En el campo de las humanidades hay muchos conceptos disputados, pero pocos se discuten en tantos niveles diferentes como el de populismo. Los estudiosos ni siquiera se ponen de acuerdo en torno a la esencia del concepto, es decir, qué tipo de cosa es. Algunos hablan del populismo como de una ideología; para otros, es un movimiento, una estrategia, un estilo... No es sorprendente que varios estudiosos rechacen totalmente el concepto. Pero, tras ese debate, existe un consenso sobre dos elementos que pueden ayudar a explicar en parte la supervivencia del concepto: el populismo trata sobre todo del pueblo, elpopulus (singular) o populi (plural); el populismo está estrechamente relacionado con la democracia (de masas).
Definir el populismo
Existe una auténtica plétora de definiciones de populismo en las distintas disciplinas de las humanidades. Aunque no es sorprendente que los economistas definan populismo de una manera muy distinta, por ejemplo, a los criminólogos, al igual que los historiadores con respecto a los sociólogos, incluso dentro de las diferentes disciplinas académicas son frecuentes definiciones muy distintas. En la ciencia política, el populismo suele definirse como estrategia política, estilo o ideología.
En la primera de esas tradiciones, la definición más influyente es la de Kurt Weyland, que entiende el populismo como “una estrategia política a través de la cual un líder personalista busca o ejerce el poder gubernamental a partir del apoyo directo, inmediato y no institucionalizado de grandes cantidades de seguidores generalmente no organizados”. El principal problema con las definiciones de populismo como estrategia política es que depende mucho de las regiones. Aunque puede definir la mayor parte de los fenómenos que normalmente se consideran populistas en América Latina, no es el caso de América del Norte o de Europa. Si el populismo norteamericano encontró muchas de sus expresiones más relevantes en movimientos sin líderes, desde el histórico movimiento populista al actual Tea Party, en Europa el populismo se expresa de forma especialmente notable dentro de partidos políticos más o menos establecidos. En resumen, esta definición es demasiado limitada.
Las definiciones de populismo como un estilo particular de comunicación política son populares en la academia y en los medios. El populismo se define sobre todo como un estilo comunicativo específico, excesivamente emocional y simplista, que busca complacer al “hombre común” usando su lenguaje. Si la definición estratégica es demasiado estrecha, la definición estilística resulta demasiado amplia. Complacer al “pueblo” haciendo demasiadas promesas y pronunciando eslóganes simplistas es sin duda válido para todos los fenómenos populistas, al menos en algunos momentos. Sin embargo, hay pocos líderes y organizaciones políticos que no usen ese estilo político, que se ha convertido en el estilo por antonomasia de los debates políticos modernos. Por ello, esta definición combina la ventaja de incluir todos los fenómenos populistas con la desventaja de no excluir a los que no son populistas.
En los últimos años, cada vez más politólogos han definido el populismo como una ideología o discurso. Aunque los detalles de las definiciones varían, casi todas comparten al menos dos componentes: una oposición fundamental entre “el pueblo” y “la élite” y el populismo está del lado del “pueblo”. Muchas definiciones destacan la importancia del “sentido común” o la “voluntad general” del pueblo, que vinculan explícita o implícitamente con una concepción rousseauniana de la democracia. En la línea del creciente consenso en este campo, propongo la siguiente definición de mínimos: “El populismo es una ideología de núcleo poroso, que considera que la sociedad está dividida en dos grupos homogéneos y antagónicos –‘el pueblo puro’ frente a ‘la élite corrupta’–, y que sostiene que la política debería ser una expresión de lavolonté générale (voluntad general) del pueblo.”
