Hoy no voy a escribir de política, pero si de algo
que como psicóloga me preocupa mucho. No se por que siempre las personas actúan
como no es debido, quizás por innumerables razones entre ellas la ignorancia o
la tozudez exagerada. A veces, la ecuanimidad pura, como el alto raciocinio,
también brillan por su ausencia. “El errar es de humanos”, reza una máxima
bastante significativa, aunque muchos no lo crean así. Algunos se llegan a considerar infalibles,
¡craso error! Entienden que, siempre proceden bien; que nunca se equivocan; que
son los dueños de toda verdad, y los amos de
razón.
Obnubilados en su errada concepción egotista, no
reparan en reconocer que la causa de muchos de sus fracasos se origina en la
falta de humildad para admitir y tratar de enmendar por la vía correspondiente,
las equivocaciones en que incurren. De ordinario lo que hacen es, hablar por
hablar, como achacar todo a la vía de escape y justificación mayor, la llamada
mala suerte; de existencia cuestionada, aunque sí es de gran consenso que,
“cada cual se la hace”, por más de una causa. Claro, por el momento no el tema.
Con regularidad, las personas de ese tipo alcanzan
hasta el extremo de vivir con determinados sentimientos de culpa, cuando
internamente reconocen haber procedido mal con respecto a ciertas situaciones o
circunstancias de diversos género: relaciones familiares, rupturas emocionales,
decisiones u otros aspectos laborales, ejercicios profesionales, etc., debido a
que no dan paso a las reflexiones
sosegadas que se imponen; como tampoco, jamás “dar su brazo a torcer”, tal cual
se dice popularmente.
Prefieren mantenerse soportando determinados cargos
de conciencia, y tratar de ocupar sus mentes con otras cosas, para disiparles
por momento, aunque el aguijón de la
injusticia o la culpabilidad se mantenga latente en su interior, causándoles
serios problemas emocionales y de salud, en
los casos extremos.
Las terquedades humanas, que por lo regular ocultan
superficialmente actuaciones incorrectas, malas decisiones, o “metidas de pata”,
en el lenguaje pueblerino, ocasionan hasta la proclividad que en la gente se verifica, de no concederse una
segunda oportunidad, un nuevo acometimiento, en relación con los proyectos o
planes personales que fracasan en un primer intento. Prefieren abandonarlos por
completo, sin procurar determinar causas incidentes posibles. ¡No conciben
equivocaciones en su actuar!
Sin embargo, cuan hermoso y provechoso resulta,
cuando reconocemos nuestros errores; cuando se imponen el buen juicio y la
humildad por encima de todo. Cuando admitimos habernos equivocado; y,
asimilamos la necesidad de reconocerlo, como de
enmendar oportunamente; de disculparnos frente a los demás. Pero
también, aceptar como valedera la disculpa de otros. ¿Y porqué no, darnos una
segunda oportunidad, cuando las cosas no salgan bien por vez primera?
Actuando de esa manera, el marco vivencial de
cualquier persona, que erradamente se crea infalible, como que tampoco los
demás tienen derecho a equivocarse y a rectificar, de seguro podría cambiar
positivamente en muy corto tiempo. Se dejarían atrás las frustraciones y los
fracasos rutinarios; y, muchos de los estados depresivos, al igual que otros
desordenes emocionales que afectan soterradamente la salud en general. Se amaría más la subsistencia física humana.
¡Errar es de humanos; reconocerlo y tratar de
enmendar, es de personas inteligentes! ¿Por qué no aceptarlo?
britozenair@gmail.com
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