viernes, 28 de septiembre de 2012

ELÍAS PINO ITURRIETA, ¿EL TIEMPO HA LLEGADO?

En realidad estamos frente a un régimen exhausto, independientemente de lo que pensemos sobre su lamentable administración de la sociedad. Es un régimen que no tiene nada que ofrecer, después de catorce años de desengaños. Es un régimen minado por la corrupción, que no combate ni para lavarse la cara de vez en cuando. Es un régimen con una sola cabeza que ha demostrado su incapacidad para arreglar problemas. 

El vaticinio no es trabajo fácil. Los riesgos de equivocación son numerosos, en especial cuando uno está metido en el revoltillo de un tiempo que le parece lamentable y del cual quiere salir a como dé lugar. Las señales que se pueden manejar sobre las alternativas de cambio, o sobre las posibilidades de permanencia de una determinada situación histórica, suelen ser engañosas. Pueden aconsejarnos la apuesta del cambio, pero también la idea de que no juguemos todas las fichas a un número que no sale sino cuando va a salir, es decir, cuando están dadas las condiciones para que la ruleta traiga la fortuna del entusiasta apostador mientras produce la bancarrota del tallador. Tal vez la comparación con un juego de azar no sea adecuada, pero es evidente que muchos factores imponderables, propios de los casinos, no dejan de influir en los entornos que buscan unas mudanzas que en ocasiones no dependen sólo de la voluntad de los actores, sino también de sus idioteces y sus fantasías. 

No se trata de cuidar las espaldas temprano frente a los enigmas del porvenir en términos generales, sino de mirar sin estridencias lo que puede suceder el 7 de octubre, cuando debamos asistir a un acto electoral que, como se ha dicho hasta la fatiga, no es una elección común y corriente. Ese día se profundiza la imposición de una forma de vida reñida con los principios democráticos, según entendemos esos principios desde los orígenes de la república, o se recobra la ruta extraviada en catorce años de ensayo dictatorial. Se vuelve a los valores de estirpe liberal que han animado los mejores tiempos de nuestra historia, o se impone de plano una autocracia cuyo dominio se ha incubado poco a poco y apenas necesita un parpadeo de la sociedad para entronizarse del todo. Pero, ¿eso lo sabemos de veras?, ¿nadie ignora que estamos ante una decisión primordial, de la cual depende la sobrevivencia de la democracia o su veloz viaje hacia el cementerio? No, por supuesto. Si se tuviera claridad frente a la encrucijada, no existiera sino un cálculo preciso sobre lo que puede suceder. Buena parte de la sociedad no advierte la situación según la venimos comentando, piensa que no pasará mayor cosa o siente que no es imperiosa la necesidad de una metamorfosis. De allí las posibilidades que tiene el continuismo, aunque no tantas como presume. De allí que no funcionen las bolas de cristal, pese a la insistencia de sus manipuladores. 

En realidad estamos frente a un régimen exhausto, independientemente de lo que pensemos sobre su lamentable administración de la sociedad. Es un régimen que no tiene nada que ofrecer, después de catorce años de desengaños. Es un régimen minado por la corrupción, que no combate ni para lavarse la cara de vez en cuando. Es un régimen con una sola cabeza que ha demostrado con creces su incapacidad para el arreglo de los problemas, pero también su ceguera ante el hastío que puede producir a los electores cuando se retoca de una juventud y de un vigor físico que no puede exhibir sin caer en el ridículo. La decrepitud del régimen y la estampa deplorable de su candidato son una misma cosa. Sin embargo, estamos ante un régimen y ante un candidato a los cuales no les faltan seguidores. Cada vez menos, según puede comprobarse del empeño de ciertas encuestadoras en inflarlos y en multiplicarlos de manera estrambótica, pero existen y votarán por el continuismo. Los cálculos que ignoren estas presencias están condenados al fracaso. 

Pero, ¿son mayoría frente a los que procuramos un cambio? La candidatura Capriles ha logrado un cúmulo de adhesiones inimaginable en la víspera. Tras la nominación de un joven luchador crecido ante las dificultades se ha despertado un ímpetu de cambio que parece incontenible, tanto en las ciudades como en los campos. La representación de una sociedad esperanzada recorre los rincones del mapa, para dejar a su paso un entusiasmo que no se percibía en el pasado reciente, ni siquiera durante el predominio de los liderazgos carismáticos de la segunda mitad del siglo XX. El trabajo de una campaña casi impecable que cada día obtiene mayores beneficios se apunta con seguridad en la letra azul de todos los inventarios. La sensación de que una generación flamante ha llegado para sacarnos del atolladero se palpa en todas partes. La analogía de esa generación con los burócratas ineptos y cansados del gobierno aumenta los dividendos electorales. El contraste del candidato de la oposición con el candidato del continuismo remite a una sensación de nacimiento de una esperanza y entierro de una pesadilla que sólo se da en situaciones excepcionales. Son las señales del nuevo tiempo anunciando su advenimiento. 

De que ese tiempo está a punto de llegar se encuentra testimonio en las zancadillas recientes del Gobierno. La distorsión del mensaje oposicionista, la falsificación de documentos para causar confusión, el regreso de la cámara escondida y el recorte de los tramos de la talanquera para el acarreo de dirigentes otrora descalificados por el Gobierno, pero ahora colocados en el trono de la santidad, parecen parapetos hechos a la carrera ante la proximidad de una tormenta arrolladora. Si el candidato del continuismo tuviera los votos que pregonan sus encuestadoras nos ahorraría estos bochornos. Por consiguiente, y pese a las prevenciones anunciadas al principio, es probable que el tiempo de las grandes transformaciones pueda comenzar en breve. 

eliaspinoitu@hotmail.com

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