De acuerdo al Índice Global de
Innovación 2012 de la Organización Mundial de Propiedad Intelectual, Venezuela
ocupa el primer lugar de la cola para arriba entre todos los países de
América Latina; muy por debajo de otras naciones de menor desarrollo económico
de la región como Nicaragua, Bolivia y Honduras. A nivel del planeta, de un total
de 141 países, andamos en la posición 118, superando sólo a algunas de las
naciones africanas y asiáticas más pobres del globo con un desempeño menor que
el que estamos mostrando.
Desde ese puesto en el escalafón de la
capacidad de desempeño tecnológico, Hugo Rafael Chávez Frías propone el 7 de
octubre darle el empujón definitivo a su tarea mesiánica de salvar a la
humanidad con base en los frutos del trabajo intelectual de revolucionarios
tecnólogos bolivarianos, devotos de propulsar sensaciones antes de generar
resultados tangibles.
Y allí está el meollo del asunto. En la
medida que conservar es el mejor antónimo de "innovar", nuestro
sistema de ciencia y tecnología no parece ser el más indicado para producir
desarrollos tecnológicos que mejoren la calidad de vida de nadie ni de
nosotros ni de otros. Nuestro pobrísimo desempeño hoy en día en los dominios de
la creación de conocimiento o la innovación es la inevitable consecuencia de
políticas erradas en ciencia, tecnología y educación superior de los últimos 14
años. No es el fruto de políticas imperiales en contra nuestra ni el de
acciones malintencionadas de entes comerciales foráneos o de aparatos de
inteligencia adversos. Es el resultado de la extrema bruteza, revanchismo,
sectarismo y exclusión de unos ignorantes que decidieron gobernarnos bajo los
preceptos de un posmodernismo cocinado en el más puro parrioquialismo salpicado
de un clientelismo político aderezado con realazos a granel. Ello en vez del
método científico, la formación y los conocimientos, los méritos profesionales
o la asignación de recursos mediante evaluación de pares.
En 14 años el país ha perdido buena parte
de su capital humano para ciencia, tecnología e innovación. Los principales
laboratorios de universidades e institutos de investigación se encuentran
obsoletos y fuera de uso mientras que las unidades de innovación y desarrollo
tecnológico de las empresas de Estado y de los más importantes conglomerados
industriales del sector privado, se encuentran reducidos a nada. Basta
preguntar qué hay de la producción de patentes en el país para comprobar lo
acertado del juicio de la Organización Mundial de Propiedad Intelectual.
Afortunadamente, el 7 de octubre el país
tiene la oportunidad de detener esa debacle intelectual que ha sido la
destrucción de nuestro estamento creador de conocimiento mediante la elección
de Henrique Capriles Radonski. Los que hacemos ciencia y tecnología aquí
vislumbramos un camino para regresar a la senda de cultivar el intelecto.
conciencia.talcual@gmail.com
@jaimerequena
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