El 7 de octubre, aunque corten la electricidad, pondremos los focos para el retrato de una nueva nación.
El desarrollo es un pariente muy lejano del crecimiento. Este último puede ocurrir por razones fortuitas; el primero en cambio es producto de acertadas decisiones y de mucho trabajo. Así es posible que haya buenas cifras de crecimiento de un país y sin embargo sentir que ello no arrienda beneficios para las grandes mayorías, que ven a quienes manejan los hilos del poder vivir a sus anchas mientras el pueblo pasa penurias. Venezuela es un perfecto ejemplo. Nuestra economía, en esos números que a los ciudadanos ni nos mojan ni nos empapan, refleja un PIB en aumento (promedio más o menos un 3.8% en la última década). Mas no el desarrollo. Entonces, ¿quién se comió el queso?
Los politiqueros, apoyados en informes barnizados, cacarean en lo que a ese crecimiento se refiere, pero mienten cuando el debate es sobre traducción de esos fabulosos números en una igualmente fabulosa mejora de la calidad de vida de los ciudadanos. Caen en contradicciones cuando la situación exige justificación de decisiones. Es el caso del último despropósito de Jaua cuando declara que las leyes recientemente aprobadas bajo el cobijo de la Ley Habilitante tienen como objeto "que el pueblo salga de la miseria". Poco temeroso del pecado y del ridículo, Jaua olvida que el gobierno tiene 14 años en el poder, que su jefe grita a los vientos que aquí sólo queda uno que otro pobre y que las cifras oficiales descartan la existencia de miseria en el país. El problema de la mentira es que tiene patas cortas, también vida propia y tiende a la reproducción.
Pero el país del crecimiento económico, producto de una bonanza petrolera tras la cual no hay mérito sino golpe de suerte, ese país que el gobierno quiere para retrato, no se parece en nada a la realidad. La verdad, libre de maquillaje, revela una nación sumergida en subdesarrollo y asfixiada por un gobierno que, luego de robarse el santo y la limosna, quiere también robarnos el futuro y la esperanza. Sólo un detalle: las luces se han encendido para iluminar el nacimiento de un amor, el amor propio, que no es otra cosa que el respeto y el aprecio que alguien, en este caso el país, siente por sí mismo y con el cual se logra distinguir entre barbáricos y progresistas. El 7 de octubre, aunque corten la electricidad, pondremos los focos para el retrato de una nueva nación.
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