Como consecuencia de la
epidemia política desatada en esta Venezuela desde hace 14 años por el gobierno
revolucionario socialista-comunista del Siglo XXI, donde la sociedad venezolana
está partida en dos para beneficio de muchos, algunos ciudadanos venezolanos
preñados de la cursilería característica de los fanfarrones, presumidos y
ostentosos se autodenominan “revolucionarios rojos-rojitos."
Para vanidosamente
ostentar ese título hay quienes se visten con franelas, camisas y chaquetas
rojas de marcas ¡por cierto!— y en no pocas ocasiones — lucen boinas rojas
parecidas a la del famoso guerrillero argentino Ernesto "Che"
Guevara. Pero, para ser un auténtico revolucionario no se requiere un vestido
especial; igual se puede lucir sotana, guayabera o chaleco de cualquier color,
vestirse de rojo, verde, amarillo, azul o morado o calzar sandalias, zapatos
deportivos o botas militares porque la lucha por las transformaciones sociales
no requiere de una indumentaria fijada ni de un color determinado.
Ser revolucionario es una
actitud, es una condición personal, es el comportamiento demostrado ante hechos
de la vida que requieren cambios drásticos que eliminen males sociales que
tiñen de vergüenza a esta nación. Los verdaderos revolucionarios son
persistentes en sus ideales y no claudican ante una corbata GUCCI, un
"cóctel" de langostinos o un whisky 18 años, porque son conscientes
que, alrededor de la opulencia, existe un pueblo azotado por el hambre, la
miseria, la extrema pobreza y la desesperación económica.
Los revolucionarios
economizan, comparten las necesidades de los demás, no despilfarran dinero en
aviones de lujo, automóviles último modelo 4x4, quintas de lujo o apartamentos
VIP en las más hermosas urbanizaciones de esplendor, ropa, calzado, perfumes y
joyas de firmas reconocidas, ni en juegos de suerte y azar, no son viciosos ni
se dejan embaucar por mujeres que venden caricias. Ellos aman a sus esposas, a
su familia, a sus hijos e hijas, a sus amigos o amigas y, por encima del
interés personal, piensan en el bienestar colectivo.
En el alma del revolucionario
arde el deseo, que algún día el hambre y la pobreza serán erradicadas y aquel
que busque un empleo para demostrar sus habilidades y ganar un salario justo
será contratado sin necesidad que "sea del partido que manda" o que
aparezca en la lista tascòn o maisanta, porque con el pan de los pobres no se
debe hacer política. El revolucionario es honrado; intenta persuadir y no
imponer sus ideas, escucha con atención y rebate con argumentos, no cae en la
vocinglería improductiva que clava la estaca del odio en el corazón de sus
adversarios.
El verdadero
revolucionario solo se arrodilla ante los altares consagrados a Dios y a la
patria. Derrama sangre, sudor y lágrimas por causas que dignifiquen a hombres y
mujeres que desean edificar una familia dentro de las paredes de un hogar
decente.
Ser revolucionario
significa constantes sacrificios destinados a la erradicación de esa lepra
espiritual que con cinismos algunos ostentan. El auténtico revolucionario no es
chulo, intrigante, conspirador, vago, dormilón, charlatán ni ladrón. Se yergue
ante los problemas y los desafía con la cruz o con la espada.
Cualquiera que se
considere revolucionario y piensa lograr cambios sociales vistiendo franela,
camisa o chaqueta roja rojita desde una oficinita, decorada con diplomitas o en
un restaurante de lujo frecuentado por ociosos, más que guerrero por el
bienestar común, debe buscar otra actividad porque el país está convirtiéndose
en una carpa circense donde se refugian muchos payasos oportunistas.
britozenair@gmail.com
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