La principal virtud de esta definición es que incluye los fenómenos populistas más importantes que estudia la literatura sobre el tema, en diferentes regiones y períodos históricos, pero al mismo tiempo excluye muchos otros fenómenos políticos. Y, lo que es más importante, según esta definición el populismo se opone fundamentalmente al menos a dos elementos: el elitismo y el pluralismo. Por tanto, importantes ideologías políticas como el conservadurismo o el marxismo-leninismo quedan excluidas a causa de su elitismo, mientras que ideologías como la democracia cristiana o la socialdemocracia son excluidas por su apoyo esencial al pluralismo político.
Sin embargo, esta definición presenta al menos un problema importante: cómo establecer si el populismo es un rasgo ideológico y no simplemente una estratagema política destinada a obtener el apoyo de las masas. En otras palabras, ¿los populistas creen de verdad en su propio populismo? Es un problema importante y no resulta fácil resolverlo, ya que no podemos entrar en las mentes de los populistas ni en el círculo interno de los movimientos y partidos populistas. No obstante, no es un problema exclusivo del populismo: a menudo se ha detectado en el caso del nacionalismo (por ejemplo, en debates sobre el ex primer ministro eslovaco Vladimír Mečiar o el difunto Slobodan Milošević, presidente de la antigua Yugoslavia). Y si tenemos en cuenta las muchas concesiones que realizan los políticos profesionales, especialmente en democracias basadas en el consenso, el problema de establecer la frontera entre ideología y estrategia parece relevante para virtualmente cualquier ideología existente.
Una concisa visión general de los fenómenos populistas
La principal virtud de las definiciones de mínimos es que tienen un máximo alcance (extension), pero esta amplitud se produce a expensas de la profundidad (intension). La definición del populismo que se ha presentado aquí es válida para prácticamente todos los fenómenos populistas importantes que estudia la literatura sobre el tema, independientemente de áreas geográficas y períodos históricos. Al mismo tiempo, excluye muchos agentes políticos importantes, como el expresidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva, el Partido Conservador británico, el movimiento pacifista europeo, el Congreso Nacional Indio, el movimiento antiapartheid en Sudáfrica o el Partido Demócrata en Estados Unidos.
Los primeros dos movimientos populistas de la historia identificados en la mayor parte de los estudios son los narodniki rusos y los populistas estadounidenses. Estos dos grupos, mayoritariamente carentes de líderes, emergieron en la segunda mitad del siglo XIX, y definían su lucha populista en los términos de unos campesinos puros enfrentados a una élite urbana corrupta. Pero mientras que los narodniki eran un pequeño grupo de intelectuales urbanos, que se fueron a vivir con los campesinos en atrasadas zonas rurales, los populistas estadounidenses eran campesino s locales, que se organizaban sobre todo de forma local y regional, sin una estructura fuerte o un líder poderoso.
En América Latina, en cambio, el populismo siempre ha estado vinculado a líderes poderosos (y de sexo masculino), llamados caudillos, desde el presidente mexicano Lázaro Cárdenas y el presidente brasileño Getúlio Vargas en la década de 1930, pasando por el presidente argentino Juan Perón y el político peruano Víctor Haya de la Torre en los años setenta, hasta llegar a políticos contemporáneos como el presidente ecuatoriano Rafael Correa y el presidente venezolano Hugo Chávez. Aunque estos caudillos presentan grandes diferencias en sus políticas económicas, que varían desde el socialismo hasta el neoliberalismo, y han actuado tanto desde partidos recién formados y débiles como sobre la base de partidos fuertes y establecidos mucho tiempo atrás, todos comparten una ideología populista central que corresponde a la definición anterior.
Europa no tiene una larga tradición populista. A principios del siglo XX existieron algunos movimientos populistas agrarios en Europa oriental, pero la mayoría de ellos fueron conquistados o reprimidos por regímenes autoritarios antes de que cinco décadas de comunismo borrasen la mayor parte de su legado (con algunas excepciones notables, como Bulgaria, Hungría y Polonia). Pese al impacto de la Revolución francesa, las élites dirigieron la mayor parte del proceso de democratización de Europa occidental, y la mayoría de los partidos políticos de la región fueron más elitistas que populistas durante la mayor parte del siglo XX: es el caso de la mayoría de los demócratas cristianos, socialdemócratas e incluso comunistas (exceptuando algunos pequeños partidos maoístas).
