La apoteosis del villanaje nacional tiene ya su cosecha próspera en toda la sociedad
No solo se miente sin decoro en
estos tiempos de revolución. Además del uso procaz del engaño y la mendacidad,
"el proceso" ha renunciado a todas las majestades con que el poder
suele ornamentarse, buscando probar que es el pueblo quien ejerce el mando. En
ese afán, las autoridades bolivarianas renunciaron a hacer de su conducta un
catecismo ejemplarizante y se han asimilado al estilo perdulario con que ellas
identifican a la gente más llana. La hipocresía que barniza su relación con las
masas, no solo envuelve las falsedades de una pobre obra de gobierno inflada
por los fuegos artificiales de la propaganda oficialista. En ella cuenta
también la escenificación teatral de los caporales socialistas, que -con impecable
histrionismo- simulan ser parte del lumpen, apelando a los diccionarios de la
obscenidad y la insolencia.
Antes de que la iniquidad se
convirtiera en moneda de uso corriente, los voceros revolucionarios proclamaron
con altavoces el fin de los dobleces en el manejo de los asuntos públicos. Por
entonces, y haciendo de cronista del naciente proyecto bolivariano, José
Vicente Rangel encomiaba la abolición de las solemnidades del poder, al que
había ascendido, según solía decir, una clase política despojada de faroles y
postines. Pero lo que anunciaban los carteles iluminados del
"proceso" era en realidad la proscripción de los escrúpulos y la
aclamación de la rapacería, cuyas variadas manifestaciones conformarían más
tarde los ceremoniales de una revolución transgresora que sublima las fachadas
más sórdidas de la política. Fue así como se impuso el lenguaje torvo y
pendenciero con que el poder se desnudó ante los ojos del país, que hoy luce
habituado a la exhibición morbosa de sus intimidades más repulsivas.
Arquetipo de un estilo
licencioso que terminó entronizándose en los quehaceres del poder, el
"proceso" bolivariano no solo degradó la actividad y el discurso
político doméstico: la apoteosis del villanaje nacional tiene ya su cosecha
próspera en toda la sociedad, una parte de la cual se conduce como si estuviera
adoctrinada, no con las ideas del mentado socialismo bolivariano, sino con los
ademanes toscos con que sus inspiradores han contaminado el carácter y la
naturaleza del país. Tal vez es esa la clave de la profunda violencia que nos
amenaza a diario y que abarca una lapidaria división originada en el
bandolerismo de la palabra... Por eso, lo que decidiremos en octubre trasciende
de la escogencia de un presidente. La encrucijada es aún más seria: una vía
representa el "salto adelante" del vandalismo y la depravación, y la
otra, un nuevo manual de urbanidad política para Venezuela. No vale
equivocarse.
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