No hay dudas que en la relación o pacto
Chávez-Santos el colombiano se alzó con una serie de ventajas, entre las
cuales, la más notable fue restablecer el caudaloso comercio binacional que
cifra los 8.500 millones de dólares anuales y es superavitario para Colombia en
un 80 por ciento.
En otras palabras que, desde productos
agrícolas y ganaderos, hasta manufactureros e industriales, pasando por
medicinas y energéticos (gas), cruzan la frontera para paliar la catástrofe en
que el populismo salvaje (que Chávez llama “socialismo del siglo XXI) dio el
tiro de gracia a la siempre prometida y jamás lograda recuperación de la
economía venezolana.
Golpe de mano bautismal y sorprendente
del santismo primigenio (casi en estado larval), pero inexcusable e
improrrogable para aliviar a un empresariado siempre ávido de mercados y
oportunidades, a unos sindicatos que la chillaban por la pérdida de casi un
millón de empleos y a un sector financiero que necesitaba del flujo de los
petrodólares “revolucionarios” para mejorar el crédito, bajar la presión sobre
el peso, abaratarlo y hacerlo más competitivo.
En lo político, puede decirse que las
ventajas del acuerdo lucieron menos claras, pues si Santos logró replegar a
Chávez de sus cuarteles “regionales” a los “nacionales”, Santos también entregó
mucho (quizá demasiado) convirtiéndose en avalista de la “autocracia y el
expansionismo” chavistas, mientras se distanciaba, cortaba toda relación y se
convertía en enemigo de la oposición democrática venezolana.
Y más dudosas resultaron aun las
ganancias sobre el tema que había enfrentado a los “nuevos mejores amigos” en
su pasado más reciente, el de las FARC, ya que si Santos logró que Chávez se
comprometiera “de palabra” a no aceptar más campamentos de la guerrilla en
territorio venezolano, a quitarles todo tipo de ayuda, e incluso, a enviarle
irregulares “si” eran detenidos en Venezuela y Colombia “los” solicitaba, no se
firmó una carta de intención o tratado de estricto cumplimiento para las
partes, vigilado y controlado por una comisión binacional, que, además, contara
con la garantía de un tercero neutral.
O, lo que es lo mismo: que en una línea
fronteriza de casi 3 mil kilómetros y que cruza por desiertos, cordilleras,
selvas, llanos, ríos y montañas, el tigre llanero quedó con las garras sueltas,
y el puma cachaco dependiendo de la “bona fide” del hombre menos credible del
mundo: Hugo Chávez.
Pero el pacto o acuerdo en sus dos
vertientes, la económica y política, le procuró a Santos un éxito que no
esperaba entre la creciente clase media de Bogotá y las otras grandes ciudades
colombianas (y sus vanguardias: la intelectualidad de la neoizquierda y el
sistema de medios liberal), la misma que había apoyado la candidatura de
Antanas Mockus, clamaba por el fin de la guerra (de todas las guerras) con las
FARC y negociar un status quo tipo “aquí cabemos todos”, donde se terminaran
los secuestros, se liberara a los rehenes, y se apagara el ruido y el humo de
los atentados y los choques entre la guerrilla y el ejército, para comenzar a
disfrutar, sin sobresaltos, del bienestar que habían significado los 8 años de
pax uribeana.
Era, por tanto, refractaria a seguirse
calando la tozudez bélica de Uribe, la retórica grancolombianista e
invasionista de Hugo Chávez y la resistencia sesentosa de anacrónicos como
Grannobles, Timochenko, el “Mono Jojoy” y Alonso Cano que se empeñaban en
sostener una guerra perdida, por lo cual, era urgente, urgentísimo, sacar de
juego a Uribe y llegar a un acuerdo de paz entre el nuevo gobierno, Chávez y la
guerrilla.
Es el momento en que el otro gran
político, el otro gran caudillo y el otro gran autoritario de la historia
colombiana reciente, Juan Manuel Santos, huele, oye, toca su oportunidad, y se
lanza con todo, y sin pensarlo mucho, a emerger como el líder fundamental de la
Colombia del siglo XXI, a convertirse en uno de los dirigentes clave de la
región, y da inicio a su reconversión en el híbrido que pudo autorizar las
operaciones de contrainsurgencia en que perdieron la vida el “Mono Jojoy” y el
Alfonso Cano, pero que también viaja a La Habana a reunirse con los hermanos
Castro y Chávez, regresa a Bogotá a introducir en el congreso una Ley de Marco
Jurídico para las Negociaciones de Paz que reforma la Constitución y
prácticamente indulta a los guerrilleros de todos sus crímenes, y carga la
pluma para firmar el tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos.
