Reacciones emocionales brotaron de nuestra
última columna, Capriles: ese no es el camino (El Universal 27-05-12). No voy a
detenerme en comentarios airados. Quiero cabalgar sobre lo medular, lo cual no
es de la dimensión de un debate de Chávez vs. Capriles, sino del tamaño del
fondo del asunto: nuestra emancipación del populismo radical.
Hombres de diferentes tendencias intelectuales
como Poleo, Franceschi o Carlos Blanco, han criticado la campaña de Capriles. Y
no lo han hecho por hacerle daño o como alguien espetó, por “resentimientos
ocultos y personales”. Un país atrapado por las veleidades históricas de
nuestra errada concepción del poder, reforzado por las banalidades clientelares
y caudillescas del presente gobierno, no resiste un análisis personalizado…
Desde nuestra independencia hasta hoy, no hemos podido deslastrarnos de lo que
Julio Belisario llama apropiadamente, el Estado federal de poder centralizado e
ilimitado en una persona, conductor de la más censurable y perdurable miseria.
Y este es l’etat de la question.
Somos una sociedad embriagada de imaginarios de
riqueza y divinidad. Nos creemos ricos por antonomasia. No salimos del atraso
porque nos adiestraron a que cada metro cuadrado de cacao, de oro o de
petróleo, nos corresponde sin otro esfuerzo que nacer en tierra de gracia.
Desde la I República, pasando por las revoluciones de todos los colores,
guerrillas, dictaduras, hasta la democracia populista, la constante ha sido el
taita penitente y redentor. Un coctel de Boves, Castro, Gómez o Alfaro,
personificados al calco por Chávez, que no ofrecen otra cosa que mando, reparto
e irreverencia. Y también así hemos conducido en mucho nuestras comunidades,
universidades, empresas o nuestra propia casa. El Estado soy yo, el Prefecto
soy yo, el Magisterio soy yo, y en la firma, la comuna, el partido o en mi
casa, ¡mando yo! De esta malformación grupal surgen las más cuestionables
deficiencias ciudadanas, como el medalaganismo, la resistencia al orden y a
producir. Nuestra clase política nos habituó a exigir tutela y protección del
Estado -bozalmente- sin dar nada a cambio, por lo que tal exigencia ciudadana
quedó relativizada (y secuestrada).
Yo no estoy en contra de Capriles. Estoy en
contra de cualquier mensaje que nos castre socialmente por seguir emborrachados
en un ideal de democracia falso y defraudatorio, que gravita en el ser
pedigüeño, irreverente y alienado, no en el ser creativo, innovador y liberal.
Tanto voy a contrapelo de la socialdemocracia repartita, como del populismo
revolucionario, por ser lo mismo. La alternativa, el verdadero new deal, el
cambio, debe ser histórico, no circunstancial (electoralista)… A partir de ahí,
creo irrenunciablemente en la unidad.
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