jueves, 9 de agosto de 2012

CARLOS SCHULMAISTER, RESENTIMIENTO NO ES REBELDÍA

El resentido siente odio, ira y desprecio hacia quienes culpa por su resentimiento. Desea vengarse pero no se atreve a hacerlo y fantasea con que otros lo hagan por él, para lo cual no trepida en inducirlos a la acción. Lo cual prueba su cobardía.
Su resentimiento puede remontarse al pasado, por la consideración de ofensas a sus mayores, reales, exageradas o imaginadas, convertidas en excusas de redención post mortem para esconder la insatisfacción con su propio estatus. Otras veces mira hacia adelante, disfrazando sus responsabilidades incumplidas con sus descendientes bajo la socorrida culpabilidad del sistema. En todos los casos encubre su narcisismo y su propia sed de venganza en el torbellino de las reivindicaciones colectivas, lo cual le da un sentido moral a su propio egoísmo por gracia del recurso a la redención social que habrá de venir. A la cual él contribuye quejándose todo el tiempo, acusando, buscando culpables nuevos cada día, pero sin aportar nada que signifique una entrega desinteresada, convertido en un mezquino y egoísta crónico.
El resentido se autovictimiza por sistema, se siente incomprendido y perseguido, y no entiende por qué, siendo que él es incapaz de hacerle mal a nadie. Siempre está molesto y no puede olvidar lo que considera la ofensa o el agravio causado por tal o cual persona o clase social.
Sus agravios siempre están sobredimensionados cuando no son fantaseados como mecanismo compensatorio de sus carencias. Así, no puede ser feliz con nada, pues nada le alcanza. Siempre está a la defensiva: primero ve lo malo y lo malo le impide ver lo bueno que también existe. Por eso, el resentido no vive sino que dura, va muriendo en lugar de ir viviendo. Nunca se relaja, siempre está rumiando el rencor que le provoca su insatisfacción, y la amargura permanente es su inexorable respuesta a la vida.
Es un trágico permanente: todo es a todo o nada, sin términos medios, pero cuando dice que le interesa la justicia social, lo que primera e íntimamente le interesa es hacerse justicia a sí mismo. Es narcisista, pero recubre su condición con falsa modestia: maquillado de humilde referencia todo lo existente en sí mismo. Es envidioso, maledicente, chusma, tira la piedra pero esconde la mano. Recela permanentemente de todo y a todo le tiene ojeriza. Siendo un permanente intrigante busca embarcar a otros en su resentimiento procurando que lleguen a situaciones rupturistas y violentas, y cuando ya son varios los resentidos entonces él se mete y hace lo suyo y luego se justifica con la tesis del estallido popular y goza provocando daños y destrucción. Más tarde, a esos desempeños los llamará justicia popular.
Todas las personas normalmente experimentan algún tipo de resentimiento en la vida, con mayor o menor agudeza, y la mayoría de ellas logra superarlos. Pero cuando el resentimiento es crónico se vuelve enfermedad y para ella, dicen, sólo hay tres formas de curación: la venganza, el olvido y el perdón.
La venganza puede consistir en inferir un daño a otro u otros a quienes se culpabiliza de los propios agravios. Esto se ve cada vez más en las calles y en la vida social toda, y los análisis a la moda, además de explicar las causas del fenómeno tienden a justificarlo.
También puede adoptar la forma de la revancha individual a través de las gratificaciones y la satisfacción ilimitada; venganza ejercida no contra alguien concreto sino contra la vida misma, sentida como injusta en sí misma. Esta es la reacción menos peligrosa, pues se circunscribe a un sujeto que generalmente tiene un alto grado de resignación. Como cura, entonces, la venganza deja mucho que desear pues en el primer caso daña y genera nuevos resentimientos en otros, y en el segundo mata suavemente al propio resentido. Normalmente el olvido se produce por el paso del tiempo y la diversidad de experiencias de la vida, sin que nadie necesite acordarse de olvidar.
En cambio, en el resentido el olvido es más difícil que en cualquier otra persona, pues él no se olvida de recordar, o mejor aún, de renovar la vigencia de las ofensas recibidas. Y ello es más peligroso todavía cuando tal estado psicológico y moral se extiende a colectivos, clases o estamentos sociales, pues a los riesgos de determinaciones tomadas irreflexiva y espontáneamente, catárticamente y sin propuestas de solución, se le suma el peligro de su manipulación por partidos políticos que recubren su exigua representatividad induciéndolos al odio como factor revolucionario para la lucha social y a su conversión en soldados del ejército de los resentidos a los que, más tarde o más temprano, les aguarda la muerte violenta.
Por tanto, el olvido es prácticamente imposible. Finalmente, el perdón. La misericordia y el perdón son propias de los débiles, decía el anunciador del Superhombre. Y los resentidos de izquierda y derecha coincidieron con él y actuaron en consecuencia. Y lo siguen haciendo. Sin embargo, muchas, muchísimas personas anónimas han creído y creen que la verdad es lo contrario de aquella nefasta idea y que lo más fácil es la venganza, la reacción airada y el odio, mientras que el perdón es propio de las almas grandes, de los espíritus generosos y sin obsesiones provocadas por la soberbia o el orgullo.
Que la única cura es la justicia, vociferan algunos. No es cierto. La justicia no vuelve las cosas al estado anterior al daño. Podrá aliviar culpas, pero no borra las manchas del alma.
carlos@schulmaister.com

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