Pero lo más espectacular en el contexto,
fue el distanciamiento, disputa o polémica que de inmediato atizó con el
expresidente, Uribe, quien de mentor, preceptor y promotor de su carrera y
candidatura a la presidencia, pasó a convertirse en un boicoteador de sus
políticas y un enemigo a vencer.
Era, precisamente, la oportunidad que
necesitaba las FARC para empezar a reponerse de los golpes casi mortales que
había recibido en el segundo período del gobierno de Uribe, y en el primer año
del de Santos, y enviar las señales de risorgimento y resurrección que el
exministro del Interior y Justicia, Fernando Londoño, ha etiquetado como “unas
FARC repotenciadas”.
Porque, fueron pasando, sucediéndose
cosas, como fue el atentado de hace 3 semanas en la Avenida Caracas, de Bogotá,
en el cual, casi pierde la vida el mismo Londoño y dejó un saldo de 5
transeúntes muertos y 30 heridos.
No fue, sin embargo, lo peor en el mes
que un analista político de “El Tiempo” llamó “el peor mes en los casi 2 años
del gobierno de Santos”, pues a comienzos de esta semana, una numerosa fuerza
de las FARC atacó a un campamento del Ejército que operaba cerca de la frontera
venezolana en el Departamento de la Goajira, con un saldo de 14 oficiales
muertos y 4 heridos.
E informes de los sobrevivientes traían
“la sorpresa” de que, las fuerzas atacantes, venían de territorio venezolano y
se refugiaron en territorio venezolano.
En otras palabras que, para Santos, un
problema a solucionar con Chávez, quien en una llamada telefónica de la mañana
siguiente, condenó el ataque, le negó cualquier complicidad y participación en
el mismo y se comprometió a enviar dos divisiones a patrullar la frontera, y
con la orden de que, si se encontraban con guerrilleros, dispararan, para
combatirlos.
Y Juan Manuel, casi feliz, al participar
la novedad al Ejército y al pueblo colombianos…”Chávez, me dijo…”. Y este
exministro de la Defensa del gobierno de Uribe que debe saber que el ejército,
que la FAN venezolana, tiene su apresto operativo reducido casi a cero, que
progresivamente es suplantada por milicias, no para proteger ninguna frontera,
sino para reprimir a la población democrática y antichavista, que no puede
cumplir los ejercicios más elementales porque se le caen los helicópteros y
aviones, este exministro de la Defensa que sabe que Chávez no podría enviar, no
una división, una brigada a la frontera, sale a tranquilizar a los colombianos
con un…”Chávez, me dijo”.
O sea, que un presidente sorprendido en
las horcas caudinas de forjar su propio liderazgo, agarrado al clavo hirviente
de tener que creer una mentira y divulgarla, y todo porque su afán táctico en
este momento no es desmentir a Chávez y reclamarle por su falta de vigilancia en
el frontera, sino derrotar a Uribe.
Al hombre que no puede tener una visión
más distinta a la de Santos con relación a las FARC, Chávez y la frontera, pues
no concibe que pueda haber paz en Colombia sin una derrota militar de las FARC,
y no cree que las FARC puedan ser derrotadas sino se obliga a Chávez, mediante
un acuerdo o tratado vigilado por una instancia internacional, para que no se
inmiscuya en el conflicto armado colombiano apoyando a las FARC.
Y cuánta razón tiene Uribe, puede
percibirse en los sucesos del último año donde las FARC han reaparecido
“repontenciadas” y se han atrevido a hacer atentados como el de la Avenida
Caracas de Bogotá, y el de la línea fronteriza de la Goajira.
Señales cuya simbología no quiere leer
Santos: Timochenko y adláteres no van a permitir que el hombre que estuvo al
frente de las operaciones “Fénix” (1 de marzo del 2008), donde perdió la vida
en territorio ecuatoriano, el comandante, Raúl Reyes; “Jaque” (2 de julio del
mismo año) en la cual medio centenar de rehenes les fueron arrebatados de las
manos a las FARC; “Sodoma” (23 de septiembre del 2010) en la cual pereció el
“Mono Jojoy”; y del choque en que encontró la muerte, Alfonso Cano (11 de abril
del 2011), sea el mismo que viene ahora a entregarles el ramo de olivo y la
bienaventuranza de la paz.
No, si antes no cumple el proceso de
derrotarlas militarmente, y por vía de excepción, las obliga a negociar para
que puedan salvar, lo salvable.
Así ha sido siempre y continuará siendo
mientras haya hombres, sociedades, estados, ejércitos y guerras y, pensar lo
contrario, es exponerse a la derrota por omisión en que está incurriendo,
ahora, el presidente de la hermana República.
Lo saben muy bien Fidel y Raúl Castro,
Timochenco y Chávez, quien espera una pronta y segura muerte física, pero no
sin antes prepararle el mausoleo político a “su nuevo mejor amigo”: Juan Manuel
Santos.
manumalm912@cantv.net
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