lunes, 28 de mayo de 2012

MANUEL MALAVER, CHÁVEZ Y SANTOS, O COMO JUEGA EL GATO MAULA CON EL MÍSERO RATÓN

No hay dudas que en la relación o pacto Chávez-Santos el colombiano se alzó con una serie de ventajas, entre las cuales, la más notable fue restablecer el caudaloso comercio binacional que cifra los 8.500 millones de dólares anuales y es superavitario para Colombia en un 80 por ciento.

En otras palabras que, desde productos agrícolas y ganaderos, hasta manufactureros e industriales, pasando por medicinas y energéticos (gas), cruzan la frontera para paliar la catástrofe en que el populismo salvaje (que Chávez llama “socialismo del siglo XXI) dio el tiro de gracia a la siempre prometida y jamás lograda recuperación de la economía venezolana.
Golpe de mano bautismal y sorprendente del santismo primigenio (casi en estado larval), pero inexcusable e improrrogable para aliviar a un empresariado siempre ávido de mercados y oportunidades, a unos sindicatos que la chillaban por la pérdida de casi un millón de empleos y a un sector financiero que necesitaba del flujo de los petrodólares “revolucionarios” para mejorar el crédito, bajar la presión sobre el peso, abaratarlo y hacerlo más competitivo.
En lo político, puede decirse que las ventajas del acuerdo lucieron menos claras, pues si Santos logró replegar a Chávez de sus cuarteles “regionales” a los “nacionales”, Santos también entregó mucho (quizá demasiado) convirtiéndose en avalista de la “autocracia y el expansionismo” chavistas, mientras se distanciaba, cortaba toda relación y se convertía en enemigo de la oposición democrática venezolana.
Y más dudosas resultaron aun las ganancias sobre el tema que había enfrentado a los “nuevos mejores amigos” en su pasado más reciente, el de las FARC, ya que si Santos logró que Chávez se comprometiera “de palabra” a no aceptar más campamentos de la guerrilla en territorio venezolano, a quitarles todo tipo de ayuda, e incluso, a enviarle irregulares “si” eran detenidos en Venezuela y Colombia “los” solicitaba, no se firmó una carta de intención o tratado de estricto cumplimiento para las partes, vigilado y controlado por una comisión binacional, que, además, contara con la garantía de un tercero neutral.
O, lo que es lo mismo: que en una línea fronteriza de casi 3 mil kilómetros y que cruza por desiertos, cordilleras, selvas, llanos, ríos y montañas, el tigre llanero quedó con las garras sueltas, y el puma cachaco dependiendo de la “bona fide” del hombre menos credible del mundo: Hugo Chávez.
Pero el pacto o acuerdo en sus dos vertientes, la económica y política, le procuró a Santos un éxito que no esperaba entre la creciente clase media de Bogotá y las otras grandes ciudades colombianas (y sus vanguardias: la intelectualidad de la neoizquierda y el sistema de medios liberal), la misma que había apoyado la candidatura de Antanas Mockus, clamaba por el fin de la guerra (de todas las guerras) con las FARC y negociar un status quo tipo “aquí cabemos todos”, donde se terminaran los secuestros, se liberara a los rehenes, y se apagara el ruido y el humo de los atentados y los choques entre la guerrilla y el ejército, para comenzar a disfrutar, sin sobresaltos, del bienestar que habían significado los 8 años de pax uribeana.
Era, por tanto, refractaria a seguirse calando la tozudez bélica de Uribe, la retórica grancolombianista e invasionista de Hugo Chávez y la resistencia sesentosa de anacrónicos como Grannobles, Timochenko, el “Mono Jojoy” y Alonso Cano que se empeñaban en sostener una guerra perdida, por lo cual, era urgente, urgentísimo, sacar de juego a Uribe y llegar a un acuerdo de paz entre el nuevo gobierno, Chávez y la guerrilla.
Es el momento en que el otro gran político, el otro gran caudillo y el otro gran autoritario de la historia colombiana reciente, Juan Manuel Santos, huele, oye, toca su oportunidad, y se lanza con todo, y sin pensarlo mucho, a emerger como el líder fundamental de la Colombia del siglo XXI, a convertirse en uno de los dirigentes clave de la región, y da inicio a su reconversión en el híbrido que pudo autorizar las operaciones de contrainsurgencia en que perdieron la vida el “Mono Jojoy” y el Alfonso Cano, pero que también viaja a La Habana a reunirse con los hermanos Castro y Chávez, regresa a Bogotá a introducir en el congreso una Ley de Marco Jurídico para las Negociaciones de Paz que reforma la Constitución y prácticamente indulta a los guerrilleros de todos sus crímenes, y carga la pluma para firmar el tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos.
