El próximo lunes
ocurrirá algo inaudito: un candidato con una enfermedad terminal inscribirá su
candidatura; otros presidentes latinoamericanos rechazaron reelegirse cuando
pasaron por una situación similar, reconocieron que no estaban en condiciones
de gobernar. Algo más asombroso: muchos de sus seguidores no están engañados,
apoyan aún más a Chávez por su estado de salud, porque la conducta del propio
candidato expone abiertamente sus limitaciones: no haber asistido a la reunión
de la OEA en La Paz, tan importante para él, ratifica internacionalmente que no
hará nada, algún esfuerzo, que agrave su cáncer, ni actuará como presidente a
tiempo completo en ningún momento.
SER Y NO SER ES IMPOSIBLE |
Chávez ha
encontrado una solución al dilema que le plantea el cáncer después de que le
volvió a aparecer: gobernar a distancia, limitar al extremo sus apariciones
públicas, aparentar controlar al país cuando, inevitablemente, se le escapa de
las manos. Contra toda lógica no ha permitido que otro sea el candidato del
PSUV.
Después de mí el
diluvio, parece pensar, y no se equivoca.
Cree que para
ganar las elecciones le bastará con dar unos pasos frente a una cámara de
televisión o, como este lunes, hacer un esfuerzo mayor para inscribirse en el
CNE.
Como ya no hay
la ilusión de que los dioses de la llanura y el Cristo de La Grita hagan un
milagro, se le pide al venezolano votar por Chávez con los ojos cerrados, como
esos místicos que exigían creer en Dios porque era absurdo. Algunos de sus
voceros en televisión vuelven a la necesidad virtud, presentan al candidato del
PSUV como un hombre que lo mismo llora en público que no oculta su enfermedad,
y con el que hay que solidarizarse aún más por la enfermedad que padece.
Si el tema
principal fuera el amor o el desamor hacia el Presidente, en vez de si se
encuentra en condiciones de seguir en Miraflores, Chávez tendría una
posibilidad de ganar, si, en cambio, discutimos su capacidad de afrontar la
inseguridad o el desastre eléctrico, perdería la elección por 1 millón de
votos.
Con Chávez no
gobernará el pueblo, nadie sabe quién gobernará si fuera reelegido. Ni siquiera
si completará su período. A partir del próximo lunes convencerá a los
venezolanos de elegir un presidente a medio tiempo. Está haciendo una apuesta
tremendamente riesgosa, digan lo que digan las encuestas, pero no necesariamente
condenada a la derrota, y que exige una respuesta de la oposición, no evadir el
tema y rechazar el chantaje emocional que se le impone a la nación.
Chávez ya está
preparando este escenario surrealista; por primera vez comparte su liderazgo,
presenta un equipo político, mientras su presencia política se desvanece, dejó
de hablar del superhombre de Nietzsche. Soportamos un apabullante culto a la
personalidad como si no se quisiera permitir a los venezolanos reflexionar,
porque, si piensan un segundo, el PSUV pierde las elecciones. ¿Se mantendrá
esta situación absurda hasta el 7 de octubre? ¿O sencillamente la votación que
obtenga Chávez demostrará que Venezuela no tiene ni pies ni cabeza? Nos abruman
con una realidad virtual para impedirnos ver lo que está frente a los ojos.
Votar por Chávez
es peor que preferir una ilusión, es una locura, pero paso a paso el
oficialismo intenta imponer a un candidato que no gobernará.
Todo puede
suceder en la dimensión desconocida en que vive el país.
fausto.maso@gmail.com
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