“Verso,
o nos condenan juntos, ¡O nos salvamos los dos!” José Martí, Versos sencillos
Dejar en manos de empresarios de la
demoscopia el destino de nuestras decisiones estratégicas manifiesta una grave
pérdida del sentido político y un avasallamiento del sentido de moral pública.
Hacerlo hoy a nuestro favor es tan criminal como permitir que lo sea mañana a
favor de nuestros adversarios.
1
Se lo ha reiterado hasta el cansancio, pero nunca es innecesario
repetirlo: sólo la unidad de los demócratas puede hacerle frente exitosamente a
una tiranía. Particularmente si se trata de una tiranía que ha echado raíces en
la ignorancia del sentimiento popular y domina el arte del sometimiento, del
fraude, del engaño. Y más aún si es inescrupulosa, como sólo una tiranía puede
serlo, y está dispuesta a matar para afianzarse aún más y entronizarse para
siempre. Luego de someter y apropiarse de todos los poderes públicos y no tener
frente suyo a un solo contrapoder capaz de ponerle un fin definitivo. Que no
sea – he allí la clave – el de un pueblo férreamente unido y dispuesto a jugarse
la vida por la libertad y la justicia aherrojados.
Es la naturaleza de la tiranía que
hoy impera en Venezuela y a cuyo desplazamiento y superación se han
comprometido todos las fuerzas de la decencia nacional. Una tiranía que posee
el poder de las armas, a las que ha comprado con la corrupción del rentismo
petrolero, primero, y entregándoles el control del narcotráfico, después; que
cuenta con el respaldo del más aleve y siniestro de los poderes tiránicos que
hayan existido en el Caribe y América Latina – la satrapía castrista; y que
dispone de los más poderosos recursos económicos y financieros jamás existidos
en nuestro país y en país alguno de la región: el petróleo manejado con
espíritu de saqueo y expoliación y los fastuosos ingresos del narcotráfico.
Pues quiera o no quiera hacerlo
explícito por razones tácticas o estratégicas, la oposición venezolana enfrenta
a un tirano y ha de vérselas con una tiranía que dispone de los mayores
recursos imaginables. No sólo ni principalmente con un mal gobierno y un pésimo
presidente de la república. Que no por contar con la complicidad o la
aquiescencia de amplios sectores de la población más menesterosa de nuestro
país, que aún no aprende a valorar en su justo significado los principios morales
y espirituales que nos conforman como Nación, es menos canallesco y alevoso.
Verificándose el insólito extravío de que son víctimas precisamente esos
sectores que lo respaldan, carne de cañón de la compra de conciencia y la obra
de auto mutilación en que están empeñados el tirano y su tiranía. Esos sectores
depauperados son los chivos expiatorios del deterioro material y espiritual del
país. ¡Y creen ser sus principales beneficiarios!
Con lo cual se dificulta
inmensamente el combate contra la maldad intrínseca del régimen: es una tiranía
que puede pavonearse de contar con amplios respaldos populares, a los que ha
terminado por envilecer, extraviar, pervertir y adormecer. A los que seduce con la promesa eternamente
incumplida, a los que pretende convertir en protagonistas de un proceso de
liberación que busca precisamente lo contrario: instaurar una dictadura
permanente. Para lo cual le es esencial depauperar, envilecer, empobrecer,
pervertir y engañar.
¿Cómo provocar el despertar del
engaño y la apatía en que el terror, el hambre, el desempleo y la permanente
dependencia de las dádivas de la tiranía mantienen a amplias masas de los
sectores menos favorecidos del país? ¿Cómo hacerles ver el extravío y el abismo
a los que el régimen los conduce? ¿Cómo lograrlo si las fuerzas de la
conciencia nacional no se unifican por encima de sus legítimas diferencias,
postergan el logro de sus legítimas ambiciones y posponen la conquista de sus
anhelos particulares en aras del bien común?
2
Con la unidad sucede como con el
maravilloso verso de Antonio Machado: “Caminante no hay camino. Se hace camino
al andar”. La unidad no es un objeto listo y empacado para quienes la anhelan y
necesitan como al agua el sediento: es un proceso en permanente construcción,
una andadura interminable y sin fin que se va creando y fortaleciendo a medida
que se materializa. La unidad no es ni un contrato ni un acuerdo de fácil
materialización: es una acción cotidiana, un tejido de vida, un compromiso existencial
que debe ser reafirmado día a día y paso a paso. Un ejercicio de comunión
diaria, frente al que nunca damos lo suficiente y frente al cual siempre
estamos en deuda. Pues en la medida de los gigantescos desafíos que enfrentamos
siempre estamos menos unidos de lo que debiéramos, deuda que sólo podrá ser
saldada el día en que el magno cometido que nos hemos propuesto – desplazar del
poder a quienes envilecen nuestra nacionalidad y pervierten nuestras
tradiciones y costumbres – sea plenamente logrado. Y nos hagamos al propósito
único y verdadero: reconstruir la república sobre nuevas bases, obtener el
progreso y la prosperidad que nos merecemos con laboriosidad y disciplina, y
sentirnos orgullosos del papel que como nacionales de un país renovado desempeñaremos
en el concierto de las naciones.
