El pasado domingo, Carlos Rodríguez Braun
publicaba un artículo en La Razón titulado Empobrecer al vecino, en el que
explicaba cómo las políticas nacionales que tratan de mejorar la situación de
uno empeorando la de otro son perjudiciales. Rodríguez Braun aportaba diferentes
argumentos para señalar lo nocivo de estas medidas de corte tan mercantilista.
En primer lugar, las limitaciones comerciales benefician a unos pocos a costa
de la mayoría de la población. En ese sentido, los grandes perjudicados de las
políticas comerciales intervencionistas son los consumidores, es decir, la
población en general. Por otro lado, generan una distorsión en la atribución de
responsabilidades, lo que resulta muy atractivo ya que los políticos aparecen
como salvadores y se señala un culpable extranjero en quien la población puede
descargar su frustración.
Estos argumentos tan claros y lúcidos pueden
aplicarse, no solamente a empresas o países, sino también a los agentes
económicos: a los individuos. Por desgracia, estas reflexiones son de plena
actualidad. Una de las aficiones de las sociedades, fruto del mito del Estado
del Bienestar, consiste en demonizar al de al lado y tratar de mejorar a costa
de los demás. Esa, según Ayn Rand, era la diferencia entre el socialismo y el
capitalismo. El socialismo incentiva a los individuos a vivir a costa de los
demás. El capitalismo incentiva a los participantes en el mercado a competir
entre sí como medio de superar a los demás. Y, exactamente como describe el
profesor Rodríguez Braun, el privilegio de unos pocos provoca el
empobrecimiento de muchos, los contribuyentes.
Un ejemplo lo tenemos en la reacción de mucha
gente cuando se expone la solución propuesta por el Instituto Juan de Mariana
al caso de Bankia: la conversión forzosa de parte de las obligaciones en
acciones. De esta manera, la deuda pasaría a ser propiedad y serían aquellos
acreedores que se fiaron de Bankia y se involucraron más intensamente en su
financiación sobre los que recaería el peso de remontar la situación, y no
sobre los contribuyentes. Ante esa solución, una de las pegas más comunes
consiste en explicar que muchos pensionistas tienen en sus fondos de pensiones
obligaciones de Bankia y, acto seguido, añaden que muchos otros compraron
convertibles engañados. En primer lugar, son cosas diferentes. El engaño hay
que denunciarlo, y no es una característica del capitalismo o de la economía
liberal. Es propio de la naturaleza humana: por eso existen leyes que protegen
del engaño. Pero el argumento del fondo de pensiones es muy resbaladizo y
populista. Es decir, es de los que la gente común se traga fácilmente. Uno se
imagina a la pobre abuela que no tiene necesidad de saber los intringulis del
mundo financiero y se fía de su caja de ahorros, posiblemente la misma de
siempre, en la que le abrió la cartilla al nieto, en la que estaba su nómina.
Y, claro, pensar en que esa señora va a perder su pensión nos indigna a todos.
A los liberales, a los libertarios, a los capitalistas también. Sobre todo
porque la frase con la que te atacan es "¿te parece justo que esa señora
pierda su pensión mientras Rato, Blesa, Fernández Ordóñez y los demás se van de
rositas?". No me parece justo que los responsables de un delito se vayan
de rositas, ni en el caso Bankia ni en ningún otro.
Pero, empleando su lógica, lo que se está
diciendo es que lo justo es que una madre soltera que trabaja, que no ha tenido
oportunidad de formarse mucho, que mantiene a su hijo de meses, que paga sus
impuestos y apenas llega a fin de mes pague el roto que han dejado entre unos y
otros en una caja de ahorros con la que ella no tiene nada que ver. ¿Es justo
que esa pobre mujer pague?
Para empezar, en el caso de la abuelita, es muy
probable que el fondo esté diversificado con lo cual no perdería el valor de
todo, y además la propuesta es convertir obligatoriamente sólo parte de las
obligaciones, así que el efecto final sería muy pequeño. Y, por otro lado, no
se sabe quiénes son los poseedores de obligaciones, pero muchas de ellas están
en manos de bancos extranjeros y fondos de inversión de bancos españoles. El
caso de la viejecita, como el de la madre soltera, es muy restringido.
Pero, lo peor es el mensaje: no importa dónde
ponga usted su dinero, si pierde, ya se lo pagan el resto de los españoles. Es
decir, se incentivan las malas inversiones y no las buenas.
No estaría de más plantearse cuál es la causa
real de todo el problema de Bankia: la intervención directa del poder político
en el sistema financiero. ¿Alguien ha propuesto que se acabe con ello? No, se
ha pedido más Estado. Pues eso es lo que, por desgracia, vamos a tener.
http://revista.libertaddigital.com/la-demonizacion-del-otro-1276240208.html
© Instituto Juan de Mariana
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