El
país chasquea atizado por la violencia y el sinsentido. En ese desquiciamiento
cotidiano hay sucesos que no logramos entender, como el famoso caso del
Magistrado Aponte Aponte, de quien solo sabíamos solo eso ¡que era un
Magistrado de la Corte Suprema de Justicia! y seguidor del Presidente y de su
ideología socialista-comunista.
Jamás imaginamos que su prontuario era tal,
que hoy le vemos como un delincuente de marca mayor, sin tener en cuenta su
investidura y lo que ha debido demostrar como ciudadano de bien. O como asistir
a la historia que leímos en un diario regional, que parece de bestias porque ni
los animales son capaces de un acto como el perpetrado por los violentos
delincuentes desalmados: coserle la boca a un valiente campesino que no quiso
prestarse para matar; o asistir a la incapacidad de los sabios de la nación al
no poder elegir una fiscal que enfrente esta locura y si lo hacen se les cae
porque fue mal elegida.
O
los jóvenes que mueren a mano de malhechores; esos que después no tienen el
valor de aceptar su accionar como
agentes de la violencia: un grafitero, que quizás quería dejar un mensaje de
paz en medio del desastre en que vivimos se derrumbó en la noche fría
barquisimetana por un balazo en su espalda; un joven estudiante universitario,
para quien el país, los medios, sí, especialmente los medios y todos pedimos
justicia y el esclarecimiento de su muerte, y tantas madres, con quienes
quisiera compartir por un momento a su
lado su pena, sí, con esas que van diariamente a la Fiscalía a montar guardia,
al estilo de una madre de la Plaza de Mayo, a velar hasta cuando se haga
justicia.
Dicen
que muchas madres de jóvenes asesinados en los barrios caraqueños, cumplen
horario de oficina, allí sentadas, serenas, a pesar de estar transidas,
acongojadas y desconsoladas; sólo quieren saber
por qué sus hijos murieron de
manera tan extraña, sólo quieren que se castigue a los culpables, sólo son unas
madres a las que le quitaron un pedazo de su alma.
O
los niños abusados, acontecer diario, o
los jóvenes que aprenden a ser sicarios, o la parejita de adolescentes que se
lanza de un puente en busca de un mundo de armonía, o los que van mes tras mes
a reclamar una pírrica suma que compense la ausencia de su padre que un día
salió de casa y no volvió porque lo desaparecieron para siempre y si tuvo
suerte lo sepultaron en algún paraje
refundido en las montañas de la patria.
Traquetea
Venezuela, atizada por la desesperación de los familiares de los secuestrados
que viven entre sobresaltos, entre dos alternativas: la muerte o la libertad de
los que un día, se llevaron y los encadenaron o suicidaron
Arde
Venezuela y contra eso sólo se originan protestas y huelgas, que si bien son
una esperanza, nunca han servido para nada. ¿Cuál protesta ha resuelto un
problema? Los violentos se ríen, el gobierno revolucionario
socialista-comunista ignora o se hace de la vista gorda, los escépticos nos
quedamos en casa, que otros protesten, que otros griten, a ver si los oyen.
Venezuela
cruje atizada por los llantos y tristezas de todos los que se ven perdidos,
solos, maltratados, incomprendidos, desempleados, llenos de deudas, con
familiares enfermos, con un sistema de salud irresponsable, con desamores, con
soledades, con los sueños destrozados
El
país rechina avivado por problemas
insondables que se agrandan ante la actitud
impertérrita de los encargados de solucionarlos, conjurarlos,
exorcizarlos, de, por lo menos, aliviarlos.
El
país chasquea y cada día es atizado por nuevos episodios de impunidad,
corrupción rampante de barbarie, de militares, policías y civiles muertos,
heridos o maltratados.
Venezuela
se quema, está en peligro. Que a la larga sea un erial humeante de suerte que
se necesita para evitar el desastre total y que cada día más venezolanos y
venezolanas tengan almas de bomberos.
britozenair@gmail.com
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