Durante los
últimos 200 años se ha desarrollado un fenómeno de trascendencia inigualable;
la constitución del mundo occidental. En los laberintos de la historia habíamos
ya conocido culturas admirables como Babilonia, Persia, Egipto y la misma
China.
ENRIQUE PEÑA NIETO |
Sin embargo, en el occidente del planeta se gestaron los planos y la
construcción del mundo moderno en el cual, en estos dos siglos, se han
esculpido todas las avenidas posibles del progreso de la humanidad.
El mandato
divino de los Reyes era retado en Inglaterra en una revolución que le diera
vida al primer parlamento. Después, los enfrentamientos ideológicos entre John
Locke y Lord Fildmord alcanzarían niveles legendarios cuando una vez más
esgrimieran sus armas, el primero portando sus ideas de una ley natural
anterior al Estado que le daba vida a los derechos naturales del hombre; el
segundo insistiendo en el mandato divino de la monarquía. Los enfrentamientos
parirían la obra histórica de Locke; “Dos Tratados de Gobierno”—y la república
democrática moderna.
Sin embargo,
hay un histórico personaje que no se le ha dado la dimensión que merece en la
construcción de este mundo occidental. Hacia mediados del siglo XVIII numerosos
pensadores expresaban esa liberadora visión que en Francia se llegara a conocer
como Laissez—Faire. Robert Jacques Turgot la ponía en acción. Como Contralor
general de su país—una nación dominada por una monarquía absoluta—él daba
gigantescos pasos hacia su liberación. Hablaba de tolerancia religiosa,
libertad de expresión, libertad para comerciar, reducción drástica de los
gastos del gobierno, rechazaba el papel moneda y promovía el del patrón oro.
Turgot era un
impresionante visionario. Predijo la revolución de independencia de los EU 20
años antes de su inicio. Advirtió a los americanos la aberración de la
esclavitud y su incompatibilidad con un sistema político constitucional. Los
previno afirmando deberían de temer más una guerra civil, que a sus enemigos en
el extranjero. Declaraba que los EU sería el paño de lágrimas del mundo
convirtiéndose en el asilo de los oprimidos. Advirtió a Luis XVI el que, a
menos de que se abolieran gran parte de los impuestos, gastos del gobierno y le
diera libertad a sus súbditos, habría una revolución que le podría costar la
cabeza.
En 1761 Turgot
fue nombrado administrador de la provincia de Angomois. Los 500,000 habitantes
de la región vivían en una pobreza vergonzosa. Sin embargo, eran oprimidos con
infinidad de impuestos los cuales se ejecutaban en más de 1,600 aduanas
establecidas en todo el país, controlando el flujo de mercancías. Existía
inclusive un impuesto sobre la sal, tarifas feudales y diezmos para la iglesia.
A los paupérrimos residentes de la zona, se les permitía mantener sólo una quinta
parte de lo que producían.
Tradicionalmente
los oficiales del Rey estimaban cada año lo que requerirían para financiar sus
guerras, la burocracia, los gastos del palacio de Versalles e imprevistos, y de
esa forma establecían la cantidad de impuestos necesarios a exprimir al pueblo
que trabajaba. Turgot a pesar de ello, reducía los impuestos de su zona en
200,000 livres. Luego aboliría el trabajo forzado, una especia de esclavitud
mediante lo cual los súbditos estaban obligados a trabajar en los requerimientos
del Rey, hasta 30 días el año sin paga.
En Mayo de
1774 Luis XVI, un joven de solo 19 años, sucedía en el trono a su abuelo Luis
XV. Francia en esos momentos portaba la burocracia más grande del mundo
occidental y sus finanzas después de la guerra de los siete años con
Inglaterra, estaban comatosas. El palacio de Versalles era la gran hemorragia.
En su nómina contaba con 8 arquitectos, 50 músicos, 60 cazadores, 900 nobles
con sus familias, secretarios, mensajeros, médicos, capellanes y aproximadamente
10,000 soldados responsables de la guardia. Cada semana se celebraban por lo
menos tres banquetes, dos grandes fiestas y tres obras de teatro.
Para hacer
frente al grave problema, el novel Rey nombraba a Turgot Contralor General de
la nación. Con urgencia se daba a recortar gastos, declaraba moratoria en
impuestos, no permitió nuevos endeudamientos, y estableció como política no
evadir a los deudores vía declaración de quiebra. Para estimular la economía,
de inmediato se dio a eliminar las restricciones en el comercio interior. Un
ejemplo de tal barrabasada era el comercio de granos en el cual, por decreto
real, solo comerciantes con la bendición del Rey podían participar produciendo
así los monopolios y oligopolios celestiales.
El nuevo
Contralor se convertía en el hombre más odiado por la realeza. Aun así le
presentaba al Rey seis edictos para liberar totalmente la economía. En ellos
proponía abolir los monopolios, declaraba la libertad para que
cualquiera—incluyendo extranjeros—pudieran participar en el comercio, abolía el
trabajo forzado, despedía a los funcionarios que no permitían el libre flujo de
mercancías en puertos, eliminaba un impopular impuesto sobre el ganado y otra
serie de gravámenes. Pero tal vez el edicto más revolucionario, fue el que
liberaba el comercio del vino. En las diferentes provincias productoras de
vino, no les estaba permitido venderlo fuera de su territorio.
El joven Rey
ante las protestas de sus hermanos y consejeros, aceptaba con valentía los
edictos y en Febrero de 1776 los presentaba al Parlamento. Pero el legislativo
real compuesto de nobles, monopolistas, clérigos, abogados, se oponían
ferozmente a tal ataque a sus intereses. La propuesta de Turgot era rechazada y
el monarca, presionado por esa elite, lo cesaba. Pero este visionario al
despedirse del Rey le sentenciaba: “Recuerde su Majestad, fue debilidad lo que
hizo rodar la cabeza del Rey de Inglaterra Carlos I en las calles de Londres.”
Rechazadas las
reformas, para 1788 los gastos militares absorbían una tercera parte del
presupuesto del país y la mitad era requerida para pago de la deuda nacional.
El desesperado Rey convocaba a una Asamblea Nacional tratando de activar
algunas de las propuestas de Turgot, y confiscaba las propiedades de la
iglesia. Pero como lo había advertido el despedido funcionario, estallaba la
revolución del caos y en Enero de 1793, Luis XVI era llevado a la guillotina.
Antes de la
revolución la Monarquía era el gran enemigo de la libertad. Después el
movimiento se convirtió sistema totalitario de terror, y un Estado policíaco.
La Revolución Francesa, al igual que la mexicana, confundiría el concepto
igualdad con expropiación y pillaje, no igualdad ante la ley; libertad con
ausencia de la ley; justicia con venganza y, de la misma forma que a México, le
servía al pueblo una larga herencia de de penurias y una nueva dictadura aun
más sangrienta; la de Napoleón.
“Aclaración del autor.” Cualquier semejanza
con México, es pura coincidencia y, como es obvio, en México, por desgracia, no
tenemos guillotina. Jacques Turgot se retiraba a la vida intelectual para
hacerse gran amigo de Adam Smith, quien afirmaba lo había inspirado en su obra.
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