En la década de 1980 aparecieron nuevos partidos políticos, en parte como consecuencia de los nuevos movimientos sociales de los años setenta. Mientras que los partidos ecologistas usaban en ocasiones la retórica populista, nunca fue un rasgo ideológico central. En cambio, los primeros partidos de la derecha radical de la “tercera ola” eran bastante elitistas en su fase inicial, pero a mediados de los años ochenta se reinventaron y se presentaron como las más ruidosas y populares “voces del pueblo”. Actualmente, los partidos populistas de la derecha radical –que combinan populismo, autoritarismo y xenofobia– están representados en aproximadamente la cuarta parte de los países europeos y son (de manera intermitente) actores políticos importantes en unos diez países.
Los primeros partidos entraron en los parlamentos de Europa occidental en los años ochenta –es el caso del Bloque Flamenco (VB) en Bélgica y el Frente Nacional (FN) en Francia–, pero hasta los años noventa no empezaron a romper su aislamiento político y a tener un peso considerable en la política europea. La Liga Norte (LN) en Italia fue la primera en entrar en el gobierno, en 1994, y el Partido de la Libertad de Austria (FPÖ) lo hizo en 2000. Además, formaciones como el Partido Popular Danés (DFP) y el Partido por la Libertad (PVV) en Holanda son partidos cruciales en los gobiernos en minoría de sus países.
En la Europa poscomunista también han surgido partidos populistas de la derecha radical. Entre los pocos que obtuvieron buenos resultados en los años noventa se encontraban los republicanos checos (SPR-RSC) y el Partido de la Gran Rumania (PRM): ambos son (casi) insignificantes en la actualidad. Además, los turbulentos años noventa vieron la aparición de una hueste de idiosincrásicos partidos populistas (normalmente de vida breve) que se organizaban en torno a un líder dominante, como el Movimiento Popular de Letonia (con Joachim Siegerist), el Partido Popular X en Polonia (con Stanisław Tymiński) y el Movimiento por una Eslovaquia Democrática (con Vladimír Mečiar). En la actualidad el populismo adopta apariencias muy distintas en la región: desde el populismo de derecha radical de partidos como Jobbik en Hungría hasta el “populismo de centro” de Asuntos Públicos (VV) en la República Checa o el populismo de izquierda de Dirección (Smer) en Eslovaquia.
Y aunque la derecha radical es la representante de la política populista que obtiene mejores resultados en (la antigua) Europa occidental, no es la única. Existen los llamados populistas neoliberales –entre los que destacan la (ahora difunta) Lista Pim Fortuyn (LPF) y Forza Italia(FI) del ex primer ministro italiano Silvio Berlusconi–, populistas de izquierda como La Izquierda en Alemania, y un grupo creciente de partidos populistas idiosincrásicos como la Lista Dr. Martin en Austria o el Movimiento de Palikot en Polonia.
Algunas de las nuevas democracias de África y Asia también han visto un aumento de actores populistas.Aunque la mayoría encajan en el modelo latinoamericano de líderes fuertes y partidos pequeños, especialmente el derrocado líder tailandés Thaksin Shinawatra, en otros casos los líderes populistas han llegado al poder al mando de partidos que no tenían tradición populista, como el expresidente coreano Roh Moo-hyun o el actual presidente sudafricano Jacob Zuma.
