lunes, 8 de octubre de 2012

CARLOS BLANCO, TIEMPO DE PALABRA, EL PAIS IMAGINABLE,

"Es posible pensar en un país para el cual el tema de la pobreza sea un desafío"
América Latina pareciera que de tiempo en tiempo está condenada a ser salvada. No es un fenómeno reciente. El general mexicano Antonio López de Santa Anna fue presidente once veces -no seguidas- y estuvo en el poder por más de 20 años. Porfirio Díaz, también mexicano, tuvo el mando más de 30 años hasta que la Revolución Mexicana lo eyectó. El general Juan Manuel de Rosas fue gobernador de Buenos Aires por más de 20 años; al asumir su segunda gubernatura dijo, refiriéndose a sus opositores: "¡Que de esa raza de monstruos no quede uno entre nosotros y que su persecución sea tan tenaz y vigorosa que sirva de terror y de espanto a los demás que puedan venir en adelante!". 

Ya se saben de las empresas salvacionistas de Juan Vicente Gómez, Juan Domingo Perón, Rafael Leonidas Trujillo, Fulgencio Batista, Marcos Pérez Jiménez, Augusto Pinochet,... y tantos otros. 

Fidel Castro, aunque dictador también, pertenece a otra cepa, no la de quienes quieren salvar sus países sino la humanidad toda; véase cómo en la etapa senil le ha dado por el catastrofismo. 

Esta vocación por la salvación, tanto de los salvadores como de los que se quieren salvar, está ligada a varios mitos y sus efectos históricos. El mito es que los militares son los realizadores de la Independencia y que como sus herederos han disfrutado de prerrogativas supraconstitucionales para salvar a los ciudadanos que a veces disfrutan más del barranco. 

Los presidentes democráticos, pese a sus actitudes racionales y encomiables afanes, son los herederos del caudillismo que llegó hasta la mitad o más del siglo XX. Todo presidente encuentra en la soledad de su despacho el fantasma autoritario de sus predecesores y algunos se contagian del virus del poder total. Este autoritarismo se encuentra con otro de raigambre marxista-leninista, que procura redimir al proletariado, aun cuando éste, presa de la ideología burguesa, rechace la redención. 

Uno de los efectos más importantes es el del eterno recomienzo. Cada líder estima que debe reescribir la historia al refundar las instituciones, que no pueden madurar porque llega alguien cuya pasión es descubrir el agua tibia. Los demócratas chilenos han dado una gran lección histórica al haber salido de Pinochet sin suprimir muchas de las instituciones existentes. Más bien casi en un par de décadas cambiaron, adaptaron, refaccionaron progresivamente, hasta que pudieron introducir cambios mayores en la Constitución. Supieron que el bien más preciado, el de la libertad, debía desarrollarse con un marco no estremecido por los sobresaltos. 

PETRÓLEO: INGREDIENTE ADICIONAL. 

Para Venezuela el petróleo ha sido una bendición maldita o una maldición bendita. La renta petrolera en manos del Estado ha generado fenómenos económicos y sociales muy peculiares. Tener las palancas del Estado es convertir a quien las controla en el Gran Dispensador. Si a la tradición autoritaria se une un tesoro público exuberante, resulta una dinámica de poder desmesurada que sólo podría ser contrarrestada por sólidas instituciones contraloras que suelen no existir. 

Asimismo, la propiedad estatal de la industria petrolera hace que no haya negocio más rentable que tratar de conectarse con el Estado y los mecanismos que la distribuyen. Esto requiere conexiones, amistades, sistemas informales de relación a los que unos tienen acceso y otros no. La búsqueda de una conexión con los mecanismos de redistribución de la renta hace que sectores empresariales y sindicales, partidos y grupos de interés, "buenos" y "malos", exijan su porción de golosinas. 

Algunas sociedades eluden este problema permitiendo la intervención del sector empresarial privado en el negocio que proporciona la renta; así, ésta no va primero al tesoro público para después ser redistribuido, sino que va a manos privadas que mediante los impuestos capacitan al Estado para cumplir sus compromisos presupuestarios. Otra forma, no contradictoria con la anterior, es incrementar la producción petrolera al doble o el triple de la actual en Venezuela, lo cual tiene efectos directos e indirectos movilizadores en toda la economía; en este caso lo más importante no es el precio sino la producción que genera demanda sobre múltiples sectores, incrementa el empleo productivo, permite más impuestos y relaciones más equilibradas entre el Estado y la sociedad. 

SIN MITOS. 

El país posible se despojaría de tantos mitos y se centraría en valores sólidos, instituciones fuertes, políticas sabias y con capacidad de apelar a todos los talentos existentes en la sociedad. En días recientes he estado en contacto con estudiantes y profesionales venezolanos, unos en el país y otros en el exterior, y es deslumbrante la masa de talento vivo que reina; es casi inimaginable. Con ellos se haría un país más rápido de lo que pudiera pensarse. Están en todos los campos y son de todas las edades, desde brillantes jóvenes que rondan los 20 años, hasta veteranos que han ingresado "a paso de perdedores" en la tercera edad. Allí existe un capital humano y social indispensable para saltar a trancos sobre limitaciones; capaz de rescatar el tiempo perdido. La comprensión de que no importan las preferencias políticas ni de otra naturaleza para que el país pueda utilizar productivamente las capacidades existentes y en formación, es esencial para la reconstrucción. 

Un elemento indispensable para tener un país vigoroso es entender que lo fundamental no son las políticas sino las instituciones desde las cuales éstas se conciben, ejecutan, controlan y evalúan: una buena política puede morir a manos de la inexperiencia, la ineficacia, la burocracia y la ineptitud institucional. La reforma del Estado era y es el desafío más importante de América Latina y su ausencia es lo que ha demorado para muchos países su entrada al siglo XXI. 

Es posible pensar en un país para el cual el tema de la pobreza sea un desafío y no una bandera electoral; capaz de entender que la pobreza no es un destino sino un sistema de relaciones que hay que cambiar y que sólo puede cambiarse con la esencial participación de los pobres, el concurso fundamental del Estado, y la atención de la sociedad, lo cual incluye al sector privado. 

Son posibles muchas metas si no se excluye a nadie; si se recurre a las energías que Venezuela ha acumulado y que están disponibles para iniciar la inmensa travesía al Primer Mundo. No sería un país exento de problemas ni de crisis, pero lo sería de esfuerzos colectivos, trabajo decente, solidario con los más desamparados. 

En los años ochenta y noventa hubo una generación, a la que pertenezco, que pensó que era posible hacer que el futuro llegara; que Venezuela se convirtiera en una sociedad contemporánea capaz de aspirar a que sus habitantes tuvieran calidad de vida, de creación cultural y de paz. Entonces no fue posible pero sigue siendo un hermoso un destino. 

www.tiempodepalabra.com 

Twitter @carlosblancog

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