Latinoamérica sufre una verdadera peste de políticos arrogantes que creen
ser el centro mismo del universo, especies de Luis XIV, siempre listos para
lanzar sus cañones contra sus adversarios. Estos sujetos gobiernan y conducen
los asuntos de sus Estados como predestinados capaces de transformar al mundo y
como dioses crear hasta un hombre nuevo; un individuo a la imagen y semejanza de
ellos mismos: Un Hombre “perfecto”.
A lo largo de la historia de la humanidad esos hombres mesiánicos han
terminado por hundir a sus países en terribles desgracias, guerras y hambrunas.
Pero la verdad es que estos “superhombres” son individuos esencialmente
débiles, que sucumben ante manipulaciones de individuos o grupos de intereses,
quienes tras bambalinas terminan conduciendo los asuntos en los Estados.
En la película el Abogado del Diablo, Al Pacino acuño aquella famosa
frase: “La vanidad es definitivamente, mi pecado favorito”, porque la vanidad
es ciertamente una debilidad humana fácilmente de usar y las técnicas de
manipulación están al alcance de cualquier mente medianamente inteligente, que
a la postre disfruta de los réditos o beneficios de los llamados hombres de
Estado que padecen esta deficiencia o pecado capital.
En la tragedia Shakesperiana del Rey Lear, la vanidad es la causa de la
desgracia del protagonista. Lear como recordarán, decide un día no seguir
gobernando y repartir su reino entre sus tres hijas, la que sea capaz de
expresar su amor con superior elocuencia se llevará la mayor parte del reino.
Las dos hijas mayores se desviven en adulaciones, pero la menor que, realmente
lo ama, no logra llenar las expectativas de su vanidoso padre, quien la
deshereda. Una vez con el poder, las hijas le quitan al Rey Lear, las riquezas,
el imperio y la dignidad. Este termina junto con su bufón, en la más absoluta
pobreza, loco y abandonado.
Esta tragedia nos permite reflexionar hasta donde los autócratas
vanidosos son capaces de arrastrar a sus pueblos y a sus ciudadanos. Los
autócratas son perfectos imanes para atraer aduladores, individuos sin
integridad, sin orgullo sin conciencia, capaces hasta de arrastrase y realizar
sin objeciones cualquier cosa inmoral, para aumentar su poder, rango o
patrimonio.
Fidel Castro y los presidentes de los países del Alba encarnan fielmente
a las hijas del Rey Lear, quienes han manipulado al venezolano Chávez,
aprovechando su personalidad megalómana, para superficialmente engrandecerlo
como líder continental y pegarse como sanguijuelas al erario público
venezolano, y así mantener sus privilegios, sustentar a sus gobiernos
decadentes y sus influencias hemisféricas.
El antídoto contra el pecado capital de la vanidad del que disponen los
pueblos para evitar tragedias en sus países, incluyendo la desgracia de de sus
propios líderes es la democracia y la independencia de los poderes públicos,
limitando las atribuciones de los gobernantes y las acciones de los aduladores
que inevitablemente los acecharán.
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