martes, 5 de junio de 2012

SOLEDAD MORILLO BELLOSO, DE LA OBESIDAD DEL GOBIERNO

Buena parte de los seres humanos cambiamos el metabolismo con el paso de los años. Nuestro cuerpo se va transformando. Algunos adelgazan. Otros engordan. Cambian las medidas. La cintura se ensancha, las caderas se redondean y una panza necia se insinúa con descaro. Eso es normal. Es un proceso paulatino. Se llama envejecer.

Pero lo que ocurre en los personeros del gobierno nacional nada tiene que ver con ocurrencias metabólicas. Piensen más en la obesidad de estos personajes como una consecuencia de la bonanza... y acertarán.

La ministro Iris nunca fue bonita. Tuvo y tiene un lamentable peinado. Su peluquero es sin duda su peor enemigo. Y si descuella por la ferocidad y vulgaridad de su verbo, en igual medida la ha distinguido la más violenta carencia de gusto en el vestir. Al principio del gobierno estaba rellenita. Tenía esas curvas hasta voluptuosas que resultan de tanto agrado en la población masculina venezolana. De hecho, solía contonear las caderas al entrar al hemiciclo para acaparar las miradas de sus colegas. Ahora luce una gordura avasallante, típica de quien no sólo no tiene problemas económicos sino que ha experimentado el sabor de los platillos extra calóricos y los bolsillos extra repletos.

El diputado Diosdado impresionaba por sus ojos claros que fulguraban. En varias reuniones a las que me tocó asistir fui testigo de cómo coqueteaba sin reparo. Hoy Cabello es un vil gordito. Sus ojos se hunden en el rostro hinchado. La panza recrecida empuja los botones de la camisa. Imposible esconder el pecado de la glotonería, emparentado directamente con ese otro pecado, la codicia.

Ni hablar de la anchura creciente del canciller Maduro, de la frondosidad de la señora Cilia, del vientre impávido del vicepresidente Jaua, de la faja que no consigue esconder los muchos kilos de sobra de la presidente del TSJ, del volumen que no resiste un close-up de la opaca Defensora del Pueblo, del impertinente y tan poco profesional grosor de la periodista Vanessa Davies, de la señora Yadira Cordova y sus pantalones atrincados que destacan sus rollos, de los muslos inflados del grosero Pérez Pirela de VTV, del cada vez más voluminoso abdomen del showman nocturnal de La Hojilla, de las reporteras y anclas del "canal de todos los venezolanos" con sus sostenes que hospedan senos implantados por la pericia de cirujanos plasticos.

Todos gordos, todos obesos. En todos el incremento de los kilos ha "coincidido" con el aumento del poder. La obesidad mórbida es hoy uno de los principales problemas de salud del mundo. Pero es mucho más grave cuando es consecuencia de la obesidad sórdida, esa que es producto del poder, grosera expansión corporal de quienes nomás ponerle las manos al coroto comenzaron a disfrutar de lujos y comodidades indisimulables a las que accedieron sin que las cuentas den. Los obesos del gobierno exhiben orgullosos sus abultadas figuras con el desparpajo de quienes han conseguido aumentar su status -y su peso- a costa de enflaquecer la salud y el erario de la Nación. Mientras más débil la república, mientras más hambrienta la población, su poder se apoltrona. El gobierno cada vez más obeso evidencia su desprecio a un país cada vez más famélico.

Esos obesos mandan, aplastan, destruyen. En los ministerios, en la Asamblea, en el sisema de justicia, en los medios bajo la égida del gobierno. Su gesta es de gula pantagruélica. No son esas personas gorditas bonachonas que la psicología del siglo pasado clasificaba como "pícnicos". Estos son ofensivos, desfachatados, metáfora presente de la sequía institucional que ha arrastrado a nuestro país a una decadencia del siglo XIX que ya creíamos superada. 

Quienes al pasar al gobierno cambian su originaria delgadez por un protuberante volumen nos están diciendo que han engordado a nuestras costas. Eso dice mal. Eso dice mucho. En la otra acera política, vean el cuerpo de los alcaldes, gobernadores y funcionarios públicos de la alternativa democrática. Entre ellos abundan los atletas, los delgados, los prudentes. Eso no es mera coincidencia. El cuerpo habla. Manda mensajes. Escuchemos esa comunicación corporal.

smorillobelloso@gmail.com
@solmorillob

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