“Una existencia sentida como injustamente
inferior, trágica, sin salida, termina creando una conciencia que puede ser en
todo o en parte y, a veces, grandiosa, racionalización del resentimiento” Manuel
García-Pelayo
¿Cómo pasamos
de una sociedad de gente “buena nota” a convertirnos en una pila de resentidos?
Comencé a leer
sobre el resentimiento hace algunos años para tratar de entender mejor el
material del que, como sociedad, estábamos hechos, porque aunque lo que voy a
decir no tenga una acogida muy popular, tenemos que asumir, de una vez por
todas, que esa pretendida tolerancia, ese don de gente que nos caracterizaba a
los venezolanos, tenía como telón de fondo rasgos de clasismo, racismo y
resentimiento que se han exacerbado en las dos últimas décadas. Y no se
imaginan como me encantaría decir que se trata de algo que sucede a una parte y
no a la mayoría de los venezolanos, pero no puedo, porque de alguna manera y
con diversas intensidades, todos tenemos un poco de ello. Creo que es una
especie de enfermedad social que padecemos y que reconocerla, aunque nos
resulte incómodo, es un paso necesario para poder superarla.
Comenta
García-Pelayo(1), que el resentimiento se produce cuando media un acto ofensivo
y humillante reiterado ante el cual siempre se inhiben las respuestas o, más
allá de un estímulo de esa naturaleza, cuando se siente impotencia para ser de
determinada manera o para poseer ciertos valores que se estiman. El acto
ofensivo reiterado, o la comparación con otros, producen la necesidad de
expresar una emoción, o en su defecto, un impulso de venganza que en ninguno de
los dos casos se puede satisfacer por la conciencia de la propia impotencia que
termina frenando o inhibiendo la reacción.(2)
Estímulo-reacción
interna-impotencia-resentimiento o comparación-reacción
interna-impotencia-resentimiento, son dos cadenas de eventos que pueden
originar resentimiento como actitud psíquica.
Así es que, si
le echamos un vistazo a nuestra historia contemporánea, podemos encontrar, con
creces, causas para padecerla, comenzando por la marcada desigualdad y
exclusión social que maceramos por décadas y que nos batió en la cara su
existencia, de manera contundente, por primera vez, en 1989 el denominado
“caracazo”.
Pero, aunque
comienzo preguntándome cómo fue que nos convertimos, no es el propósito de
estas líneas responder a ello, entre otras cosas porque sería muy extenso y
pretencioso hacer aquí una “antología” de causas y razones -para tener una
visión al respecto, les sugiero revisar “El libro rojo del resentimiento”
escrito por la querida Ruth Capriles y publicado por el Grupo Editorial Random
House en el 2008.
No es el cómo
llegamos, es precisamente que llegamos, lo que aquí quiero resaltar.
En el fondo de
todo resentimiento, hay una relación desigual con el otro, se sobrestima su
poder, se subestima o simplemente se desconoce; nos sentimos impotentes, nos
creemos mejores o peores que el que es diferente.
En situaciones
como la nuestra, cuando los efectos del resentimiento nos han escindido
socialmente, podemos pasar de una situación a la contraria con facilidad,
podemos ser las víctimas de los reiterados actos ofensivos y al momento, ser
quien los causa, así sea de forma aparente. De hecho, dice Scheler que cuando
el sentimiento de venganza se afianza, se comienzan a buscar “intensiones
ofensivas en todos los actos y manifestaciones posibles de los demás”, esta
búsqueda desesperada de razones se expresa en una exagerada susceptibilidad,
pero también en una tendencia al autoengaño, al identificar intenciones
ofensivas donde no existen, es decir, se comienza a suponer siempre sobre las
intenciones y las acciones de los demás. Es la hora de los fantasmas que nos
impiden ver al otro como es, valorar en justa medida sus acciones y entrar en
un franco diálogo constructivo.
Sin darnos
cuenta, o sin querer asumirlo, en el afán de hacernos visibles ante el otro,
estamos alimentando una idea de inclusión basada en su desconocimiento, en
abrir un espacio para expresarnos y para poner nuestros sueños sobre la mesa,
en contraposición a la expresión y los sueños del otro, cerrando, en
consecuencia, su espacio y poniendo de lado sus sueños.
¿Cuántos de
nosotros, opositores u oficialistas, pensamos que el otro, el que piensa
diferente, es sincero en sus planteamientos y puede tener argumentos válidos y
de peso? ¿Cuántos nos interesamos por conocer el sueño de país de los otros y
estamos dispuestos a poner de lado parte de nuestro sueño para poder construir
uno en conjunto con ellos? ¿Cuántos de los que se autodenominan ni-ni están
desencantados porque ninguno los convence o “representa” sus sueños, en lugar
de sentarse con los otros a identificar coincidencias que sirvan de punto de
partida para una construcción del sueño posible entre todos? Esto sin entrar en
las descalificaciones y menosprecios, hechos de forma pública o en la
intimidad, que definen nuestra apreciación sobre el otro y que en muchos casos
cuestionan hasta su derecho a participar en la toma de decisiones política como
si el grado de instrucción o la extracción socioeconómica, de todos los signos,
los invalidara, por alguna razón, como ciudadanos.
¿Y es que
todavía no hemos aprendido que la pretensión de inclusión desde el
resentimiento sólo conduce a una mayor exclusión?
La
coexistencia del afianzamiento de la identidad y el reconocimiento del otro, de
la unidad y la diversidad están en la esencia de la cultura democrática que, al
decir de Touraine, se forma a partir de un debate entre elementos que no pueden
prescindir el uno del otro. Es por eso que “la cultura democrática no puede
existir sin una reconstrucción del espacio político y sin un retorno al debate
político”(3). En ese retorno al debate político no podemos apuntalar sólo las
diferencias o las coincidencias, porque ambas nos definen, ya que nos definimos
en relación con el otro, y la unidad sólo es posible a partir del
reconocimiento y de la asimilación de la diversidad, el reconocimiento de los elementos
que nos hacen peculiares, que determinan nuestra identidad y que dialogan con
la aceptación y la relación con la identidad del otro. De ello depende que no
estemos condenados a luchar por imponernos los unos a los otros, a re-editar
mecanismos de exclusión, a re-crear causas y convertir en nuestro sino al
resentimiento.
___
(1) En sus notas introductorias al texto de
Scheler sobre el resentimiento
(2)
Max Scheler en su texto “Sobre el Resentimiento”, publicado por la
Fundación Manuel García-Pelayo en la Colección “Cuadernos de la Fundación”
(Número 9, Caracas, 2004)
(3) Alain Touraine
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