Muchos que entienden la gravedad de lo que sucede, se preguntan día a día, que se debe hacer para salir de esta situación que solo ofrece un futuro peor. Tal vez sin darse cuenta, pretenden una fórmula mágica, una receta lineal, un plan de acción básico, que permita revertir este presente.
No se superan décadas de populismo y demagogia, de democracia mal entendida y de ausencia de república, con un chasquido de dedos. No se consigue recuperar la dignidad y la libertad en un abrir y cerrar de ojos, solo por desearlo con algo de fervor.
Quienes suelen ser citados como referentes de nuestra historia, esos que nos enorgullecen por aquellas luchas por la libertad, se jugaban todo. No solo arriesgaban su patrimonio, dejando de lado sus placeres cotidianos, sino también sus proyectos personales y carreras profesionales, apostando por lo que creían, inclusive hasta sus propias vidas.
Cuando aparecen los ansiosos de siempre, esos que creen que se trata solo de dar vuelta la página y votar en la próxima elección a “los otros”, o de quejarse un rato, es inevitable que vengan a la mente los nombres de las figuras que honraron la libertad, esas que sabían que se trataba de un proceso que llevaba tiempo, décadas, con avances y retrocesos, y que cabía la posibilidad de solo soñar con ese futuro, sin siquiera poder disfrutarlo.
Han sido años de destrucción institucional, deterioro moral y pérdida de valores. Algunos se acostumbraron a la sencillez que nos propone la tecnología de hoy y suponen que los problemas se arreglan apretando el botón del control remoto, como si se tratara solo de cambiar de canal.
La lucha por la libertad es compleja. En estos tiempos, mucho más aún. Pero se justifica esa lucha en si misma por el camino recorrido y la dignidad que ella implica, y no necesariamente por el resultado que se espera.
Quienes vienen ganando esta batalla, los que han conseguido, hasta ahora, imponer su relato, los que doblegan al resto, utilizando la lógica matemática aplastando a las minorías, sin respetarlas, triunfan porque trabajan en esa dirección, aprovechando al máximo las debilidades evidentes y además porque, claramente, no tienen escrúpulo alguno para lograrlo.
Los que no creen en el planteo moral de esos perversos depredadores de la sociedad, que pretenden esclavizar a casi todos para sacarle provecho cotidiano y entronizarse en el poder, deben ser sustancialmente diferentes.
Pero justamente porque dicen creer en la cultura del trabajo, del esfuerzo, del mérito que solo obtienen aquellos que se esmeran, es que no se entiende la contradicción de pretender soluciones rápidas y fáciles.
Algunos prefieren soñar casi infantilmente, con que solo es preciso reunir voluntades para terminar con décadas de despotismo y entonces el régimen caerá a sus pies. La ingenuidad de suponer que esto es simple, y que alcanza con tener ganas de que ello ocurra, explica en buena medida porque siguen ganando los mismos, y de un modo tan aplastante.
Los pilares centrales sobre los que se asienta el poder real del colectivismo contemporáneo, son muy robustos. Demasiada gente sigue afirmando que las minorías deben someterse a la voluntad de mayorías. Son todavía muchos los que entienden que una sociedad justa se logra quitándoles a unos para darles a otros. El resentimiento, la envidia, la revancha y el rencor siguen siendo moneda corriente y sentimientos absolutamente cotidianos, como para dar por superada la discusión cultural.
Si se pretende seriamente recuperar la libertad, o al menos intentarlo, si esto es producto de una meditada decisión, pues habrá que repasar con absoluta honestidad intelectual, que es lo que se está dispuesto a hacer más allá de lo que se recita a diario.
Si se está preparado para abandonar el confort que ofrece la crítica inconducente, y dar entonces la pelea prolongada, con la serenidad necesaria, con la imprescindible perseverancia y con el coraje que es un requisito ineludible, recién ahí se podrá tomar en serio esta posibilidad.
Si no se está listo para este desafío, pues será tiempo de sincerarse, porque esto parece explicar buena parte del resultado actual. No se ha llegado hasta aquí por casualidad, sino por la indolencia de muchos ciudadanos.
Los que avanzan, lo hacen dando pasos firmes, porque saben que del otro lado, muchos recitan y dicen estar prestos para dar la batalla, sin estarlo. Muchos de los que reclaman libertad no quieren aportar nada, ni tiempo, ni dinero, mucho menos exponerse públicamente para hacerlo. Se llenan la boca, pero se quedan a mitad de camino. Esgrimen abundantes excusas que explican porque no harán casi nada. Temor, miedo, falta de determinación y sobre todo escasas convicciones hablan por sí mismas.
Mientras tanto, el régimen seguirá haciendo de las suyas, y buscará dar el paso siguiente, amparado en la abulia, la cobardía, el doble discurso y el desánimo, que generan las condiciones óptimas para el siguiente zarpazo.
Tal vez Juan Bautista Alberdi tenía razón, cuando decía, ” Si queremos ser libres, seamos dignos antes de serlo. La libertad no brota de un sablazo, es el parto lento de la civilización. La libertad no es la conquista de un día “.
Quienes estén realmente listos para dar la batalla, tendrán primero que comprender que para lograr la libertad se precisa valor, perseverancia, inteligencia, pero sobre todo, dejar de lado la ansiedad. En fin, para ser libres, serenidad y determinación.
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