domingo, 27 de mayo de 2012

SOLEDAD MORILLO BELLOSO, EL PRECIO DEL PAÍS

Los países que aceptan lo que debería ser intolerable han tomado la senda de la liviandad
Encendamos los reflectores sobre lo que sucede. País de barbarie, de acróbatas de la política que nada saben de gestión de gobierno, pero que vaya si han exprimido estos años para volverse billonarios. No importa cuánto lo nieguen, la verdad está ahí, cruda, presente, indisimulable. 

No necesitamos posdoctorados en finanzas para saber a dónde ha ido a parar buena parte del monumental ingreso petrolero de estos años. 

El nuevo riquismo tiene entre sus defectos el exhibicionismo. Abundan los trajes de marca, las carteras de firma, los carros carísimos y además blindados, las joyas que alumbran toda la avenida como el diente de oro de Pedro Navaja. El derroche y la ostentación se dan la mano en este festival de ladrones pegados como sanguijuelas a la nación, haciendo negociados y succionando a la República sin empacho alguno.

Según los estudios, la corrupción no es un punto grave en la mente de los ciudadanos. Todo indica que no es óbice para la decisión política. No es de extrañar que en un país donde los valores se han escurrido por las alcantarillas, donde las instituciones son entes esclavos de un presidente hecho deidad y donde abundan los funcionarios públicos de alto nivel que en poco tiempo pasaron de clase límite a magnates, la gente sienta que la corrupción es irremediable y es el menor de los males.

No falta quien diga que Capriles sería un presidente honesto porque "como su familia tiene dinero, él no tendrá que robar". Tal comentario lo he escuchado en boca de personas que se supone entienden la gravedad del tema. Estamos en serios problemas cuando la clase "pensante" se permite evaluar así la calidad moral de un posible presidente. Eso es aceptar aquella consigna horrorosa de Chávez cuando advirtió que la gente tiene razones para robar, justificando así el delito.

Los países que aceptan lo que debería ser intolerable han tomado la senda de la liviandad. Por ese camino se llega a la entronización de la entropía, como ocurrió en Estados Unidos en la época de la prohibición y ocurre hoy en ese mal boceto de país que es Cuba. Si todos tenemos un precio, el país termina teniendo un precio. Y los gobernantes de turno se sentirán con licencia para venderlo al mejor postor. Es decir, a quien les haga hincharse los bolsillos. Esos son los verdaderos vende patria.


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