Un hombre tiene un sueño.
Da igual si de dominación
o de liberación, porque siempre se trata de una conquista.
Para llevarla a cabo,
siempre necesitará de otros como destinatarios, operarios o testigos. Y para
convocar sus voluntades habrá de narrarles su sueño con un atractivo sustento
que les sea común a pesar de sus distintos orígenes y expectativas de la vida. Y
les ofrecerá prebendas, prestigio, la historia, la gloria, mientras les hace
creer que no tienen otro futuro posible, aun si lo tuvieran. Y erigido en
líder, los ordenará por rangos y jerarquizará según su conocimiento, estirpe,
influencia y experiencia y los instará a jugarse la vida.
Hasta donde sé, esta es la
fórmula de todas las guerras.
Y sus más sanguinarios y
leales soldados estarán entre hombres y mujeres con historias dolorosas, cuyas
mentes y espíritus tienen motivos para albergar el resentimiento y ninguna
dificultad para trocarlo en violencia. Con escasa preparación y poco o ningún
cultivo de sus bondades inherentes, incapaces de superarse a sí mismos por la
vía del trabajo creativo y rebeldes para civilizarse porque están asqueados de
sí mismos y de los demás, en ellos también podría hallar nido la envidia. Y se
comportarán, en distintos grados, como supervivientes ansiosos de hallar
rostros culpables de su destino.
Por lo tanto, será fácil
señalarles que aquellos otros les hicieron ese daño y, por lo tanto, la
venganza debe ser contra aquellos, aunque ninguno de aquellos sea identificable
como agresor. Así, a falsos culpables, les llamarán enemigos.
Esta es la historia y,
según su dialéctica, sólo durante el fragor de la batalla todos somos iguales.
Iguales en la locura, en el odio, en la estupidez. Iguales, tan iguales, que
los artífices del enfrentamiento parecen carearse con la muerte, de la que
siempre huyen como nunca pueden sus soldados. Y a la cobardía, la historia
escrita por vencedores, la mostrará astuta y ágil como a los héroes.
Y luego, cuando retorna la
paz, el hombre vuelve a mirar su alma y espíritu, y se siente, se sabe
diferente y quiere expresar sus diferencias. Y todo vuelve a empezar,
irracionalmente, una y otra y otra vez.
Cambiar la acción de estos
hombres y mujeres pasa por cambiar el rostro al falso enemigo o hacerles ver
que su líder les ha engañado y sometido a una lucha estéril de por vida.
Pero pocos soportan el
dolor de ver a ese hombre que un día les dio un sueño y los lideró hasta la
muerte, como al mismo que los usó, sin pudor, ante su incompetencia y de manera
corrupta, para que engrandecieran su nombre, aumentaran su fortuna, le dieran
estirpe y garantizaran su futuro personal y el de su entorno y el de sus
familias... discriminando a los demás, mientras se reía de sus esperanzas y las
postergaba descaradamente en forma de promesas incumplidas.
No ven la radiografía de
su enfermedad.
Es su estilo ocultarla.
@cgomezavila
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