jueves, 1 de marzo de 2012

ZENAIR BRITO CABALLERO: “EN VENEZUELA EDUCAMOS PARA EL TRABAJO O EDUCAMOS PARA LA VIDA”

El mundo está cambiando vertiginosamente, pero dicho cambio debe tener una dirección deseable. Corresponde a la Universidad, la instancia universal por excelencia, la responsabilidad de señalar destinos, sentidos, rutas y formas de andar. Y su misión, no puede seguir siendo la de formar exclusivamente para el empleo profesional.

Las Universidades, Institutos y Colegios Universitarios y los Centros de Investigación, deben convertirse en el espacio donde deben debatirse e integrarse toda la variedad de saberes que se producen en una sociedad, y no sólo aquellos que hasta este momento reconoce como suyos, es decir, aquellos producidos dentro de su seno o que cumplen con el rigor que ella establece.

La democratización de la Educación Superior en Venezuela, en tanto que institución, ha consistido en abrir cupos a través de la prueba de aptitud académica a una demanda creciente de bachilleres o a la creación de la misión Sucre y de la Universidad Bolivariana, pero no en abrirse campo a las demandas de la comunidad, bien sea tanto para dispensar las soluciones que se le solicitan, como para asimilar las soluciones que la propia comunidad ha ingeniado.

Aunque algo se ha avanzado en esta materia, la comunicación es todavía insuficiente y no es tan directa. Las Universidades han venido realizando notables esfuerzos por comprender y superar las dificultades pedagógicas de sus estudiantes, y una muestra de ello la tenemos en las bibliotecas, que están bien nutridas de estudios e investigaciones sobre este tema ( tesis de grado, trabajos de ascenso, ponencias, etc.), sin embargo, no se encuentran en la misma cantidad descripciones y explicaciones sobre el fracaso de los pueblos en vencer los obstáculos que se le presentan y en superar sus limitaciones.

Aunque parezca paradójico, los venezolanos y las venezolanas hemos sido eficientes en fracasar y en justificarnos: “la vinotinto ha sido descalificada para la obtención de la Copa Libertadores, pero jugamos bien….estamos mal, pero vamos bien”.

La educación formal tradicional, y en gran parte también la moderna, ha estado orientada fundamentalmente hacia dos direcciones: 1) hacia la adquisición de destrezas y técnicas para entrar en el mundo del trabajo, y 2) hacia la acumulación de conocimientos. Este ha sido el modelo social que ha servido de referencia a la educación en general, y de ello no escapa la Educación Superior. Con base en dicho modelo se diseña el currículo, se elaboran los planes de estudio y los programas de asignaturas, se incorporan los contenidos, se deciden las prioridades, etc. Por supuesto, no negamos la importancia de esta función: LAS UNIVERSIDADES DEBEN FORMAR LOS FUTUROS PROFESIONALES, pero ellas deben también FORMAR AL CIUDADANO.  Por esto, se hace necesaria la modificación de las políticas y estrategias de la Educación Superior, porque en nuestro sistema socio-educativo se observa, que el trabajo aparece concebido como una actividad económica, y como tal se lo relaciona con un balance de utilidad, de rendimiento o de productividad, y/o con la desutilidad, los costos o las pérdidas.

Lo cierto es, que por fuerza de la importancia que le atribuimos a la riqueza material y al consumismo, hemos terminado por convertirlo en un fin, en un mal necesario. En nuestra cultura, y en el fondo de nuestra conciencia, el trabajo significa más o menos, la sanción impuesta a Adán cuando Dios lo expulsó del Paraíso: “Ganarás el pan con el sudor de tu frente” Así, cuando preguntamos a los estudiantes universitarios respecto a la función de la Universidad, la gran mayoría responde que se trata, ante todo, de un establecimiento que prepara “PARA CONSEGUIR UN BUEN TRABAJO” aunque no faltan consideraciones en torno a que ello no siempre es posible.

Habría que indagar más acerca de si se está entendiendo “BUEN TRABAJO” como “CANONJÌA “o empleo fácil y bien pagado. De todos modos, la tendencia es pensar que la Universidad sigue siendo un canal de movilidad social vertical, y creer además que la formación que ella prodiga tiene el poder de hacer realidad el sueño. No obstante, a veces nos planteamos que en Venezuela pareciera ocurrir todo lo contrario, es decir, que un mejor nivel de formación puede ser una traba para lograr la inserción laboral: nos cansamos de escuchar: “me gradué de INGENIERO DE SISTEMAS pero no lo refiero en mi currículum porque estoy metiendo mis papeles para ver si consigo unas horas como docente en un Tecnológico”.

Los empleos que aparecen en los periódicos o que se están creando actualmente son, o de muy baja o de muy alta calificación y en la gran mayoría dependen del amiguismo, del partidismo o del jalajala a los Jefes. De ahí la proliferación de contrataciones con pago de honorarios profesionales por horas trabajadas, a destajo o por tiempo parcial como retribución a la genuflexión patronal.

Por otra parte, la explosión demográfica universitaria que ha venido caracterizando a nuestro país, no guarda correspondencia con la estructura del empleo ni con las posibilidades de absorción de todo este contingente profesional, porque el número de graduados aumenta más rápidamente que el número de empleos correspondientes.

Tal situación significa un gran sacrificio para la nación en un momento de enormes dificultades; por una parte se trata de la inversión pública en la educación, pero por otra parte, del gasto que ello representa para el interesado. Es un esfuerzo que no siempre se traduce en utilidad, al menos en el plano profesional Como podemos constatar, esta realidad nos enfrenta con una cuestión de fondo: aprender….sí, pero ¿aprender para hacer qué? Si bien esta interrogante no es nueva, en las circunstancias que estamos viviendo ella representa un   verdadero reto: “O EDUCAMOS PARA EL TRABAJO O EDUCAMOS PARA LA VIDA”

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