Gobernaciones para avanzar hacia el Estado Comunal.
El
propio contenido de las leyes socialistas prevé
que la comuna va a ser la unidad primaria de división política constituyendo
desde la base una propuesta inconstitucional que fecunda un Estado
estructuralmente distinto al que aparece definido en la Constitución de 1999,
en evidente ruptura con el Estado liberal, representativo y de corte occidental
de la carta magna. Al propio tiempo, el proyecto de Estado comunal parece
incardinado a un modelo político de “democracia popular asamblearia” que en la
historia ha venido matrimoniado con regímenes autoritarios, despóticos y de
culto a la personalidad.
Pero,
más allá del asunto constitucional, hay que meter el escalpelo en “la función
latente” (Merton) para hurgar en la comuna como estrategia de dominación en
beneficio de un orden instrumental y monolítico que concentre el poder y evite
su “fuga” hacia polos alternativos. Si a ello se suma el contexto de prácticas
políticas de hostigamiento al sector privado y las recurrentes expropiaciones,
hay razones para pensar que la instauración de un Estado comunal pudiera
replicar formas de economía altamente centralizada en sintonía con una
“ficción” de poder popular que enmascare formas aberradas de bonapartismo.
Finalmente,
si decimos comuna es “propiedad del común” tenemos una tautología, pero si
decimos “comuna socialista” le asignamos una predicación, una categoría… y
gustaba decir Aristóteles que las categorías son “los modos del ser”.
angelferepist@gmail.com
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