Como una cadencia imparable, hemos ido perdiendo al
presidente. Ya dejó de estar. Se ha convertido en una presencia ausente.
Dejemos de lado ya, por inútil, aquello de insistir en un parte médico dado por
facultativos y no por diversos agentes de la desinformación gubernamental.
Dejemos también de lado la barbaridad que supone eso de gobernar vía twitter. Y
dejemos de lado la fútil narrativa nocturna del individuo ese que tiene un
agrio show todas las noches en esa aberración que es Venezolana de Televisión.
Pongamos sí en primer plano, en primerísimo primer plano, lo que sucede en la
cotidianidad venezolana. País de barbarie, de acróbatas de la política que nada
saben de políticas publicas y de gestión de gobierno, pero que vaya si han
aprovechado estos años para volverse billonarios. No importa cuánto lo nieguen,
la verdad está ahí, cruda, presente, indisimulable.
No necesitamos grandes
estudios estadísticos para saber que buena parte de esa gigantesca mole de
dólares producto del petróleo mejoró la calidad de vida de apenas un puñado de
venezolanos y algunos extranjeros. El nuevo riquismo tiene por defecto el
exhicionismo. Abundan los trajes de marca, las carteras de firma, los
automóviles caros y además blindados, las joyas que alumbran la avenida como el
diente de Pedro Navaja. El derroche y la ostentación se dan la mano en este
festival de ladrones pegados como sanguijuelas a la piel de la Nación, una piel
de la cual han succionado la sangre de la república sin empacho alguno.
El
asunto es tan nauseabundo que los periodistas no hallan palabras en el
diccionario para describirlo. Dicen los estudios que la corrupción no es
considerada un punto grave en la mente de los ciudadanos. Que todo indica que
no es óbice para la decisión política.
No me sorprende. No es de extrañar que
en un país donde los valores se han escurrido por las alcantarillas, donde las
instituciones son entes esclavos de un presidente hecho deidad, donde cada dia
se agradece el mero hecho de seguir respirando, la gente sienta que la corrupción
es el menor de los males.
No falta quien diga que Capriles sería un presidente
honesto porque "como su familia tiene dinero, él no tendrá que
robar". Tal comentario lo he escuchado no sólo en los contactos con los
estratos populares, sino, para mayor desagrado, en boca de personas que se
supone han tenido todas las oportunidades para disfrutar de una estructura
sólida en su vida.
Estamos en serios problemas cuando la clase media se permite
pensar de tal manera sobre la calidad moral de un posible presidente. Los
países que aceptan con displicencia lo que debería ser intolerable, han tomado
la acomodaticia senda de la liviandad. Y por ese camino se llega a la
entronización de la entropía, tal como ocurrió en Estados Unidos en la época de
la prohibición y ocurre hoy en ese mal boceto de país que es Cuba. Si todos
tenemos un precio, el país termina teniendo un precio. Y los gobernantes de
turno se sentirán en derecho de venderlo a quien supongan el mejor postor. El
cerebro sirve para reflexionar. Pero hay que saber usarlo.
smorillobelloso@gmail.com
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