LA DEGRADACIÓN
La población está claramente
informada del atropello que representa el juicio que se le sigue a la juez
María Lourdes Afiuni. Desde el mismo momento cuando el presidente saliente
pidiera 30 años de cárcel para ella, por haber ordenado la liberación de Eligio
Cedeño para que el proceso en su contra continuara pero en libertad, conforme a la ley, era de esperarse
que ante la imposibilidad de complacerlo con una sentencia condenatoria,
definitivamente firme, las tortuosas prácticas del sistema judicial salieran a
relucir para privarla de libertad, sin que mediara indicio alguno, ni mucho
menos comprobación del delito imputado: haber obtenido una retribución por su
sentencia. Solo existió la sospecha del saliente que no puede entender que una
decisión que libera a un perseguido suyo pueda producirse sin que haya mediado
una compensación dineraria.
Dícese que aquel que juzga dice más de si mismo que
de aquel a quien juzga. En lenguaje popular “cada ladrón juzga por su
condición”.
Hace mucho tiempo que ese proceso contra
ella debió estarse desarrollando en libertad, como lo prescribe la ley. Pero
¿dónde están los jueces que la acordarán ante las múltiples peticiones de sus
abogados defensores, cuando ella está ahí sub-judice, precisamente por haber
sentenciado que el juicio a Eligio Cedeño debía continuar pero en libertad y
eso fue lo que causó la ira del saliente y cuando los que juzgarían a quien
acuerde la libertad de Afiuni, gritan en los actos de apertura del año judicial
“uh, ah, Chávez no se va”.
La existencia de una grave
condición de salud ha obligado a sus jueces, a riesgo de irritar más al
saliente, a ordenar que tenga la casa por cárcel dadas las condiciones
existentes en los penales sobre las cuales sería redundante hablar, cuando los
acontecimientos de Yare II hablan por sí solos.
Ocurre ahora, que la juez Afiuni va
a ser sometida a una intervención quirúrgica y la titular del Tribunal 17 de
juicio, Marilda Ríos, que conduce el proceso, vaya forma de conducirlo, en
lugar de proceder como lo dispone el artículo 11 de la Ley Orgánica del Poder
Judicial, dictar su sentencia y solicitar el concurso de la fuerza pública, lo
hace al revés. “Los efectivos militares realizaron la supervisión y notificaron
a la Juez que el Hospital de Clínicas Caracas (HCC) es seguro para proceder a
la hospitalización de Afiuni Mora”. Y todavía dicta sentencias en nombre de la
República.
EL SOBERBIO
Con frecuencia se emplea la palabra
“humilde” para referirse a las personas
de condición económica precaria; y aunque el diccionario a ese fonema le
reconoce una acepción vinculada con carencia, el nexo es con la carencia de
nobleza y no con la carencia de recursos.
El vicio de la soberbia es el apetito de querer ser preferido a los
demás, creerse más que los demás y dejarse llevar por ese deseo o creencia. Es
la antípoda de la virtud de la humildad que es la que acompaña al hombre que
reconoce su miseria, el que por esa honestidad para consigo mismo es
verdaderamente humilde.
El deseo o creencia del soberbio se
atribuye a sí mismo el origen de todos los bienes; y atribuye los males por los
que deben ser castigados a los demás, círculo en el que ingresan incluso sus
más cercanos colaboradores, cuando la necesidad de encontrar un culpable se
hace presente.
El soberbio está al margen de la
responsabilidad. Curiosamente el lenguaje lo identifica. No el que el usa, sino
el contenido en el diccionario. El soberbio señala las responsabilidades de
éste, ése y aquel aquí, allá y acullá; y él no las tiene. Es de acuerdo con el
lenguaje común un absoluto irresponsable. Elementos comprobatorios de esa
irresponsabilidad lo contienen las consignas que para ese fin se diseñan. Una
de ellas desplegada hace un tiempo en grandes pancartas “Déjenlo gobernar”, cuando
tenía no menos de diez años en ejercicio del poder. La otra, la que va de boca
en boca: “es que no sabe lo que está pasando”, cuando todo cuanto pasa, pasa
por sus manos.
Este hombre soberbio está tan
poseído de sí mismo que ahora tiene conflictos con quienes se acercan a
escuchar su voz en la campaña y se muestran insatisfechos, porque su discurso
está ajeno a la realidad que circunda a los oyentes que comienzan a
transformarse de atónitos espectadores en bulliciosos críticos; y que para
desgracia del soberbio en su mente calenturienta representan una irreverencia
al pretender señalarlo como responsable de los males que critican, cuando el
sigue siendo irresponsable, pero será el responsable de su derrota, porque la
esencia de la democracia que por no comprender quiere destruir, es que el
derecho a criticar al gobierno y a cambiarlo no es una concesión del déspota,
sino un derecho del pueblo que nadie puede arrebatarle.
EL ACUERDO
Mediante acuerdo publicado en la G. O. número 39986 del 15 de
agosto alerta la Asamblea Nacional al pueblo venezolano y al mundo sobre “los
evidentes planes de la derecha reaccionaria… para… anunciar resultados
anticipados de las elecciones… en abierto desconocimiento a la voluntad
popular… y su autoridad constitucional”. Repite lo que viene diciendo el
saliente “que la oposición declarará fraudulento el resultado que anuncie su
instrumento electoral, el CNE”. Nótese que el pecado está en “la anticipación
de resultados” que en todas partes del mundo preceden a las cifras oficiales,
menos en los regímenes seudo democráticos que usan las formas de ésta para
acabar con ella.
Es así como se descubre el
propósito del saliente, “desconocer la voluntad popular” y sustituirla por su voluntad incluso
recurriendo al fraude. Porque tanto el
saliente, como “su asamblea” saben ya
cual será el resultado y por lo tanto lo que dirá el CNE, que paradójicamente,
quizá a pesar de la función que le corresponde como “autoridad constitucional”
hasta ignora que será lo que tiene que decir. Se trata como ya lo hemos visto
muchas veces en estos catorce años de la formación de una matriz de opinión,
orientada a que sea desoído en el país y en el mundo una denuncia de fraude
“porque ya lo habíamos advertido”.
El gobierno que tiene por credo
electoral la fórmula de Castro según la cual “revolución no pierde elecciones”,
lo que significa el desconocimiento a priori de la voluntad popular, le imputa
a la oposición que va a comportarse exactamente como ellos lo hacen, es decir,
que va a adoptar su credo proclamándose ganadora y en consecuencia, va a desconocer el
resultado que proclamará su instrumento, que por supuesto tanto el saliente
como su asamblea lo conocen desde ya y por eso están seguros que les
favorecerá. Son profetas.
Resulta curioso observar este
comportamiento en el cual el denunciante, sea la asamblea o el saliente, en su
afán por construir frente a la oposición que tiene por delante una trinchera a
través de la matriz de opinión que le sirva de contención a una posible
denuncia de fraude, pone al descubierto la retaguardia, haciendo evidente que
el gobierno se sabe sin el respaldo mayoritario, pues cuando este existe no hay
denuncia de fraude que prospere.
opaezpumar@menpa.com
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