Ninguno quiso
inmiscuirse en asuntos venezolanos, pero el público no lo sintió así
La verdad, por
contraste, así sea en el plano teórico y en situaciones como la nuestra,
resulta, subversiva. Estamos seguros que ni Felipe González, ni Ricardo Lagos,
ni Fernando Henrique Cardoso, tres presidentes que de alguna forma debieron
enfrentar no solo las dictaduras imperantes en sus países sino procesos
políticos dirigidos al (re) establecimiento de la democracia, quisieron
interferir, directamente, en asuntos internos venezolanos. Mucho menos
despertar la ira fácil del comandante en jefe, cuya sensibilidad a las
críticas, proporcional al tamaño de sus infracciones a las reglas democráticas,
incita a la prudencia y a la mesura cuando se trata de hablar, incluso en
abstracto, sobre temas tan cotidianos como la pluralidad, la tolerancia o la
libertad.
Claro, alguien podría
hablar de una fijación, de una obsesiva tendencia a relacionar el caso
venezolano con reflexiones de carácter general como "... la esencia de la
democracia es la aceptabilidad de la derrota (Felipe González). O, al escuchar
decir a Cardoso que "la gente no acepta un socialismo que no incluya la
libertad. U observar a Lagos exclamar que "los presidentes deben pensar en
la próxima generación y no en la próxima elección".
¿Iban lanzados al
desgaire esas reflexiones? ¿Se trataba de expresiones dirigidas a todos en
general y a nadie en particular? ¿Habrían dicho lo mismo en un auditorium
bogotano, limeño o santiagueño? No lo sabemos, pero sí estamos seguros de que
en esas ciudades los públicos andan pendientes, incluso, angustiados, por dilemas
menos básicos que la sobrevivencia de la democracia o la existencia de un
socialismo que es militarismo.
Aún así, incluso si la
intención de los ponentes era otra muy distinta a la que interpretó el diverso
público caraqueño con sus reacciones, el resultado fue el mismo. Y no podía ser
de otra manera porque los tres tenores (lo dijo Cardoso) han vivido en carne
propia y con distintos tipos de sufrimientos y privaciones igual número de
dictaduras más o menos feroces, más o menos represivas, más o menos asesinas.
Pero no se trata de
simple retórica, saben de lo que hablan y el comedimiento de los tres quizás
obedezca a un cierto margen de credibilidad en el régimen venezolano. No en
balde González quería reunirse con Chávez, señal de que por lo menos puede ser
escuchado (no sería la primera vez) y reforzar en el enfermo de Miraflores la
idea de que, sobre todo en democracia, todo tiene su final, incluso un
insaciable apetito de poder que desaparece con el punto final de un texto
llamado elecciones. Así que, democráticos, pero subversivamente democráticos.
rgiusti@eluniversal.com
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