La Nación - 06-Jun-12 - Opinión
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Editorial I
La tentación de la perpetuidad
Las feroces críticas del oficialismo a Scioli por sus
aspiraciones presidenciales desnudan el autoritarismo imperante
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Editorial I
La tentación de la perpetuidad
Las feroces críticas del oficialismo a Scioli por sus
aspiraciones presidenciales desnudan el autoritarismo imperante
El anuncio de Daniel Scioli de que será candidato a presidente en 2015, si Cristina Kirchner resolviera no aspirar a un nuevo mandato, recreó una realidad que no por conocida deja de ser inquietante: la que muestra a la Argentina como un país política e institucionalmente endeble desde el momento en que está a merced de lo que quiera y decida una sola persona, la Presidenta.
Esto quedó en evidencia con la confesión de Scioli, quien expuso sus aspiraciones como si estuviese invadiendo un terreno que le está vedado y, en el mismo momento, se apresuró a dejar en claro que resignaría sus planes si la jefa del Estado quisiera postularse para el período 2015-2019.
Pasaron minutos, no más, desde que se conocieron las declaraciones de Scioli, para que hiciera oír su voz el coro de satélites de la Presidenta, que aprovechó todos los medios a su alcance para reprender, así, en el literal sentido del término, a quien había osado perturbar, según muchos de ellos lo dijeron, la marcha del país y a la propia primera mandataria con su confesión.
No fue una ráfaga o simplemente un azote a Scioli, sino algo que perduró un par de días al amparo del tratamiento que dieron al tema los programas del gigantesco pool de comunicación que el Gobierno mantiene y acrecienta con el dinero de todos.
Gobernadores, ministros, intendentes, legisladores nacionales y provinciales, dirigentes sociales y, por supuesto, el vicegobernador de Scioli, Gabriel Mariotto, desfilaron por los medios con un discurso del que nadie se apartó un ápice y que contenía dos puntos: primero, Scioli se había desubicado al perder de vista que no era momento de hablar de candidaturas y había cometido el peor de los pecados al olvidar que sólo la Presidenta tiene la potestad de designar al candidato del Frente para la Victoria para 2015; segundo, que sólo la Presidenta puede llevar adelante el proyecto iniciado el 25 de mayo de 2003.
Por genuflexión, por temor -muchos de los satélites son ultradependientes de la caja oficial- o por un genuino convencimiento, el coro que retó a Scioli, al que también se sumaron periodistas del multimedio oficial, terminó por exponer, con total crudeza, que el país está en manos de una única persona, con todo lo que ello significa y sobre lo que no hace falta explayarse. Todo esto, sin olvidar también la fuerte cuota de sometimiento del gobernador a la voluntad presidencial, como lo demuestra la exitosa presión de la Casa Rosada sobre Scioli para apurar el impuestazo inmobiliario rural, del cual el principal beneficiario será paradójicamente el gobierno nacional por lo que recaudará en materia de impuesto a los bienes personales y ganancia presunta.
La Constitución Nacional impide a la Presidenta ser candidata a una segunda reelección consecutiva con vistas a los comicios de 2015, pero eso, que de por sí debería ser suficiente para clausurar este tipo de debates y de postulaciones condicionadas, evidentemente constituye un punto menor para los que anhelan la perpetuación de la primera mandataria en el poder.
Habrá que ver qué actitud asume finalmente la jefa del Estado respecto de la posibilidad de que se reforme la Carta Magna para lo que, en definitiva, sería su propio beneficio. Esa definición resulta hoy un dato clave, pues muchos esperaban de Cristina Kirchner que aportara calidad institucional al modelo iniciado en 2003, institucionalidad que, sin dudas, está directamente vinculada con el cumplimiento de la ley.
Hace pocos días, en el acto por el 25 de Mayo, realizado en Bariloche, la primera mandataria deslizó lo que podría ser una primera respuesta: "Transferir la posta es ineludible", dijo la mujer que ha logrado acumular incluso más poder que el propio Néstor Kirchner.
Las democracias fuertes se nutren de partidos políticos vigorosos, del debate de ideas y del pluralismo. Por cierto, la Presidenta no es la única responsable de que la oposición siga envuelta en tinieblas, pero sí lo es de que su partido se haya convertido en un conjunto de personas que sólo practican la obediencia debida.
