A propósito de la “insurgencia” del
Gobernador del Estado Monagas (José Gregorio Briceño, alias “El Gato”) y su
defenestración ideológica perpetrada por el Régimen, vimos, una vez más, como
el Poder Nacional aplasta al Regional y coloca como súbdito suyo a quien la
ciudadanía de su comunidad estatal habría escogido para gobernarla en su
circunscripción. La diferencia entre el origen de los anteriores Presidentes de
Estado y/o Gobernadores, seleccionados por el dedo del “emperador” reinante y
los de ahora, surgidos de la voluntad popular en procesos de libre elección,
universal y directa, es, prácticamente, ninguna. Las autoridades interioranas
siguen respondiendo a la interpretación casuística que las circunstancias le
han dado a la letra del Himno Nacional, cuando reza: “Seguid el ejemplo que
Caracas dio”. O a la irónica expresión popular, la cual habla de que Venezuela
“solamente” es la Capital y lo demás es “monte y culebra”. Desprecio que coloca
a los mandatarios y representantes de la provincia venezolana, en una indigna
condición de segundones, gobernantes “de a pié”, como los últimos recursos de
una cadena burocrática dentro de la cual cualquier Ministro es un potentado,
con supremos poderes para decidir cualquier cosa, en cualquier lugar, sobre la
voluntad e inteligencia del apropiado provinciano.
A más de esta anécdota –el río
Guarapiche inundado de petróleo y las reservas de agua potable en Maturín
contaminadas-- dos de los Gobernadores
de la “oposición” –Pablo Pérez y Henry Falcón— ofrecen una rueda de prensa,
solidarizándose con “El Gato” y amenazan (¿al Poder Público Nacional?) con
recibir el apoyo adicional de “otros” mandatarios regionales, adictos, incluso,
al Régimen, en una especie de certamen donde se acortaría la ventaja que el
Gobierno de Caracas le lleva a los “gobiernitos” del interior. Es decir, se
asume que la razón mandante la tiene la Capital y que los demás tienen que ser
obedientes o insubordinarse. Para nada se recurre al principio,
constitucionalmente textual en sus fundamentos iniciales, aunque luego
limitados y hasta negados en el desarrollo del mismo orden, que indica que la
República Bolivariana de Venezuela está conformada dentro de un “Estado Federal
Descentralizado” y se precisa la geometría del Poder, donde lo Nacional no subordina a lo Estatal
ni a lo Municipal, sino que actúa en función coordinada con los mismos. Otra
evidencia, adicional, que señala la farsa constitucional dentro de la cual
hemos vivido desde que nos separamos de
la Corona española y nos independizamos como Nación. Fraude histórico que sigue
esperando la “revolución democrática” que nos coloque en el curso original de
la República, desviado por las apetencias personales de nuestros caudillos
gobernantes, muchos de ellos “apoderados del Poder”, enloquecidos por el brillo
de la autoridad, “atornillados” en el solio por los aplausos de los paniaguados
de turno.
La
primera Constitución Nacional, la de 1811, concebía a la República
independiente como un Estado Federal Autonómico. Nuestros primeros
constituyentes siguieron el ejemplo que nos dio la apertura democrática
norteamericana con su única Constitución, promulgada en 1786, bajo la égida de
George Washington, Benjamín Franklin y Thomas Jéfferson, entre otros,
inspirados en los principios de los enciclopedistas franceses. Pensaron
entonces más en la Sociedad Civil que en
el Estado; más en el Ciudadano que en el Poder Público. Pensaron en un
genuino Estado de Derecho, transparente, democrático, participativo y
protagonista. La idea posterior de El Libertador, de mayor proporción político
territorial, la de la Gran Colombia, basada, a su vez, en la concepción de
Francisco de Miranda sobre una réplica, en
el Sur, del modelo de los Estados Unidos del Norte, apagó el impulso
federativo y descentralizado de nuestra primera Constitución. Luego vino la
hora de los Caudillos y Caracas se “tragó” el presente y el futuro de
Venezuela, convirtiéndose en la sede monopólica de todas las atribuciones del
Poder, esclavizando a la provincia para que la sirviera y obedeciera. Allí
nacieron “el monte y las culebras”.
Ahora hablamos de un tránsito hacia
algo nuevo. De una transición al Socialismo, según los dueños, propietarios del
Régimen usurpador, ilegítimo, que nos gobierna. De una democracia distinta en
la voz de sus oponentes, los de la Unidad. Y se menciona la posibilidad de
convocatoria, una vez más, del Poder Constituyente y de sincerar nuestro modelo
geométrico republicano, para hacerlo más aplicable a las necesidades sociales
de nuestra gente. Al reclamo de la Historia. A la democracia participativa y
protagónica.
Y ojala prospere la voluntad de
cambio. Y que saldemos la deuda con nuestro origen republicano y establezcamos,
de una vez y para siempre, el tan “manoseado” Estado Federal Autonómico
–“manoseado” en el discurso pedante de los demagogos-- pero para establecerlo como realidad política
y sin limitaciones ni condicionamientos. Con un auténtico Poder Federal que
acate el mandato continuo de todos los venezolanos, sin descalificaciones
regionales, ni de ningún otro orden. Para que Caracas sea igual a Maracaibo, o
a Valencia, o a Tucupita, o a San Fernando de Apure. Para que el Congreso
Nacional, de dos Cámaras bien características y distintas la una de la otra,
represente de verdad a la Nación y ejerza sus funciones controladoras sobre el
resto de los poderes gobernantes. Para que exista el Ciudadano y se le respete.
Para que el Presidente o quien figure como tal, sea más un jefe de gobierno que
un amo del Estado. Que administre los recursos que son de todos, con ánimo
escrupuloso, sin pensar jamás que son suyos o que puede malbaratarlos, como
ocurre actualmente, con el “emperador
enfermo” que nos desgobierna.
El socialismo rechaza al Poder Federal; la democracia lo exige. La
descentralización corresponde a la justicia, al equilibrio, a la equitativa
distribución tanto del esfuerzo productivo, como de su resultado y beneficios.
La conformación del Estado que concibieron los fundadores de nuestra República
espera para ser implantado. Ahora más que nunca, cuando del fracasado intento
de imponer un modelo extraño a nuestra
naturaleza, se expone con mayor fuerza la indiscutible necesidad de federarnos
y de hacernos más eficientes, para disfrutar de una mayor democracia. En vez de
reunir tres gatos más con “El Gato”, lo que requerimos hoy es entender, como
los chinos, que “todos los gatos cazan ratones” y responder al abuso
centralista de los gobernantes totalitarios, con la implacable bandera de la
Federación. Una propuesta coherente que llamaría la atención de muchos de
nuestros compatriotas, “estresados” hoy, porque
incrédulos en sus bondades, siguen desconfiando de la democracia, discrepan
en profundidad con el socialismo y se mantienen al margen de la necesaria
participación política. Obras son amores
y no buenas razones.
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