Dada la naturaleza espiritual del
cometido unitario y la necesaria voluntariedad de la adscripción, la unidad no
puede ser impuesta por la fuerza, a palos. Pues la unidad es asunto de libre
albedrío. Más, muchísimo más aportan a la unidad aquellos que están dispuestos
a sacrificar sus propios intereses en bien del interés común. Pues son ellos
los verdaderos protagonistas de la unidad que reclama el proceso histórico.
Pero tampoco el sentirse y ser depositarios del auténtico mensaje unitario
faculta a quienes desbrozaron el camino para apartar del sendero a quienes se
suman a medias, lo hacen a desgano, por cálculos mezquinos, condicionan la
unidad de acción al privilegio del fruto que pretenden les pertenece por
derecho propio. Pues creen – y ese es el gravísimo error – que ellos solos
pueden con la pesada carga.
La unidad del cálculo, no es
unitaria. La unidad auténtica se nutre del sacrificio y la generosidad. Sirve
al engrandecimiento de la cruzada, fortalece la andadura y puede llegar a hacer
invencible el esfuerzo pretendido. Pues la unidad – asunto que quienes
desconfían de ella desconocen – se autoalimenta, se retroalimenta, combina
todos los elementos unidos para convertirlos en un poder y en una energía
inéditas que nada ni nadie puede detener.
Esa es la fuerza de la unidad. Si
ella se ha convertido en el motor interior de un esfuerzo colectivo y no es la
máscara falaz que oculta pugnas intestinas, ambiciones descontroladas,
pretensiones desmedidas. La historia está llena de éxitos obtenidos gracias a
la unidad de quienes se mancomunaron tras un objetivo superior. Pero también
está llena de fracasos de quienes no estuvieron a la altura de sus
circunstancias y carecieron de la lucidez, la inteligencia, la generosidad que
el momento histórico exigía. Pues no hay otro camino que la unidad.
Todos los otros caminos conducen al
fracaso. La desunión es la madre de todas las frustraciones, el sendero seguro
al infierno de las derrotas. De allí la vieja sentencia de los tiranos: divide
et impera. Divide y dominarás. La unidad, en cambio, hace la fuerza.
3
Así suene majadero volver a repetirlo:
no hay otro camino que el de la unidad. Es el único camino cierto hacia la victoria.
Así el enemigo invoque todas las malas artes de la manipulación política para
sembrar el desconcierto, el miedo y la desunión. Última baza con la que cuenta
el régimen para tratar de impedir la catástrofe que le acecha y la muerte que
ya ronda por sus cuarteles. Tarea de desánimo y desconcierto que en gran medida
encarga a quienes venden sus habilidades de manipular el mercado político al
mejor postor. Pues yendo a la esencia del asunto: así las encuestas no se
equivoquen: se equivocan los engañados. De someternos a la falaz tiranía de los
numeritos y traicionar los verdaderos objetivos estratégicos de saneamiento
nacional nos entregaríamos atados de pies y manos a la perversión moral de
falsas mayorías.
Que la unidad es el único camino lo han
demostrado todos los últimos procesos electorales. En todos ellos obtuvo la
victoria la oposición democrática. Tras haber superado las diferencias y
haberse unido. En todos ellos demostró la canallesca falacia de encuestadores y
manipuladores de oficio. Sólo la inmoralidad que ha hecho carne de nuestra vida
pública puede escamotear esa verdad del tamaño de una catedral: los falsos
gurúes de la opinión aseguraron que perdíamos el Referéndum Constitucional:
arrasamos. Reacción del tirano: “una victoria de mierda”. Las vacas sagradas
del marketing político pusieron a Ledezma en la cola de los perdedores mientras
declaraba vencedor antes de tiempo a Aristóbulo Istúriz, la mejor carta del
régimen: Ledezma arrasó. Los mismos encuestadores que mostraron su carencia de
seriedad y experticia – Schemmel y Luis Vicente León, Seijas y Jesse Chacón
- volvieron a jurar que no obtendríamos
más de 35 diputados. Duplicamos esa cifra. A la vista de estos porfiados
hechos, vale el viejo refrán que reza que el culpable no es el ciego, sino
quienes le dan el garrote.
Pero vuelvo a insistir en lo
verdaderamente esencial: dejar en manos de empresarios de la demoscopia el
destino de nuestras decisiones estratégicas manifiesta una grave pérdida del
sentido político y un avasallamiento del sentido de la moral pública. Hacerlo
hoy a nuestro favor es tan criminal como permitir que lo sea mañana a favor de
nuestros adversarios. Contra todo lo que la decadencia de nuestras élites
permitan suponer, como bien decía Gramsci: sólo la verdad es revolucionaria. Es
decir: verdadera.
sanchezgarciacaracas@gmail.com
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