Pero lo más espectacular en el contexto, fue el distanciamiento, disputa o polémica que de inmediato atizó con el expresidente, Uribe, quien de mentor, preceptor y promotor de su carrera y candidatura a la presidencia, pasó a convertirse en un boicoteador de sus políticas y un enemigo a vencer.
Era, precisamente, la oportunidad que necesitaba las FARC para empezar a reponerse de los golpes casi mortales que había recibido en el segundo período del gobierno de Uribe, y en el primer año del de Santos, y enviar las señales de risorgimento y resurrección que el exministro del Interior y Justicia, Fernando Londoño, ha etiquetado como “unas FARC repotenciadas”.
Porque, fueron pasando, sucediéndose cosas, como fue el atentado de hace 3 semanas en la Avenida Caracas, de Bogotá, en el cual, casi pierde la vida el mismo Londoño y dejó un saldo de 5 transeúntes muertos y 30 heridos.
No fue, sin embargo, lo peor en el mes que un analista político de “El Tiempo” llamó “el peor mes en los casi 2 años del gobierno de Santos”, pues a comienzos de esta semana, una numerosa fuerza de las FARC atacó a un campamento del Ejército que operaba cerca de la frontera venezolana en el Departamento de la Goajira, con un saldo de 14 oficiales muertos y 4 heridos.
E informes de los sobrevivientes traían “la sorpresa” de que, las fuerzas atacantes, venían de territorio venezolano y se refugiaron en territorio venezolano.
En otras palabras que, para Santos, un problema a solucionar con Chávez, quien en una llamada telefónica de la mañana siguiente, condenó el ataque, le negó cualquier complicidad y participación en el mismo y se comprometió a enviar dos divisiones a patrullar la frontera, y con la orden de que, si se encontraban con guerrilleros, dispararan, para combatirlos.
Y Juan Manuel, casi feliz, al participar la novedad al Ejército y al pueblo colombianos…”Chávez, me dijo…”. Y este exministro de la Defensa del gobierno de Uribe que debe saber que el ejército, que la FAN venezolana, tiene su apresto operativo reducido casi a cero, que progresivamente es suplantada por milicias, no para proteger ninguna frontera, sino para reprimir a la población democrática y antichavista, que no puede cumplir los ejercicios más elementales porque se le caen los helicópteros y aviones, este exministro de la Defensa que sabe que Chávez no podría enviar, no una división, una brigada a la frontera, sale a tranquilizar a los colombianos con un…”Chávez, me dijo”.
O sea, que un presidente sorprendido en las horcas caudinas de forjar su propio liderazgo, agarrado al clavo hirviente de tener que creer una mentira y divulgarla, y todo porque su afán táctico en este momento no es desmentir a Chávez y reclamarle por su falta de vigilancia en el frontera, sino derrotar a Uribe.
Al hombre que no puede tener una visión más distinta a la de Santos con relación a las FARC, Chávez y la frontera, pues no concibe que pueda haber paz en Colombia sin una derrota militar de las FARC, y no cree que las FARC puedan ser derrotadas sino se obliga a Chávez, mediante un acuerdo o tratado vigilado por una instancia internacional, para que no se inmiscuya en el conflicto armado colombiano apoyando a las FARC.
Y cuánta razón tiene Uribe, puede percibirse en los sucesos del último año donde las FARC han reaparecido “repontenciadas” y se han atrevido a hacer atentados como el de la Avenida Caracas de Bogotá, y el de la línea fronteriza de la Goajira.
Señales cuya simbología no quiere leer Santos: Timochenko y adláteres no van a permitir que el hombre que estuvo al frente de las operaciones “Fénix” (1 de marzo del 2008), donde perdió la vida en territorio ecuatoriano, el comandante, Raúl Reyes; “Jaque” (2 de julio del mismo año) en la cual medio centenar de rehenes les fueron arrebatados de las manos a las FARC; “Sodoma” (23 de septiembre del 2010) en la cual pereció el “Mono Jojoy”; y del choque en que encontró la muerte, Alfonso Cano (11 de abril del 2011), sea el mismo que viene ahora a entregarles el ramo de olivo y la bienaventuranza de la paz.
No, si antes no cumple el proceso de derrotarlas militarmente, y por vía de excepción, las obliga a negociar para que puedan salvar, lo salvable.
Así ha sido siempre y continuará siendo mientras haya hombres, sociedades, estados, ejércitos y guerras y, pensar lo contrario, es exponerse a la derrota por omisión en que está incurriendo, ahora, el presidente de la hermana República.
Lo saben muy bien Fidel y Raúl Castro, Timochenco y Chávez, quien espera una pronta y segura muerte física, pero no sin antes prepararle el mausoleo político a “su nuevo mejor amigo”: Juan Manuel Santos.
manumalm912@cantv.net

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