domingo, 22 de abril de 2012

ALEXIS MÁRQUEZ RODRÍGUEZ / SI ÉL NO FUERA ASÍ

En los primeros años de eso que algunos pomposamente llaman “el proceso”, cuando se comentaba lo escatológico del lenguaje de Chávez  solía decirse, para justificarlo, “es que él es así”. Lo decían, más que todo, las mujeres chavistas, como en una noble expresión de instinto maternal.
 “Ser así”, al parecer, es lo que le permite, por ejemplo, llamar “plasta” a una sentencia del Tribunal Supremo de Justicia que iba contra sus personales deseos; decir, en presencia del cuerpo diplomático, encabezado por el Nuncio Apostólico, que la iglesia católica  venezolana  es un cáncer que hay que extirpar cuanto antes; afirmar que un candidato a la presidencia tiene rabo de cochino, trompa de cochino y gruñe como un cochino, y por tanto es un cochino; declarar que el presidente de Estados Unidos es el diablo, y que por donde pasa queda el olor a azufre; denunciar como ladrón y carterista a otro presidente de un país amigo, y, en fin, otras tantas barbaridades más.
O, más allá del lenguaje, asumir actitudes ridículas e infantiles,  como hacer todo tipo de desplantes en actos oficiales, como si se tratase de actividades domésticas o familiares, donde se puede tener  alardes de inmadurez y cometer todo tipo de desafueros y payasadas sin mayores consecuencias.
Parecían ignorar aquellas damas que alguien puede “ser así” en su casa, entre sus familiares y gente más cercana, pero no puede  serlo un jefe de estado y de gobierno, menos aún en actos oficiales y a través de los medios de comunicación, esos que en cuestión de segundos dan la vuelta y divulgan las noticias al mundo entero. Y que existe lo que se llama la  majestad del poder, a la cual los gobernantes, aun los más  verdaderamente revolucionarios, tienen que adaptar su  comportamiento, incluso su lenguaje.
Y le tienta a uno preguntarse qué habría pasado en nuestro país en los últimos trece años si Chávez no “hubiese sido así”, y si se hubiese  dedicado de verdad a gobernar, en lugar de hacer impertinencias y payasadas. Y además, si la caterva de ministros, diputados y demás funcionarios a su servicio fuesen auténticamente revolucionarios, y tuviesen el coraje de “echarle un parao” a su jefe cuando incurre, como  pasa a cada rato, en sus desplantes, impropios de un gobernante, por modesto que  sea el país donde gobierne. Para eso, precisamente, son los ministros, para orientarlo y marcarle el buen camino, y no para servir de complacientes amanuenses y mandaderos del presidente.
Al hacer este tipo de reflexiones nos damos cuenta de la mala  suerte que ha tenido el país, al comprender la amarga historia de las oportunidades perdidas. De ser el gobierno que mayor suma de poder ha tenido en nuestra historia, el de Chávez ha  pasado a ser el peor de todos los tiempos.
sabanaguan@yahoo.com

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