La visita de los
tres expresidentes desató el rechazo de los sectores oficialistas, pero su
mensaje atrajo la atención de propios y extraños de cara al país que se viene
En un país tan
erizado como la Venezuela bolivariana -donde la delincuencia y la policía se
disputan cuál comete crímenes más horrendos como el perpetrado por el CICPC
contra la joven Karen Berendique; donde se carece de electricidad y agua
potable por la insondables desidia del gobierno chavista, y a pesar de que los
ríos se desbordan; donde el jefe del Estado denuncia que hay un plan para
asesinar al candidato único de la oposición, pero no hace nada para detener y
castigar al pistolero que puso en peligro la vida de Henrique Capriles en
Cotiza- el mensaje transmitido por Fernando Henrique Cardoso, Felipe González y
Ricardo Lagos, asumió la sustancia de un bálsamo vigorizador.
Los días
anteriores a que esos tres distinguidos personajes les dirigieran sus palabras
a Venezuela, VTV desplegó su arsenal bélico contra el trío, y contra Juan Carlos Escotet y Banesco. Toda la
monserga cultivada por el régimen para desprestigiar la economía de mercado y
la propiedad privada de los medios de producción, se repitió maquinalmente.
Allí vienen los agentes del capitalismo decadente a defender un sistema cruel e
inhumano, repetían los monaguillos del canal de Los Ruices. Los medios del
odio, habría dicho Carlos Raúl Hernández, se activaron para intentar quitarle brillo a un evento que
por algún tiempo opacaría la desmesura de un régimen mediocre.
La estrategia
oficialista fracasó, como suele ocurrir en los últimos tiempos. La presencia de
los tres dirigentes hispanoamericanos atrajo la atención del país. Un sector
importante de los políticos, intelectuales, empresarios y académicos, esperó y
oyó sus intervenciones con atención. Y, claro, tratándose de figuras colocadas
muy por encima de la medianía, sus palabras trascendieron el lugar común. La
tríada asumió su condición de liderazgo destacando el compromiso con dos
valores esenciales: la democracia y la solidaridad. Sin estridencias, se
pasearon por la complejidad del ejercicio democrático en ambientes signados
secularmente por profundas desigualdades sociales.
Ninguno de ellos
cometió la indelicadeza de mencionar a
Hugo Chávez. Las normas de cortesía imponían referirse al comandantel solo en
términos amables. Este gesto habría denotado una burda hipocresía. Optaron por
lo más elegante: enjuiciar los componentes básicos del socialismo del siglo XXI
-el militarismo, el centralismo, la falta de independencia de los Poderes Públicos, el sectarismo y la
arrogancia, la exclusión de la iniciativa privada y el intervencionismo
enfermizo del Estado en la economía-,
pero sin mencionar al culpable, para que la herida fuera más dolorosa.
Las críticas a Wall
Street, a los desafueros del capital financiero internacional y a la supuesta
supremacía sin restricciones del mercado sobre la sociedad, se formularon desde
una posición en la que se reafirmó el compromiso con los más pobres. Solo que
esta lealtad con los más necesitados nada tiene que ver con fomentar el
revanchismo y el resentimiento social. La frase de Felipe -hay que repartir los
frutos que da el árbol, pero no el árbol- fue lapidaria. La obligación de
quienes creen en la equidad social y en la igualdad de oportunidades consiste
en crear las condiciones económicas y políticas que permitan ser competitivos
en un mundo cada vez más interconectado y exigente, aumentar la producción e
incrementar la productividad. Se distribuye la riqueza, el excedente, no la
escasez.
La distribución
equilibrada del ingreso nacional se ve favorecida en ambientes democráticos. En
sistemas donde las autoridades son electas a través del voto popular, compiten
fuerzas y partidos políticos por captar el favor de los ciudadanos. Dentro de
este esquema existen incentivos para que los gobernantes se desempeñen con
eficiencia. El voto pone, y también quita, a quienes asumen funciones públicas.
En este péndulo reside la ventaja comparativa de la democracia sobre toda forma
de dictadura. En los regímenes que se eternizan, y cuya legitimidad radica en
la posesión de los fusiles y el control de todas las instituciones públicas,
resulta altamente probable que impere la ineficacia, la desidia y la
corrupción. La opacidad en el manejo de las cuentas públicas se aloja en el
corazón de las autocracias.
En cambio, en la
posibilidad de castigar a quienes lo han hecho mal, elegir nuevos gobernantes
-en fin, en la alternabilidad- se encuentra la esencia de la democracia y la
máxima posibilidad de que el Gobierno se
ejerza para promover el crecimiento y el bienestar.
Cardoso, González
y Lagos representan a esa izquierda
que rompió con los dogmas del marxismo
petrificado y sus versiones más perniciosas: el cheguevarismo, el maoísmo y el
fidelismo.
Desde posturas
humanistas, y a la vez pragmáticas,
subrayaron que las transformaciones planetarias, que inevitablemente
afectan a cada país, solo pueden aprovecharse en cada realidad específica, si
el liderazgo entiende que cada país debe impulsar un proyecto compartido e
incluyente que sume a todos los sectores nacionales.
Los expresidentes
le dirigieron unas palabras a la Venezuela democrática que renacerá a partir
del próximo 7-O.
@tmarquezc
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