Para reconocer un milagro no hay que ir a la Santa Sede ni escudriñar la
Biblia. Una puesta del sol, la sonrisa de un niño, una nube, una flor, el
nacimiento de un ser humano y la misma magia de un beso encierran miles de
maravillas.
Un milagro no es un hecho sobrenatural; es algo que, así no se pueda
comprender, sucede con frecuencia. Un milagro es, de manera sencilla, un suceso
ordinario que se vuelve ‘extra…ordinario’. Y más que un juego de palabras, es
una realidad.
Así no lo quiera admitir, los milagros hacen parte del diario acontecer.
La salud, por ejemplo, es uno de ellos: el solo poder respirar hoy, de
por sí, es un gran acontecimiento. Y si no lo cree, pregúnteles a quienes viven
pegados a una máscara de oxígeno por culpa de alguna enfermedad. Lo que pasa es
que, por relatos del ayer, consideramos que los milagros sólo consisten en cosas
del otro mundo o inexplicables para los científicos.
Otros creen que los milagros son hechos improbables que se dan “porque
sí”, tales como: ganarse la lotería estando muy necesitado de dinero o apreciar
a paralíticos que, de buenas a primeras, caminan. Un milagro es el lenguaje del
entusiasmo. ¿Acaso usted no ha sentido a veces que hace cosas que, en
condiciones normales, jamás haría?
Recuerde alguna situación extrema que haya vivido y analice todo lo que
hizo para salir de ella. No vaya tan lejos; basta con divisar un amanecer y
comprobar que ese solo acto de la naturaleza es milagroso.
Los milagros están atados a la fe, no a actos de magia. Crea en Dios, en
Jesús Misericordioso, en nuestra Divina Pastora, en usted mismo, en los demás y
en la vida; verá que los milagros se dan. ¡Claro! No se quede sentando
esperando que del cielo le lluevan flores; porque aún más importante que la fe,
es la acción. No espere a que alguien mueva sus montañas: levántese, ármese de
valor y vaya a moverlas usted mismo.
No es necesario tomar un martillo para labrar la piedra que habrá de
esculpir su posible milagro. Sólo debe ser escultor para hacer obras de una
forma diferente e impactante y de manera positiva en su vida. Hay quienes hacen
milagros con palabras, tal como lo hacen los escritores; y hay quienes hacen
milagros con planos, tal como lo hacen los arquitectos.
Haga usted su propio milagro; no espere por el momento preciso: ¡empiece
ahora mismo! Hágalo ya, porque si espera por el momento adecuado, nunca dejará
de esperar. Si trabaja por algún milagro, Dios se lo concederá.
Cada vez que el Señor crea a un ser humano, sueña con verlo convertido en
una gran persona. Por eso usted, que es un diseño de Él, puede ser considerado
como un milagro.
¿Por qué? Porque es fuerte, capaz, inteligente y, así no lo quiera
admitir, está lleno de dones y talentos únicos. No, no importa que no haya ido
a una universidad para recibir un título. De hecho, para ser profesional no es
necesario saber muchas cosas, sino conocer la que realmente importa para la
vida misma.
¿Quiere un ejemplo? Cuando usted sabe mirar los dolores de los demás y se
conmueve con ellos, logra saber más cosas de las que un libro o una clase
teórica le enseñan.
Usted se preguntará, ¿yo no soy un milagro, porque no hago nada
extraordinario?
¡Cuente sus dones! Si no los cree tener, encuéntrelos y entusiásmese con
ellos; luego demuéstrelos. Al hacerlo, ocurre el milagro.
El solo saber que desde este momento puede cambiar su vida para bien, con
solo proponérselo, de por sí ya es algo extraordinario. Por eso, jamás tema
comenzar una nueva vida, no se queje; tampoco se atormente o se deprima.
¿Cómo puede temerle al cambio, si usted es un milagro? nadie es igual a
usted. Además, es libre, incluso puede considerarse así a pesar de estar detrás
de las rejas, porque la libertad va por dentro. En usted está el poder de hacer
el milagro de no atarse a lo material. Las cosas no hacen la felicidad, es su
actitud ante ellas la que le permite ser feliz.
Dios lo hizo perfecto para que aprovechara sus capacidades y no para que
se atormentara con tonterías. Él le dio el poder de pensar, de amar, de
determinar, de reír, de imaginar, de crear, de gozar, de planear, de hablar y
de orar. Es más, el Creador lo puso a usted por encima de los ángeles, entre
otras cosas, porque le dio el poder de elegir qué hacer con su vida; mejor dicho, le dio el dominio
de diseñar su propio destino usando su voluntad.
Elija amar, en vez de odiar; reír, en lugar de llorar; actuar, en lugar
de aplazar; crecer, en lugar de estancarse; bendecir, en lugar de blasfemar;
trabajar, en lugar de estar dormido en la cama; mejor dicho, elija vivir, en
lugar de morir. Crezca cada día un poco más en el optimismo de la esperanza.
Deje atrás los miedos y los sentimientos de derrota. Busque a Dios y acuérdese
de Él, porque el Señor nunca falla y, cada día de su vida, le concede milagros.
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