sábado, 28 de abril de 2012

ÁNGEL AMÉRICO FERNÁNDEZ, EL ÁGORA ENCONTRADA: DEMOCRACIA PROFUNDA

“La tiranía contradice la esencial condición humana de la pluralidad, el actuar y el hablar juntos, lo cual constituye la condición de todas las formas de organización política…Ser político, vivir en polis, significaba que todo era decidido a través de las palabras y no por la fuerza y la violencia". Hannah Arendt

El espíritu griego de la antigüedad clásica  cultivó la idea de democracia directa que a veces es invocado de forma interesada para nutrir la plataforma crítica desde la que se intenta torpedear las formas políticas liberales

Más allá de las estructuras funcionales y procedimentales de la democracia formal condensada en instituciones, poderes en delicada balanza de contrapesos, elecciones libres, jueces independientes, actos de gobierno bajo escrutinio público y Estado de derecho, el mundo viene presenciando la emergencia de un conjunto de condiciones objetivas en el orden social, tecnológico y comunicativo que hacen posible tensar el pensamiento para explorar formas profundas de democracia que trastoquen de modo definitivo el dilema entre formas  liberales y formas comunales o colectivistas en la construcción de modelos de convivencia política.

El espíritu griego de la antigüedad clásica  cultivó la idea de democracia directa que a veces es invocado de forma interesada para nutrir la plataforma crítica desde la que se intenta torpedear las formas políticas liberales al describirlas como simple “democracia burguesa” o ligada a cierta lectura de la representación como “escamoteo” de las mayorías en beneficio de ciertas élites que serían bajo esta óptica realmente las representadas junto a sus intereses económicos y financieros. Así se ha construido en el imaginario socialista dogmático la idea de política como “gran teatro”, un tinglado montado por la burguesía donde desfilan personajes en medio de discursos y prácticas egoístas en un juego de simulaciones orientado a ocultar el verdadero contenido de la historia ¡verbigracia! la lucha de clases.

En relación a la democracia directa de Grecia clásica es necesario apuntar que su solidez funcional se hallaba en el escaso número de ciudadanos, acaso unos 10.000 en Atenas, que asistían a las deliberaciones de la Asamblea Popular celebradas en el ágora o plaza pública, donde por lo general el  orador más elocuente se llevaba los apoyos y los votos para los más encumbrados cargos públicos. Este dato histórico por si mismo explica las dificultades de monta para establecer en tiempos más recientes un régimen de democracia directa con poblaciones gigantescas de millones de personas, pero la modernidad intentó corregir esa dificultad apelando a la fórmula de la representación. De este modo, se levantaron sistemas de elecciones con base en la voluntad popular mediante el sufragio donde opera la “delegación del poder” en manos de legisladores y ejecutivos que representan al pueblo.

Otra cosa distinta es la idea de “democracias populares” o las expresiones políticas  del imaginario socialista y sus encarnaciones reales o históricas asociadas a organizaciones colectivistas o comunales de trabajadores. Estas estructuras corresponden a una suerte de ingeniería socio-política que amén de presentarse ambiciosamente como crítica y superación de la democracia liberal han devenido aberraciones bonapartistas, contienen la huella de la deriva totalitaria con el formato Comunas-Estado-Partido y, más bien, configuran una regresión histórica con respecto a las formas políticas republicanas. Ello sin contar todo un historial de prácticas sociales que en el último siglo han operado como un cerrojo para el individuo y en el presente su tendencia es el agotamiento y la clausura.

Desde esta perspectiva, no cabe la menor duda de que el sistema político que abreva en las fuentes del liberalismo clásico, si bien no es perfecto, ha resultado en la práctica el más eficaz para resguardar la democracia, los derechos ciudadanos y una concepción del poder que facilita el gobierno en equilibrios. Por tanto, es un antídoto contra el poder absoluto y al propio tiempo crea un andamiaje para procesar las “contradicciones” inherentes a la dinámica del sistema social. Pero además, su carácter abierto, plural y flexible permite un espacio más o menos poroso para luchar por la igualdad de oportunidades en el marco de la Constitución.

