domingo, 19 de agosto de 2012

OSCAR TENREIRO DEGWITZ, ¿PESIMISMO? MIEDO A LA TRAGEDIA

Hace algo más de dos décadas muy poca gente nuestra emigraba. Y si lo hacían era por razones más bien personales, por alguna oportunidad de trabajo o asuntos familiares. Hoy el deseo de emigrar es común. Cualquier conversación termina en el tema de salir, de abrirse a los horizontes de otras partes. Y lo que es más significativo, jefes de familia que tuvieron una formación puramente venezolana que los hizo profesionales con una preparación comparable a la que hubieran recibido en el extranjero, hacen planes para que sus hijos estudien fuera y, con un empujoncito, se queden allá para el resto de sus días. Una actitud que revela muchas cosas difíciles de precisar. Desconfianza en el futuro sería la más obvia. Prejuicios sobre el país, sus recursos educativos, la posibilidad de obtener aquí una formación de calidad, sería otra. Una mirada negativa hacia lo que somos como sociedad y, como consecuencia, el deseo de abrirse a otras realidades, es una tercera. Y por último el miedo a ser una víctima más del macabro festival de muerte a manos del crimen impune en el que se ha sumergido Venezuela.
Cabe advertir que la pobreza figura muy poco entre las razones que aquí impulsan a emigrar. Por ello mismo, de las que enumeré la única que me parece enteramente válida es la última, la inspirada por el miedo a la tragedia. Todos hemos sido tocados de alguna manera por esa amenaza y nos hemos indignado ante la insistente terquedad de las altas esferas oficiales que achacan ese temor a campañas mediáticas desconociendo el impulso a favor de la violencia que caracteriza al Poder actual. Asociado a la destrucción de las instituciones y al avasallamiento del Poder Judicial.
II
Pero las tres primeras merecen una mirada más inquisitiva. La desconfianza ante el futuro, los prejuicios respecto al país y la mirada negativa sobre lo que somos, son rasgos que hasta cierto punto se han hecho tradición en América Latina. Si en algunos de nuestros países esos rasgos han ido desapareciendo, en el nuestro se han acentuado. Mucho contribuyó la erosión del juego político que desencadenó lo que hoy vivimos. En los tiempos de la Cuarta, se hacía manifiesto el estancamiento, el país daba la impresión de estar atrapado por la mediocridad y comenzó a apoderarse de mucha gente la sensación de desaliento. Que llega hoy a exacerbarse ante la criminal erosión del entramado institucional de los últimos catorce años. Una situación que nos ha sometido al dilema de identificarnos o no con lo que ocurre, con la oficialización del absurdo y la arbitrariedad ejercida desde un Poder aceptado con sumisión y entusiasmo por lo que vemos equivocadamente como una mayoría, como el grueso de la sociedad en la que vivimos. Sin percibir del todo que nuestra incomodidad es la de muchísimos, la de un enorme sector social que está semioculto por el peso de las formas dictatoriales. Y, un tanto ilusos, superficiales como tendemos a ser, no deseamos identificarnos con eso, no es lo nuestro aceptar el agobiante deterioro en los patrones de comportamiento, o la sensación de que la ciudad tiene sitios que no son para nosotros, que nos rechazan.
Optamos entonces por situarnos en el otro lado. Y el que está de este lado identifica a los otros como ajenos, como separados, extranjeros podría decirse. Y así se expresa entonces del país. Se sitúa fuera. Habla entonces de la sociedad a la que pertenece (pertenecía) en términos derogatorios. Un talante que se ha hecho común en el emigrado venezolano o en el dispuesto a serlo; hasta en el ciudadano insatisfecho. Habla de "los venezolanos", entre los que no se incluye, con un sentimiento vecino al desprecio. ¿Hablaría así un europeo, un asiático, un miembro de sociedades con fuertes tradiciones, larga historia, sentido profundo de su cultura, y sobre todo fracasos superados?
III
Para abonar a lo que digo cito, lo he hecho otras veces, lo que decía Thomas Mann (1875-1955), atrapado en los absurdos del nazismo: "Estoy más dotado para representar esas tradiciones (las tradiciones intelectuales de su nación) que para convertirme en mártir por ellas". Estando consciente de una crisis que acorralaba a los ciudadanos hasta sacrificarlos, se reconoce sin embargo como parte de una cultura que lo enaltecía. Sin sentirse responsable de lo que ocurría, era consciente de "esos terribles momentos de ofuscación que de cuando en cuando caen sobre los pueblos" como escribió Stefan Zweig (1881-1942) en su libro "Castellio contra Calvino", asediado cruelmente por la persecución nazi.
Lo que puede deducirse de esto es que cada apreciación que hagamos colocándonos juzgando a los demás como responsables de un estado de cosas negativo en la sociedad de la cual formamos parte, inevitablemente nos incluye. Verlo como si los vicios y las desviaciones fueran responsabilidad de los otros es repetir la letanía que ha sido típica de los que contribuyen a sostener la dictadura que estamos soportando. Con Thomas Mann estamos obligados a decir que somos parte de esa desviación aunque no seamos responsables de ella. Los acontecimientos negativos del mundo en el que vivimos de algún modo nos incluyen. Somos parte de ello, aunque nos situemos en oposición a lo que ocurre.
Y si vemos las cosas así, entregarse al pesimismo es negarse a sí mismo. No corresponde ser pesimista ante el destino de la sociedad de la que formamos parte. Vamos con ella, para bien o para mal y lo que nos corresponde es simplemente luchar por lo que creemos.
Esa lucha puede darse en un escenario ajeno a nuestra sensibilidad. Porque en una sociedad como la nuestra, en formación y marcada por un mestizaje aún por asimilar es difícil predecir la dirección que tomarán las cosas. Pero no hay otro remedio que intentarla.
De nuevo la Medusa dibujada por Le Corbusier, expresión arquetipal del mundo psíquico.
edgardo.tenreiro@gmail.com

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