Finalmente, las crisis económicas de las últimas décadas han producido muchos movimientos populistas, especialmente en América Latina. Ahora que la crisis económica ha golpeado también a los países más ricos de Norteamérica y Europa occidental, la retórica y las protestas populistas se han vuelto todavía más comunes. En ningún lugar resulta más visible que en Estados Unidos, donde los principales movimientos de derecha y de izquierda son fundamentalmente populistas. Mientras que el Tea Party se pone del lado de los “estadounidenses corrientes” en su combate central contra el “corrupto Washington”, Occupy Wall Street defiende al (buen) 99% frente al (corrupto) 1% de Estados Unidos. Incluso los movimientos inicialmente favorables a la democracia que constituyen (constituían) la llamada primavera árabe expresan fuertes sentimientos populistas.
Populismo y democracia
Uno de los aspectos más discutidos del populismo, y sin duda la razón principal del gran interés que despierta el fenómeno, es su relación con la democracia. De nuevo, las opiniones sobre el asunto presentan marcadas diferencias. La mayoría de los estudiosos, especialmente en Europa, creen que el populismo es inherentemente antidemocrático. A menudo usan terminología psicológica y lo califican de “trastorno democrático”, “patología” de la democracia o “estilo paranoico en política”.[12] Sin embargo, algunos estudiosos, especialmente en Estados Unidos, creen que el populismo es totalmente democrático, incluso la forma última de la democracia. Esas diferencias de opinión son en parte resultado de la gran variedad de definiciones empleadas en el campo, y en parte de la falta de investigación empírica. Pese a todo el debate, la relación entre populismo y democracia es generalmente más formulada que investigada. No obstante, tanto en la teoría como en la práctica, esa relación es extremadamente ambigua y compleja.
Teóricamente, el populismo no es antidemocrático; acepta la soberanía popular y el gobierno de la mayoría. Es, sin embargo, contrario a la democracia liberal: el hecho de que muchos autores empleen la palabra democracia para hablar de la democracia liberal puede explicar el predominio de las evaluaciones negativas del populismo. El populismo es esencialmente contrario a la democracia liberal porque se opone al principio del pluralismo y a la práctica de la concesión. Es una ideología monista, que considera “el pueblo” y “la élite” algo homogéneo y carente de divisiones. Por eso, se opone fundamentalmente al pluralismo y percibe los derechos de las minorías como “intereses especiales” de “la élite” que (en un mundo que funciona como un juego de suma cero) se imponen a expensas del “pueblo”. Por eso, también rechaza la política de la concesión: cree que existe una voluntad general de (todo) el pueblo, y defiende que la política puede y debería beneficiar a todo el pueblo. Además, como se basa esencialmente en una divisoria moral, dentro del populismo las concesiones significan que “los puros” son manchados por “los corruptos”, lo que produce la corrupción de “los puros”.
En la práctica, los populistas han fortalecido el sistema democrático en su país (como Morales en Bolivia) y también lo han destruido (como Fujimori en Perú). En línea con la relación teórica, los populistas tienden a apoyar y fortalecer aspectos de la soberanía popular y el gobierno de la mayoría: por ejemplo incluyendo a grupos previamente excluidos o marginalizados y apoyando o empleando instrumentos políticos plebiscitarios como referendos o iniciativas populares. Al mismo tiempo, tienden a tener dificultades a la hora de proteger a las minorías o de crear contrapesos a los poderes del ejecutivo: se acusa a esos contrapesos de socavar la voluntad de la mayoría (o “voluntad general”). Desde Berlusconi en Italia hasta Chávez en Venezuela, los populistas han atacado los tribunales cada vez que estos se oponían a sus medidas, reprochándoles ser voces de una élite corrupta y opuesta a la vox populi (la voz del pueblo): es decir, a los populistas. Pero, aunque pueden impulsar una extrema forma de gobierno de la mayoría organizado en torno a un ejecutivo dominante, pocas veces han buscado el fin de la democracia como tal (es decir, de la soberanía popular y el gobierno de la mayoría).
¿Una teoría del populismo?