En este sentido, uno de los más graves errores del ideario marxista y socialista ha sido precisamente desconocer los avances y el contenido humanista del modelo político liberal. La simplicidad acrítica de equipararlo con modelo burgués o “Estado burgués” o “con gobierno de los ricos”,  le indujo ceguera para leer en limpio un cifrado que ubica al ciudadano al frente de herramientas para lidiar con el poder, con vías para luchar por espacios de igualdad, con instituciones para hacer que el poder justifique sus acciones y sean objeto de escrutinio público como decían Kant y Bobbio. Desde esta perspectiva conviene recuperar la aclaratoria de Fernando Mires a un lector/interlocutor en relación al binomio democracia/justicia social: “Yo creo que hay una confusión, y no sólo es suya. Justicia social y democracia son dos cosas muy diferentes. La democracia es una forma de gobierno y de organización política y esa forma no garantiza de por sí la desaparición de las desigualdades sociales. Lo que sí otorga la democracia son vías para que la lucha por una mayor igualdad sea posible. Esas vías no existen en una dictadura. Y por supuesto, son muy importantes. En democracia usted tiene la posibilidad de elegir su partido para luchar por la igualdad social, y si no hay ninguno, puede fundar uno. Hay en este punto, creo yo, un gran malentendido: El capitalismo es una forma de organización económica. La democracia, en cambio, es una forma de organización política” (1).

Sin embargo, nuevos agenciamientos colectivos de enunciación, la configuración de una sociedad del conocimiento, las nuevas tecnologías comunicacionales, los emergentes  “juegos de lenguaje”, las redes telemáticas desplegadas como “redes sociales” representan un nuevo equipamiento tecnológico e intersubjetivo que permite tensar el pensamiento en las propias fronteras para meter el escalpelo en el modelo liberal, no para suprimirlo, sino para superarlo, para efectuar una suerte deAufhebung , término del alemán tomado de la filosofía de Federico Hegel que tiene la riqueza expresiva para significar “superar y conservar” al mismo tiempo. De modo, que la forma política liberal tiene que ser superada, pero conservando toda su médula racional y humanista que es mucha y tensada al máximo hasta para que haga puente con los nuevos agenciamientos “informacionales” y la socialidad de redes que se ha configurado como uno de los signos esenciales de la posmodernidad.

Es en este punto donde se hace posible pensar un modelo político de democracia profunda que recupere el espíritu de la polis griega en su carácter dialógico/deliberativo, que conserve la arquitectónica liberal del estado de derecho y la balanza de poderes autónomos junto a los espacios porosos y abiertos con herramientas para la lucha por la igualdad, pero que al propio tiempo constituya un rebasamiento de su forma clásica hacia una configuración posmodernizada que supone insertar en el sistema político un diálogo entre Estado y Sociedad civil, que implique la participación de los actores no meramente representativa ni tampoco funcionalizada por la ficción de un Poder comunal, sino el envite discursivo directo del ciudadano a través de las nuevas tecnologías de la comunicación que hacen posible la configuración de “redes sociales” o la “sociedad red” (Manuel Castells) como condición objetiva para el retorno de la “democracia dialógica” en el espíritu de la antigua polis de Atenas, pero con otras estructuras que dispuestas en intertexto conserven la semilla racional del liberalismo clásico y adopten la socialidad red como aporte singular de la posmodernidad.

Siguiendo el rastro de Hannah Arendt en una obra de sensible agudeza, es posible apreciar su inspiración en la edad de oro griega para hallar una “comunidad de habla” como fundamento de lo político sustentado en la pluralidad, el diálogo y el consenso.  La pluralidad es la verdadera fuente del poder legítimo en cuanto se origina en el diálogo y en los acuerdos para actuar juntos. “La tiranía contradice la esencial condición humana de la pluralidad, el actuar y el hablar juntos, lo cual constituye la condición de todas las formas de organización política…Ser político, vivir en polis, significaba que todo era decidido a través de las palabras y no por la fuerza y la violencia (2).

Arendt visualiza en la crítica del juicio o “facultad de juzgar” de Kant una clavija maestra para fundamentar la política rebasando el solipsismo del sujeto ético con su conciencia en aras de avanzar hacia la categoría de “juicio compartido” como base objetiva para juzgar la problemática humana y la creación de sociedades viables desde el lugar de una “comunidad de habla”.

