Mucha
gente habla de su disconformidad con el presente y reprueba a la mediocre
dirigencia que nos conduce. Son los mismos que dicen que no hay futuro y que
resulta casi imposible ser optimistas en las condiciones actuales. Y en alguna
medida, todo eso parece cierto. El escepticismo y la resignación parecen estar
ganando la batalla.
Lo
que es paradójico es que quienes declaman su permanente disgusto con la
situación, no consigan percibir la relación directa entre causa y efecto, entre
sus propias acciones y las evidentes consecuencias. Pese a la aparente inteligencia
de muchos de ellos, diera la sensación de que no logran conectar el vínculo
lineal entre sus actitudes, los acontecimientos y los resultados de todo ello.
Es
como si no pudieran comprender que estamos como estamos porque hacemos lo que
hacemos, o mejor dicho aún, que estamos como estamos porque no hacemos lo que
resulta necesario hacer.
Con
exceso de abulia y apatía, con demasiada desidia y negligencia, con indolencia
e ingenuidad, casi sin querer, van contribuyendo de modo activo con la construcción
del poder de los gobernantes. Los que mandan, sustentan su supremacía, en esta
característica sociológica de este tiempo, casi patológica, por la cual
demasiados deciden no hacer casi nada.
Solo
gracias a la insensata conducta de los más, puede explicarse semejante
dimensión de atropellos. Es, cada vez más, una matriz global. Una minoría, pero
muy organizada, consigue someter a los mas, solo porque ese conjunto de
individuos carece de organicidad y termina siendo funcional al poder de turno,
a pesar de sus disidencias con esas políticas.
Los
que han hecho de la política una profesión, saben poco de lo que deberían
realmente conocer, es decir del arte de gobernar con inteligencia, pero
indudablemente, son expertos en esto de manipular voluntades.
Conocen
la ingeniería social al detalle, interpretan con habilidad las conductas
humanas, perciben la pereza ciudadana, esa que hace que muchos sigan creyendo
que forman parte de una sociedad democrática solo porque se presentan a votar
una vez cada dos años, a veces inclusive de mala gana, casi forzados por las
circunstancias legales o de repudio social.
Es
paradigmático, ver como muchos ciudadanos de buena fe, caen en la trampa de no
comprender que su accionar, muchas veces desidioso e indolente, son la principal
causa de todo lo que soportan.
Las
múltiples explicaciones que encuentran para justificar su decisión de no
participar de la vida política de la sociedad, les sirven de consuelo, pero
están lejos de alcanzar como argumentación para no hacer lo necesario.
Ningún
resultado relevante en la vida humana, y mucho menos en comunidad, se consigue
cruzándose de brazos, sentados en una silla, o simplemente con una postura de
espectador en vez de protagonista.
Creer
que la realidad se modificará en el sentido deseado, solo porque se invierte un
escaso tiempo despotricando entre amigos contra el poderoso de turno o
discutiendo en los bares, es pecar de una desmesurada ingenuidad.
Suponer
que la sociedad cambiará sus paradigmas, sin un compromiso militante por parte
de los que sienten profundo rechazo por el status quo, es demasiado infantil.
La alteración del rumbo se consigue con mucho esfuerzo. Muchas veces inclusive,
con trabajo tampoco resulta suficiente para lograrlo por falta de perseverancia
o dirección correcta.
Lo
que está plenamente garantizado es que con holgazanería ciudadana, no
conseguiremos absolutamente nada significativo. Solo podremos llenarnos de
impotencia inconducente.
Si
no hacemos lo correcto, si no HACEMOS con mayúsculas, nada se transformará. Y
si por lo contrario, preferimos seguir en la misma, justificándonos para
explicar porqué hacemos tan poco, o a veces inclusive nada o lo incorrecto,
debemos entonces estar dispuestos a pagar el precio de esa decisión.
Seguramente
que muchas razones amparan nuestras elecciones individuales en lo que a la vida
política hace. La corrupción, la falta de tiempo personal, la necesidad de
buscar el sustento cotidiano o sencillamente la convicción de invertir el
tiempo en otros asuntos que se consideran más importantes, son todas cuestiones
atendibles. Pero eso no logra modificar
la ecuación. Siguen siendo decisiones que implican priorizar ciertas cosas por
sobre otras. Y eso tiene consecuencias, siempre.
Asumir
que lo que nos sucede es el resultado de lo decidido es un gran primer paso.
Somos libres de tomar las determinaciones que deseemos, pero debemos comprender
que ello conlleva un desenlace. Si no tomamos nota de esto seguiremos creyendo
en esta fantasía de que lo que nos ocurre es responsabilidad de otros, los
culpables de todos nuestros males.
La
verdad es que esa caricatura de la realidad nos tranquiliza, nos despoja de
culpas y nos hace sentir víctimas de esa casta enemiga. Es que tenemos
responsabilidad y mucha, y si bien existe esa corporación que conspira permanentemente contra nuestras vidas para
arrebatarnos libertades, saquear nuestros recursos y amedrentarnos para que no
reaccionemos, no menos cierto es que
está en nosotros, asumir que podemos modificar el presente con la actitud
correcta y el esmero necesarios.
Hay
que entender la dinámica de los acontecimientos para no fracasar en el
diagnóstico de lo que nos sucede y poder luego, con la inteligencia apropiada,
aplicar nuestros talentos para imprimir la energía necesaria, en el sentido
preciso, y así, cambiar el curso de la historia.
Mientras
tanto, resulta relevante, dar el primer paso, ese que nos ayude a entender que
las decisiones que hemos tomado hasta aquí, explican lo que estamos padeciendo.
Y que esto que nos pasa, de algún modo lo decidimos, por acción u omisión.
Nuestro presente como sociedad es solo la inevitable consecuencia de nuestras
determinaciones cotidianas, solo porque como en tantos otros aspectos de la
vida personal, “nada es gratis”.
Alberto
Medina Méndez
albertomedinamendez@gmail.com
skype:
amedinamendez
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