El oficialismo se la pasa diciendo que en la oposición no hay ningún
dirigente que le llegue por los tobillos a Hugo Chávez. Se solaza en la forma
en que éste concibe el ejercicio del liderazgo, para concluir que no hay nadie
en el campo adversario que se le acerque ni de lejos.
El punto tiene interés y resulta más profundo de lo que a primera vista
puede parecer. Porque no se trata de agarrar un metro y medir alturas para
establecer quién está más alto y quién más bajo. El tema involucra más bien diferentes
concepciones de lo que es ser un líder político.
La realidad es que a la oposición democrática no le interesa tener un
líder que le llegue a Chávez a ningún lugar, y ni siquiera que lo supere en el
tipo de liderazgo que el barinés ejerce sobre sus seguidores. En la oposición
democrática no queremos un Chávez, ni bajito ni alto. La forma en que
entendemos el ejercicio del liderazgo es completamente distinta a la forma en
que lo conciben Chávez y sus más fieles acólitos.
Chávez entiende el liderazgo como el logro del seguimiento ciego de sus
partidarios. La sumisión casi religiosa a sus dictados y sus arengas. Se ubica
en el terreno del fanatismo, de la hipnosis, del hincarse de rodillas. El
seguidor es aquí una voluntad vacía, quiere lo que Chávez quiera, dice lo que
el personaje diga.
En el campo democrático entendemos las cosas de otro modo. Efectivamente,
en él no hay nadie que se acerque a la concepción chavista del liderazgo. Allí
no hay nadie que se pierda en el éxtasis ni que se arrodille. Nadie que le pida
al líder que le diga lo que tiene que creer, o que decir, o que pensar.
Seguramente si hubiera alguno que se moviera en esa idea de las cosas, no
tendría vida en el mundo de la oposición democrática. Ya me imagino el
comentario: “Aquí no queremos otro Chávez”. El contar con un líder del tipo al
que Chávez pertenece constituye el principal activo con que cuenta el mundo
oficialista. Ese sector se ha construido en torno a esa noción del liderazgo y
no puede vivir sin algo así. De modo que para él es vital tener su Chávez, y en
todo caso “un” Chávez. El mundo democrático, en cambio, se ha construido en
torno a otra idea de las cosas. El tipo de líder que acepta, con el que
funciona, es diferente. Nadie allí está en busca de la clase de dirigentes en
la que se ubica Chávez.
Por eso en la oposición democrática no hay crisis de liderazgo a la
vista. Se escogió en forma masiva el que la está representando, Henrique
Capriles, en unas primarias en las que compitieron cinco más y se retiraron de
la contienda varios de gran valía y con credenciales de sobra, sin contar con
los que nunca entraron en ella. Nunca será crucial allí el tema de la
“sucesión”, del “delfinato”, ni nada de eso. Ni siquiera se planteará. De
manera que el oficialismo puede disfrutar cuanto quiera sus fanfarronadas,
porque en el campo democrático nadie pretende competir con Chávez en un tipo de
liderazgo que allí no se admite ni se desea.
Donde sí tienen un problema con lo del tobillo es el campo oficialista.
Porque allí sí que no hay nadie que le llegue a Chávez por los tobillos, siendo
ese el tipo de liderazgo que necesita y con el que funciona ese campo político.
Un mundo donde es obligatorio establecer adónde “le llegan” a Chávez sus
lugartenientes, porque él es la medida, el baremo, el sol que todo lo alumbra y
todo lo ubica.
A la oposición democrática no le hace falta “un Chávez” así fuera enano.
Al mundo oficialista sí. Mientras que la afirmación de que el en sector
democrático no hay quien le llegue a los tobillos al comandante es algo que
resbala como una crítica inofensiva e impertinente, el mismo señalamiento hecho
al campo oficialista resulta una daga clavada en un punto muy sensible. Esta es
una afirmación válida en cualquier circunstancia, cuya validez no depende de las
complicaciones de salud que en la actualidad atraviesa el jefe del oficialismo.
Para ese sector siempre ha sido un problema gravísimo el no disponer de nadie
que le pueda lavar los zapatos a su máximo dirigente. Ahora lo es mucho más,
pues la crisis que ello acarrea se ha actualizado mucho más pronto de lo que se
había pensado. También me imagino el comentario angustiado: “La verdad es que
ninguno de nosotros le llega por los tobillos”.
Ningún país necesita esa clase de liderazgo. Por lo regular, resultan
terribles para sus sociedades. Dios quiera que más nunca volvamos a tener uno
así.
dburbaneja@gmail.com
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