Por cuerda
separada, pero en una harto llamativa coincidencia en los tiempos, Uruguay y Paraguay
iniciaron los trámites para su incorporación, en carácter de observadores, a la
flamante Alianza del Pacífico, pujante asociación comercial que integran Chile,
Perú, Colombia y México.
Esta
simultaneidad, que no implica una coordinación entre las iniciativas del
presidente uruguayo, José Mujica, y de su colega paraguayo, Federico Franco,
está obviamente vinculada con la incorporación al Mercosur de Venezuela, un
país de la costa, una decisión de índole
más política que económica, pero que modifica las características estructurales
del bloque regional.
Mujica alertó
sobre la enorme significación de ese cambio cualitativo en el Mercosur. Según
el mandatario uruguayo, el bloque regional “cambió en relación a sus orígenes
en los 90”. Advirtió que “hoy tenemos una crisis institucional y tendrá que
haber cambios en el orden de la flexibilidad”.
Mujica no hizo
una afirmación extemporánea. En términos institucionales, el Mercosur está
integrado por dos elementos. El primero es una zona de libre comercio, que
permite que los países miembros puedan ingresar libremente sus productos a los
otros con arancel cero. El segundo elemento es una unión aduanera con un
arancel externo común hacia terceros países. Ambos elementos dejaron de tener
vigencia en los hechos a raíz de iniciativas asumidas por la Argentina a fines
de 2011.
En primer
lugar, las sucesivas medidas de limitación a las importaciones dispuestas
unilateralmente desde fines de 2011 por el gobierno argentino frenaron la
compra de productos de los países del Mercosur, en primer lugar de Brasil.
Además, la adopción discrecional de mayores protecciones aduaneras y la
imposición de restricciones al acceso de productos extranjeros quebraron la
uniformidad del arancel externo común.
Lo único que
queda en pie del Mercosur originario es la vinculación estratégica entre Brasil
y la Argentina, transformada profundamente por el rápido ascenso de Brasil a la
condición de actor de relevancia global y su asunción de un rol de liderazgo
regional.
LAS PRIORIDADES BRASILEÑAS
Brasil ya dejó
de tener un interés especial en los aspectos comerciales del Mercosur. Sus
ventas a la Argentina constituyen apenas el 8% del total de sus exportaciones.
Le importa sí mantener su asociación política con la Argentina por el valor
agregado que ella representa para su proyección en el escenario mundial.
Los reclamos
brasileños frente a las medidas argentinas de restricción de sus exportaciones
se circunscriben al empresariado paulista, representado por la FIESP, y a los ministerios
directamente ligados al lobby industrial. En cambio, el Palacio de Planalto e
Itamaraty optaron por la “paciencia estratégica”, un eufemismo que encubre la
prioridad del vínculo político por sobre los diferendos comerciales.
Para Brasil,
la incorporación de Venezuela al bloque regional constituye una victoria
diplomática. Itamaraty, que apuesta siempre al largo plazo, aprecia que el
régimen de Caracas está en vísperas de una etapa de transición forzosa,
derivada de la evolución de la salud de Hugo Chávez y de su condición
irremplazable en el actual sistema de poder venezolano.
Venezuela
tampoco tiene un interés prioritario en incrementar sus vínculos comerciales
bilaterales con las naciones del Mercosur. La política exterior de Caracas,
hasta ahora centrada en la construcción de la Alternativa Bolivariana para los
Pueblos (ALBA), con Ecuador, Bolivia, Cuba y Nicaragua, puede haber girado
levemente hacia el sur, pero, retórica aparte, su inserción económica tiene
como eje a Estados Unidos: el 90% de las exportaciones venezolanas son
petroleras y las tres cuartas partes de las mismas tiene su destino obvio en el
gigantesco mercado norteamericano.
LOS TERCEROS EN DISCORDIA
Históricamente,
Paraguay y Uruguay se consideraron a sí mismos como las parientes pobres del
bloque regional. En ambos casos, solían reclamar por la tendencia de Brasil y
la Argentina a imponer sus acuerdos como hechos consumados. Empresarios de
ambos países sugirieron más de una vez la necesidad de reformular la alianza o,
en caso de no lograrlo, abandonarla.
La crisis
institucional que desembocó en la destitución de Fernando Lugo y el
encumbramiento de Franco, y la posterior suspensión de la participación de
Paraguay en los órganos del Mercosur y de la Unasur, fueron un acicate para
esas tendencias rupturistas.
Las sanciones
que los gobiernos de Brasil, Argentina y Uruguay aplicaron contra Franco
incentivó el nacionalismo paraguayo. El nuevo mandatario planteó entones su
determinación de impulsar una revisión de los tratados energéticos con Brasil y
la Argentina sobre las represas hidroeléctricas de Itaipú y Yacyretá. Para
Franco, Paraguay debe dejar de exportar energía a sus vecinos para volcarla
hacia su propia industrialización.
En este
convulsionado escenario, fue que el canciller paraguayo, José Luis Fernández
Estigarribia, proclamó la intención de propiciar el ingreso de su país a la
Alianza del Pacífico “no por revancha contra el Mercosur, sino porque el
Pacífico es económico y no político”.
A su vez,
Uruguay se ve amenazado por el hecho de que la suspensión de la membresía de
Paraguay en el Mercosur y la simultánea incorporación de Venezuela acentuarán
su aislamiento dentro de esa estructura regional.
Los uruguayos
temen que en estas condiciones Montevideo puede resultar un convidado de piedra
en el juego triangular entre Brasilia, Buenos Aires y Caracas. Por esas
prevenciones, aumentadas por los litigios bilaterales con la Argentina, Mujica
señaló que “Uruguay no debe poner todos los huevos en la misma canasta”.
Todo indica
entonces que Paraguay y Uruguay coincidirían en alentar una reformulación del
Mercosur que permita a sus integrantes una mayor autonomía para negociar
acuerdos comerciales por fuera del bloque.
Si bien el
producto bruto interno el Mercosur, que asciende al 52% del producto bruto
latinoamericano, es más importante que el de la Alianza del Pacífico, que
aporta el 35% de ese total, este segundo bloque comercial tiene una superior
capacidad exportadora, ya que representa el 55% de todas las exportaciones del
subcontinente,
Dicha
superioridad nace de dos factores. El primero es el mayor grado de apertura
externa de los países de la Alianza del Pacífico. Todos ellos tienen acuerdos
de libre comercio con Estados Unidos, México, Chile y Perú también con la Unión
Europea y Chile y Perú incluso con China. El segundo factor que el Océano
Pacífico ha sustituido al Océano Atlántico como epicentro de la economía
global.
Para enfrentar
esas disparidades estructurales, Brasil acaba de poner en marcha un ambicioso
programa de inversiones en infraestructura de 65.000 millones de dólares,
orientado precisamente a mejorar los niveles de competitividad internacional de
su economía, y de autorizar la instalación en su territorio del principal banco
estatal chino, focalizado en la financiación de estos emprendimientos.
Este es un
reenvío de un mensaje de "Tábano Informa"
http://www.eltribuno.info/salta/191651-Realineamientos-en-America-del-Sur.note.aspx
tabano.informa@gmail.com
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