lunes, 28 de mayo de 2012

ARGELIA RÍOS, LAS DOS CARAS DEL CONTINUISMO

Por razones similares, unos y otros regentes -de aquí y de allá- siguen compartiendo la aspiración de contar con otro contendor; un rival que se adaptara a sus comunes intereses. Pese a lo que digan hoy las encuestas, tener enfrente a un joven candidato imposible de señalar como "viuda del pasado", representa una inocultable incomodidad, del mismo modo como lo es para los conjurados de la Unidad

Como reza el dicho, "el enemigo de mi enemigo siempre será mi amigo"... La frase salta de la memoria al escuchar a Jorge Rodríguez intrigando sobre el supuesto retiro de la candidatura de Henrique Capriles, a la cual se enfrenta la revolución bolivariana, de la mano de factores retardatarios de la oposición venezolana, negados a resignarse ante la emergencia de un nuevo liderazgo. Prescindiendo de cualquier referencia sobre la proyección en la que incurre el alcalde psiquiatra, es imposible omitir el detalle: el jefe del comando Carabobo, representante del continuismo en la disputa electoral, coincide con quienes encarnan la misma desviación en la acera opositora.

Por razones similares, unos y otros regentes -de aquí y de allá- siguen compartiendo la aspiración de contar con otro contendor; un rival que se adaptara a sus comunes intereses. Pese a lo que digan hoy las encuestas, tener enfrente a un joven candidato imposible de señalar como "viuda del pasado", representa una inocultable incomodidad, del mismo modo como lo es para los conjurados de la Unidad, que no la tienen fácil para preservarse en el oficio político, luego de que el electorado escogiera, con dos millones de votos, a un Capriles por quien no moverán un dedo, como nítidamente lo reflejan los hechos.

Es imposible no establecer las equivalencias. Convertido en "pasado" por causa de su prolongada permanencia en el poder, el oficialismo hubiera aspirado a un rival anclado en lo que ha dado en llamarse la "IV República": sin duda, un deseo compartido por quienes, desde la acera de la "Unidad" alimentan las habladurías de la revolución, con sus tercas y ridículas maquinaciones en contra de quien los desplazó limpiamente en las primarias del 12 de febrero.

Pese a las advertencias de William Izarra, quien admite el potencial carismático de su adversario, la acera roja se anticipa a los acontecimientos, solazándose en un triunfalismo banal, que no sólo tiene su origen en los volátiles logaritmos que presentan los estudios de opinión pública, sino también en las retorcidas conjuras de aquellos que, desde el campo democrático, han decidido minar la candidatura de Capriles, con el propósito de "hacerse indispensables" tras la derrota que contribuyen a construir.

No hay casualidades en esta historia: apolillado como está el gobierno, nada es más deseable para él que un elenco opositor cuya vinculación con el pasado ayude a ocultar su propio envejecimiento. Cabe bien, por tanto, la respuesta que el abanderado opositor le ha dado al asunto: "son la misma miasma"... Una rémora que ha colocado a Capriles ante la nada sencilla tarea de enfrentar, en solitario, una campaña en la cual habrá de batallar contra los continuismos de antes y de ahora.


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