lunes, 29 de octubre de 2012

CARLOS SCHULMAISTER, LA ÚNICA VERDAD ES LA REALIDAD


Se cumplen treinta años desde que mis convicciones políticas e ideológicas  de origen católico, nacionalista y peronista que fui formando desde mi infancia y adolescencia entraron en un movimiento indetenible desde entonces.

Por cierto, no entró todo en crisis en el mismo momento sino que fue por etapas, gradualmente, y fragmentariamente, creyendo y descreyendo simultáneamente unos temas y otros, sobrellevando el desconcierto psicológico que me provocaban mis crecientes contradicciones intelectuales y sobre todo aquella cada vez más exigua fe de otrora en las cosas de Dios y de la Patria, con las cuales combatían en mi cerebro y en mi corazón las ansias de libertad, por un lado, y las sensaciones de culpa, los miedos ante lo desconocido y los miedos de mi mismo. Por caso, la contradicción entre el supuesto valor de la soberanía territorial al punto de ir a la guerra en su defensa y la anulación del valor real de la soberanía política, pese a los aplausos incomprensibles de mis compatriotas en el mismo escenario y en el mismo balcón de tantas mistificaciones anteriores. Esa imagen es para mi la madre de todas las batallas de liberación de mi conciencia política e ideológica.

A pesar de todo pude superar esa lucha interior toda vez que me decía que de nada valían ni servían las supuestas certezas y verdades de valor eterno (acumuladas y atesoradas desde mi juventud como llaves maestras capaces de abrir las pesadas puertas del futuro de la sociedad), si la realidad del presente -que es la puerta del futuro- las contradecía plenamente una y otra vez.

Recuerdo con tristeza las barreras representadas por la formación católico nacionalista y peronista, no sólo en mi sino en miles de jóvenes con buenas intenciones e ideales, que creíamos a pie juntillas los mitos y mistificaciones que manaban de aquellas fuentes.

Barreras de soberbia intelectual, de jactancia en la creencia de la superioridad moral del relato nacionalista católico que se remontaba hasta Dios para legitimar su supuesta verdad.

Barreras de autolimitación al conocimiento de lo distinto, de lo otro.

Reducción del mundo al bien y al mal siempre en combate respondiendo a la obligación “apostólica” de estar del lado del bien, lo cual sólo se puede lograr si se transita por “ese camino”, no por cualquiera. ¡“Sólo por ése”!

Fundamentalismo de esclavos y fariseos que claman a Dios mientras se golpean el ladrillo que hay en sus corazones. Eso es el nacionalismo católico, el peronismo y el populismo, en el mismo lodo todos revolcados, y sin que ello signifique dar pábulo aquí a la zoncera de un supuesto humanismo peronista de izquierda que ¡“ése sí”! fuera el camino correcto!

Todos son relatos y clichés brillantes pero inconsistentes, útiles para las necesidades y conveniencias de cada causa. Causa de “nosotros los buenos”, causa de facciones, de bandos, de bandas, de sectas.

¡Nunca causa de todos, nunca de la sociedad sin distinciones, nunca de la humanidad!

Lo mismo sucedía en los otros fundamentalismos del Libro (Das Kapital), ni más ni menos.

Todos, absolutamente todos, los de un lado y los del otro, fueron y son fuentes de soberbia, de odio, de desprecio al otro, al que piensa distinto. Y en ambos casos presente el mito de la guerra justa, envoltorio aberrante de la codicia, la egolatría y el deseo de poder de unos pocos vivos, a costa de  muchos tontos.

Repito, en ambos casos.

Recientemente reparé en este inusual aniversario de mi vida y lo compartí telefónicamente con un amigo, uno de los tantos que ha realizado una parábola similar a la mía respecto de la fe y la voluntad puestas al servicio de vivir y convivir en sociedad.

    ¿Habrá valido la pena? —preguntó con cierta desilusión.

    ¡Claro que sí —respondí con intención de alentarlo—. ¡Yo ahora me siento libre y dueño de mi mismo! ¿Vos no?

    Pues… no sé… —respondió —. Cuando veo en la televisión tantas caras de antaño, cuando escucho tantos discursos y aplausos emocionados de aquellos que recuerdo …me pregunto si no estaremos equivocados nosotros…

    ¡Pues yo no! —contesté enojado —. ¡Y me jacto de haber cambiado! ¡Mirá vos qué triste sería que me hubiera muerto sin haber podido descubrir la gran mentira! ¡Y peor aún, que habiéndola descubierto en mi mente y en mi corazón hubiera continuado siendo un esclavo pero ya sin dignidad!

No sin jactancia y provocación, pero con gran alegría y esperanza, dedico esta nota a todos los que de un lado y del otro de aquellas imposturas reconocieron la verdad y la mentira pero se quedaron allí, al abrigo del rescoldo…

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