domingo, 1 de abril de 2012

RAFAEL GROOSCORS CABALLERO / TODOS LOS GATOS CAZAN RATONES

            A propósito de la “insurgencia” del Gobernador del Estado Monagas (José Gregorio Briceño, alias “El Gato”) y su defenestración ideológica perpetrada por el Régimen, vimos, una vez más, como el Poder Nacional aplasta al Regional y coloca como súbdito suyo a quien la ciudadanía de su comunidad estatal habría escogido para gobernarla en su circunscripción. La diferencia entre el origen de los anteriores Presidentes de Estado y/o Gobernadores, seleccionados por el dedo del “emperador” reinante y los de ahora, surgidos de la voluntad popular en procesos de libre elección, universal y directa, es, prácticamente, ninguna. Las autoridades interioranas siguen respondiendo a la interpretación casuística que las circunstancias le han dado a la letra del Himno Nacional, cuando reza: “Seguid el ejemplo que Caracas dio”. O a la irónica expresión popular, la cual habla de que Venezuela “solamente” es la Capital y lo demás es “monte y culebra”. Desprecio que coloca a los mandatarios y representantes de la provincia venezolana, en una indigna condición de segundones, gobernantes “de a pié”, como los últimos recursos de una cadena burocrática dentro de la cual cualquier Ministro es un potentado, con supremos poderes para decidir cualquier cosa, en cualquier lugar, sobre la voluntad e inteligencia del apropiado provinciano.

            A más de esta anécdota –el río Guarapiche inundado de petróleo y las reservas de agua potable en Maturín contaminadas--  dos de los Gobernadores de la “oposición” –Pablo Pérez y Henry Falcón— ofrecen una rueda de prensa, solidarizándose con “El Gato” y amenazan (¿al Poder Público Nacional?) con recibir el apoyo adicional de “otros” mandatarios regionales, adictos, incluso, al Régimen, en una especie de certamen donde se acortaría la ventaja que el Gobierno de Caracas le lleva a los “gobiernitos” del interior. Es decir, se asume que la razón mandante la tiene la Capital y que los demás tienen que ser obedientes o insubordinarse. Para nada se recurre al principio, constitucionalmente textual en sus fundamentos iniciales, aunque luego limitados y hasta negados en el desarrollo del mismo orden, que indica que la República Bolivariana de Venezuela está conformada dentro de un “Estado Federal Descentralizado” y se precisa la geometría del Poder,  donde lo Nacional no subordina a lo Estatal ni a lo Municipal, sino que actúa en función coordinada con los mismos. Otra evidencia, adicional, que señala la farsa constitucional dentro de la cual hemos  vivido desde que nos separamos de la Corona española y nos independizamos como Nación. Fraude histórico que sigue esperando la “revolución democrática” que nos coloque en el curso original de la República, desviado por las apetencias personales de nuestros caudillos gobernantes, muchos de ellos “apoderados del Poder”, enloquecidos por el brillo de la autoridad, “atornillados” en el solio por los aplausos de los paniaguados de turno.

            La  primera Constitución Nacional, la de 1811, concebía a la República independiente como un Estado Federal Autonómico. Nuestros primeros constituyentes siguieron el ejemplo que nos dio la apertura democrática norteamericana con su única Constitución, promulgada en 1786, bajo la égida de George Washington, Benjamín Franklin y Thomas Jéfferson, entre otros, inspirados en los principios de los enciclopedistas franceses. Pensaron entonces más en la Sociedad Civil que en  el Estado; más en el Ciudadano que en el Poder Público. Pensaron en un genuino Estado de Derecho, transparente, democrático, participativo y protagonista. La idea posterior de El Libertador, de mayor proporción político territorial, la de la Gran Colombia, basada, a su vez, en la concepción de Francisco de Miranda sobre una réplica, en  el Sur, del modelo de los Estados Unidos del Norte, apagó el impulso federativo y descentralizado de nuestra primera Constitución. Luego vino la hora de los Caudillos y Caracas se “tragó” el presente y el futuro de Venezuela, convirtiéndose en la sede monopólica de todas las atribuciones del Poder, esclavizando a la provincia para que la sirviera y obedeciera. Allí nacieron “el monte y las culebras”.

            Ahora hablamos de un tránsito hacia algo nuevo. De una transición al Socialismo, según los dueños, propietarios del Régimen usurpador, ilegítimo, que nos gobierna. De una democracia distinta en la voz de sus oponentes, los de la Unidad. Y se menciona la posibilidad de convocatoria, una vez más, del Poder Constituyente y de sincerar nuestro modelo geométrico republicano, para hacerlo más aplicable a las necesidades sociales de nuestra gente. Al reclamo de la Historia. A la democracia participativa y protagónica.

            Y ojala prospere la voluntad de cambio. Y que saldemos la deuda con nuestro origen republicano y establezcamos, de una vez y para siempre, el tan “manoseado” Estado Federal Autonómico –“manoseado” en el discurso pedante de los demagogos--  pero para establecerlo como realidad política y sin limitaciones ni condicionamientos. Con un auténtico Poder Federal que acate el mandato continuo de todos los venezolanos, sin descalificaciones regionales, ni de ningún otro orden. Para que Caracas sea igual a Maracaibo, o a Valencia, o a Tucupita, o a San Fernando de Apure. Para que el Congreso Nacional, de dos Cámaras bien características y distintas la una de la otra, represente de verdad a la Nación y ejerza sus funciones controladoras sobre el resto de los poderes gobernantes. Para que exista el Ciudadano y se le respete. Para que el Presidente o quien figure como tal, sea más un jefe de gobierno que un amo del Estado. Que administre los recursos que son de todos, con ánimo escrupuloso, sin pensar jamás que son suyos o que puede malbaratarlos, como ocurre actualmente, con  el “emperador enfermo” que nos desgobierna.

            El socialismo rechaza al Poder  Federal; la democracia lo exige. La descentralización corresponde a la justicia, al equilibrio, a la equitativa distribución tanto del esfuerzo productivo, como de su resultado y beneficios. La conformación del Estado que concibieron los fundadores de nuestra República espera para ser implantado. Ahora más que nunca, cuando del fracasado intento de imponer un modelo extraño a  nuestra naturaleza, se expone con mayor fuerza la indiscutible necesidad de federarnos y de hacernos más eficientes, para disfrutar de una mayor democracia. En vez de reunir tres gatos más con “El Gato”, lo que requerimos hoy es entender, como los chinos, que “todos los gatos cazan ratones” y responder al abuso centralista de los gobernantes totalitarios, con la implacable bandera de la Federación. Una propuesta coherente que llamaría la atención de muchos de nuestros compatriotas, “estresados” hoy, porque  incrédulos en sus bondades, siguen desconfiando de la democracia, discrepan en profundidad con el socialismo y se mantienen al margen de la necesaria participación política. Obras son  amores y no buenas razones.


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