No solo no existe ninguna teoría dominante del populismo, sino que poca gente ha intentando desarrollar una. El sociólogo austriaco Werner W. Ernst escribió un capítulo titulado “Hacia una teoría del populismo” en 1987, pero en realidad se trata más bien de un intento de llegar a una definición (más) clara del populismo. Recientemente, un grupo de economistas desarrolló “una teoría política del populismo”. Sin embargo, puesto que definen el populismo como “la ejecución de medidas que reciben el apoyo de una parte significativa de la población, pero que en último término perjudican los intereses económicos de esa mayoría”, su teoría carece claramente de la neutralidad académica y la precisión analítica necesarias para que resulte útil en cualquier estudio serio del populismo.
Ante las diferentes formas en las que el populismo encuentra expresión, incluso en similares regiones geográficas y períodos históricos, no creo que la búsqueda de una teoría aplicable a todos los populismos sea particularmente útil. Me temo que conduciría a teorías muy abstractas que son esencialmente triviales: por ejemplo, las distintas teorías de la modernización que sostienen que los procesos modernizadores (la globalización sería el último de ellos) dan lugar al populismo. En primer lugar, esa tesis es muy vaga. ¿Quiénes son los “perdedores de la modernización”? ¿Se les define en términos de una privación absoluta o relativa? En segundo lugar, la tesis está muy poco teorizada en sus formas actuales. ¿De qué manera el proceso abstracto de la globalización hace que un “perdedor” particular apoye a un actor populista específico? En tercer lugar, y de forma más grave, existen crecientes pruebas empíricas que muestran que –al menos en Europa– los “perdedores de la modernización” (como quiera que los definamos) no son el principal sostén de los partidos populistas.
Por tanto, creo que el desarrollo de teorías de nivel medio sobre el populismo puede dar mejores frutos. En vez de explicar todos los populismos, sin tener en cuenta su contexto, las teorías deberían en primer lugar intentar explicar de forma adecuada ciertos tipos de populismo en regiones o períodos concretos (por ejemplo, el neoliberalismo latinoamericano a finales del siglo XX o la derecha populista radical de la Europa contemporánea). Después, los estudiosos del populismo pueden pasar a teorías de un tipo específico en distintas regiones y períodos (por ejemplo, una comparación entre el populismo de izquierda latinoamericano de los años setenta y el de comienzos del siglo XX), o de distintos tipos de populismo en la misma región o período (por ejemplo, el populismo del Tea Party y de Occupy Wall Street en los Estados Unidos contemporáneos).
Como el populismo va (casi) siempre acompañado de otros rasgos ideológicos (por ejemplo, agrarismo, nacionalismo, neoliberalismo), uno de los mayores desafíos de los estudios sobre el populismo es identificar la contribución específica del populismo a los fenómenos populistas. Por ejemplo, gran parte de la literatura sobre los partidos de la derecha radical populista considera la xenofobia un elemento intrínseco del populismo y, por tanto, explica el ascenso del populismo como una reacción a la inmigración de masas. Aunque esta explicación puede merecer algún crédito con respecto al populismo de la derecha radical en Europa occidental, no resulta muy adecuada para los muchos fenómenos populistas que se producen en otras partes del mundo, como en Latinoamérica, donde el populismo no va unido a la xenofobia, y donde la inmigración de masas no es un fenómeno o asunto importante.
¿Qué añade el populismo a los partidos de la derecha radical? ¿La oposición de esos partidos al pluralismo se debe a su populismo o a su xenofobia? Idealmente, seríamos capaces de comparar los partidos de la derecha radical con los partidos populistas de la derecha radical en un escenario similar. Sin embargo, en la actualidad, acaso como consecuencia de un “Zeitgeistpopulista”, en Europa no hay partidos de la derecha radical que no sean populistas. Quizá resulte más prometedor establecer una comparación entre los líderes de la izquierda populista y la izquierda no populista en la América Latina contemporánea. Dicho esto, la mayoría de los populistas de izquierda también se diferencian de los no populistas de izquierda en factores distintos al populismo.
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