En efecto, Kant en su abordaje de los juicios estéticos había logrado mostrar el papel jugado por el juicio reflexivo ante una vivencia personal de “gusto” o de “belleza” que se convierte en relevante para el sentido común de la gente que ha compartido la experiencia en cuestión. El juicio reflexivo supone entonces elevar las pretensiones de validez general por parte del sujeto hacia otros, rebasando la subjetividad inicial de su punto de vista en busca de consenso en una comunidad o público. Por tanto, es esencialmente deliberativo. “…He aquí lo que sólo puede servir de medida subjetiva a esta finalidad estética, pero incondicional de las bellas artes, que debe tener la pretensión legítima de agradar a todos. Así como no se puede asignar a esta finalidad ningún principio objetivo, no hay más que una sola cosa posible, y es que tiene por fundamento a priori, un principio subjetivo, y sin embargo universal” (3).

Es la noción de “juicio compartido” ligado a “capacidad de juzgar” la clave que le permite a Arendt extrapolar las implicaciones éticas y políticas por la posibilidad de comunicar los juicios que pone en el tamiz su valor intersubjetivo y, por tanto, sirve para fundamentar la acción humana en términos deliberativos teniendo a la base una comunidad de habla.

En el punto de la razón comunicativa se encuentra la propuesta teórica de Jurgen Habermas de una ética del discurso, capaz de apalancar  la búsqueda cooperativa de la verdad, en virtud de ser una experiencia abierta a “la capacidad de aunar sin coacciones y de generar consenso que tiene un habla argumentativa en que diversos participantes superan la subjetividad inicial de sus diferentes puntos de vista y merced a una comunidad de convicciones racionalmente motivadas se aseguran…de la unidad del mundo objetivo y de la intersubjetividad del contexto en que desarrollan sus vidas”(4). De esta manera se perfila una situación “contrafáctica” de diálogo ideal para salirle al paso a las perlocuciones (Austin) y explicitar los presupuestos formales de una comunicación no habitada por relaciones de poder. Dice Habermas: “Los participantes en la argumentación tienen que presuponer que la estructura de su comunicación…excluye toda otra coacción, ya provenga de fuera de ese proceso de argumentación, ya nazca de ese proceso mismo, que no sea la del mejor argumento. (5).

A estas alturas del debate, es posible disponer de un arsenal teórico muy variado que va desde la idea de diálogo de Atenas, el aporte del iusnaturalismo en materia de derechos del hombre, la arquitectónica del  liberalismo clásico, el uso público de la razón y el “juicio reflexivo” de Kant, la “comunidad de habla” de Hannah Arendt y, finalmente, la densidad de Habermas en términos de la “razón comunicativa” y ética del discurso para pensar en la posibilidad de una democracia profunda que permita recuperar y tensar al máximo su carácter deliberativo, apostar por un retorno del ágora, la posibilidad de lo político jugado en la argumentación. Existe toda una tradición teórica y filosófica que traza una hermenéutica y unos fundamentos, pero además existen las condiciones tecnológicas para tomar distancia neta de aquellos que gustan de las etiquetas y cantan una “utopía comunicacional”. Los avances posmodernos de la informática y la telemática que han configurado la sociedad red constituyen un equipamiento tecnológico e intersubjetivo que sería la base del ágora telemática, la instauración de una democracia profunda, profundamente deliberativa, profundamente libertaria, en la que los ciudadanos participen argumentando en la formulación de políticas públicas y, en el colmo del optimismo, en la formación de normas morales y de derecho. Los ciudadanos en red es la estructura básica de una “comunidad de habla” para la democracia profunda del siglo XXI.

                                                          Notas

1.       Mires, Fernando (2012) “El gran malentendido”, artículo en polisfmires blogspot.
2.       Arendt, Hannah, La condición humana, Buenos Aires, Paidós, 2009, P 47
3.       Kant, Immanuel, Crítica del juicio, p.168  (Internet).
4.       Habermas, Jurgen, Teoría de la acción comunicativa Tomo I, Taurus, Madrid, 1990, P.27
5.       Habermas, Jurgen, Ob. cit p.47

angelferepist@gmail.com

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3 comentarios:

  1. Excelente artículo, muy bien sustentado y las fuentes verificables...

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  2. Excelente artículo, muy bien sustentado y las fuentes verificables...

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  3. Paisano,excelente sintesis de afirmaciones principistas y de obligatoria consideracion política a los ciudadanos que se consideren como tales. A pesar de ser escrito en el 2012,no lo habia leido y se aproxima en contenido a un ensayo, que en esa misma dirección, publiqué en Enero del 2011,http://blogdelcnelbellorin.blogspot.com/2011/02/el-mito-de-las-mayorias.html. Muy bueno su escrito ..

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