Esa situación es la que el sinceramiento de Scioli ha expuesto de manera cruda. Es lo que la Presidenta ha creado; es lo que ella puede y debe desactivar. Salvo que crea que la Argentina puede convertirse en una monarquía.
Esto quedó en evidencia con la confesión de Scioli, quien expuso sus aspiraciones como si estuviese invadiendo un terreno que le está vedado y, en el mismo momento, se apresuró a dejar en claro que resignaría sus planes si la jefa del Estado quisiera postularse para el período 2015-2019.
Pasaron minutos, no más, desde que se conocieron las declaraciones de Scioli, para que hiciera oír su voz el coro de satélites de la Presidenta, que aprovechó todos los medios a su alcance para reprender, así, en el literal sentido del término, a quien había osado perturbar, según muchos de ellos lo dijeron, la marcha del país y a la propia primera mandataria con su confesión.
No fue una ráfaga o simplemente un azote a Scioli, sino algo que perduró un par de días al amparo del tratamiento que dieron al tema los programas del gigantesco pool de comunicación que el Gobierno mantiene y acrecienta con el dinero de todos.
Gobernadores, ministros, intendentes, legisladores nacionales y provinciales, dirigentes sociales y, por supuesto, el vicegobernador de Scioli, Gabriel Mariotto, desfilaron por los medios con un discurso del que nadie se apartó un ápice y que contenía dos puntos: primero, Scioli se había desubicado al perder de vista que no era momento de hablar de candidaturas y había cometido el peor de los pecados al olvidar que sólo la Presidenta tiene la potestad de designar al candidato del Frente para la Victoria para 2015; segundo, que sólo la Presidenta puede llevar adelante el proyecto iniciado el 25 de mayo de 2003.
Por genuflexión, por temor -muchos de los satélites son ultradependientes de la caja oficial- o por un genuino convencimiento, el coro que retó a Scioli, al que también se sumaron periodistas del multimedio oficial, terminó por exponer, con total crudeza, que el país está en manos de una única persona, con todo lo que ello significa y sobre lo que no hace falta explayarse. Todo esto, sin olvidar también la fuerte cuota de sometimiento del gobernador a la voluntad presidencial, como lo demuestra la exitosa presión de la Casa Rosada sobre Scioli para apurar el impuestazo inmobiliario rural, del cual el principal beneficiario será paradójicamente el gobierno nacional por lo que recaudará en materia de impuesto a los bienes personales y ganancia presunta.
La Constitución Nacional impide a la Presidenta ser candidata a una segunda reelección consecutiva con vistas a los comicios de 2015, pero eso, que de por sí debería ser suficiente para clausurar este tipo de debates y de postulaciones condicionadas, evidentemente constituye un punto menor para los que anhelan la perpetuación de la primera mandataria en el poder.
Habrá que ver qué actitud asume finalmente la jefa del Estado respecto de la posibilidad de que se reforme la Carta Magna para lo que, en definitiva, sería su propio beneficio. Esa definición resulta hoy un dato clave, pues muchos esperaban de Cristina Kirchner que aportara calidad institucional al modelo iniciado en 2003, institucionalidad que, sin dudas, está directamente vinculada con el cumplimiento de la ley.
Hace pocos días, en el acto por el 25 de Mayo, realizado en Bariloche, la primera mandataria deslizó lo que podría ser una primera respuesta: "Transferir la posta es ineludible", dijo la mujer que ha logrado acumular incluso más poder que el propio Néstor Kirchner.
Las democracias fuertes se nutren de partidos políticos vigorosos, del debate de ideas y del pluralismo. Por cierto, la Presidenta no es la única responsable de que la oposición siga envuelta en tinieblas, pero sí lo es de que su partido se haya convertido en un conjunto de personas que sólo practican la obediencia debida.
Esa situación es la que el sinceramiento de Scioli ha expuesto de manera cruda. Es lo que la Presidenta ha creado; es lo que ella puede y debe desactivar. Salvo que crea que la Argentina puede convertirse en una monarquía.
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