martes, 27 de marzo de 2012

CARLOS BLANCO: TIEMPO DE PALABRA: ODIAR A PRÓJIMO COMO A TI MISMO


¿Por qué el Presidente se trata su padecimiento en Cuba? Las respuestas parecen obvias, pero no lo son tanto.

Una respuesta es la debilidad terminal que siente por los Castro, en particular por Fidel. Allí funciona una devoción que ha sido documentada en discursos, regalos, intercambios y amapuches. La consigna que tiene la campaña de Hipólito Mejías en República Dominicana, “¡llegó papá!”, es asimilable al grito de júbilo que profiere el Comandante cuando se encuentra con su barbado mentor de quien ha confesado sentirse como hijo.

Otra respuesta es la de la seguridad. Ya se ha reportado el miedillo que posee al hombre. Hasta que apareció la dolencia los magnicidios que solía anunciar, dan cuenta de sus sustos; es de suponer que es más segura para la nomenclatura una isla-cárcel que un país en el que los respondones tienen más resquicios.

Una respuesta adicional es la del secreto. Los autócratas, más aun si son ajenos a cualquier escrúpulo, sienten una pasión irreflexiva por el secreto. En sus laboratorios se cocinan desastres, maldiciones, crímenes que no pueden revelarse sin pagar altísimos costos. En este caso, la incidencia de la enfermedad en la salud política de Venezuela y de Cuba, los obliga más al secreto, no tanto por los opositores venezolanos sino por la cúpula chavista que tiene a sus integrantes en la línea de partida, ansiosos y sudorosos, a la espera de la arrancada para despedazarse entre ellos por la antorcha de la sucesión.

Todas esas razones cuentan, pero este narrador sostiene que hay una más poderosa: el odio a los venezolanos. Sí, como lo lee, el odio a los venezolanos.

¿QUÉ TE HAN HECHO?. Los autócratas lo son porque, entre otras razones, se sienten exaltados a cumplir un papel estelar en la historia de la humanidad. En el caso de Chávez es evidente su transformación: de ser un militante de la causa que él cree revolucionaria, pasó a ser su representante, una vez que llegó a la Presidencia y más adelante se convirtió en la transustanciación del pueblo, para ser su dueño y su voz. La patología se ha profundizado con las morbideces que han precipitado una mezcla tóxica entre el pueblo, yo, Fidel, yo, Jesús, yo, Bolívar, yo, y Dios, Él.

A los iluminados se les presenta el problema de la disidencia. No la soportan porque, en vez de reconocer sus debilidades y errores, achacan a los disidentes confusión, malas influencias o, en el mejor de los casos, la condición de víctimas de las manipulaciones del “imperio”. Recuérdese cómo comenzó la trifulca entre los medios de comunicación y Chávez. El inicio fue con El Universal y El Nacional, cuando el Caudillo comenzó a enmendarle la plana a los editores; se quejaba de que las noticias que él consideraba fundamentales, no ocupaban los más importantes espacios. De allí, a insultar a Andrés Mata y a Miguel Henrique Otero, más adelante a Marcel Granier, Guillermo Zuloaga y a Nelson Mezerhane, a Gustavo Cisneros y a Omar Camero, no hubo sino un paso; sin dejar de mencionar a Teodoro Petkoff, con quien Chávez no se mete directamente, pero sí sus lugartenientes, especialmente los tenientes.

Así ha ocurrido con sectores importantes de venezolanos a los que Chávez desprecia porque se le oponen. Cuando les dice “apátridas” se revela algo más grave que un insulto: es la convicción de que pertenecen a otra patria o no pertenecen a esta; no son compatriotas sino extraños, foráneos; diferentes hasta la náusea. Con ellos, no tiene nada en común; ante todo, los odia.

En la medida en que la oposición ha crecido y los sectores democráticos se han robustecido con las defecciones progresivas del chavismo de base y del de arriba, el número de venezolanos “apátridas” manipulados por burgueses e imperialistas se ha incrementado hasta convertirse en mayoría, de acuerdo con las cifras de las elecciones parlamentarias. 

Si se observa, se verá que el Presidente de la República de Venezuela es agente activo del odio hacia una porción inmensa de seres humanos a los que considera enemigos; a unos porque los tiene como agentes conscientes del “imperio”, y a otros porque sus valores y cultura les habrían permitido ser manipulados por la burguesía. El resultado es que, como todos los autócratas que pierden apoyo, lejos de verse en el espejo, inician el largo recorrido de su aislamiento. El verdadero y final pensamiento es “estos venezolanos imbéciles no me merecen”. 

A otro megalómano le ocurrió idéntico en Alemania entre 1944 y 1945.

VENEZUELA REDUCIDA. La Venezuela con la que Chávez se identifica es cada vez más pequeña porque quienes se le oponen son cada vez más, en más amplios espacios del territorio nacional. El hombre no quiere a los caraqueños ni a los zulianos, tampoco a los de Carabobo ni a los de Lara, ahora tampoco a los de Anzoátegui ni a los de Monagas, menos a los mirandinos o tachirenses… Véase cómo las referencias del personaje son cada instante más reducidas. Para él Venezuela es sólo un pedazo del llano entre Barinas y Apure, donde vivió sus primeras felicidades y traumas, la única música que existe es la llanera, los únicos personajes venezolanos memorables, fuera del Bolívar que ha construido a la medida, son sus parientes, entre quienes destaca Maisanta.

Adviértase un detalle. Mientras se mantuvo la democracia, era posible ver caravanas presidenciales que iban y venían en Caracas. Luis Herrera asistía a eventos culturales los domingos; a J. Lusinchi se le podía ver ocasionalmente en un restaurante; Carlos A. Pérez y R. Caldera concurrían a eventos de diverso orden; todos eran parte del tejido social. Chávez no. Su paranoia le impide surcar de día las calles caraqueñas; su desprecio sólo le permite adorar un llano mítico, el de las soledades, y unas instalaciones militares nocturnas que cada vez más le son ajenas. Chávez es un fantasma en Caracas y en las demás ciudades, salvo en los tinglados tomados por la seguridad cubana y la Casa Militar. El pueblo de Venezuela sólo ve a un Chávez de pantalla, pero lo más grave es que el propio Chávez sólo ve a una Venezuela cada vez más encogida, la que cabe en los artificios que le montan. Desde hace tiempo no se atreve ni siquiera a un cara-a-cara con los periodistas venezolanos.

ODIAR. Muy peligroso es el odio del Caudillo hacia el país que lo abandona. Esto no quiere decir que no tenga apoyo; lo que significa es que muchos que estaban ya no están de su lado y los odia con más fuerza que a los originales “escuálidos”. Con este panorama, no le importará mucho lo que le ocurra al pueblo que no fue capaz de merecer a un benefactor de la talla suya; que no supo entender después de tanto esfuerzo lo que significaba su revolución. Refugiado en su bunker, regaña a sus generales que no supieron ganar la guerra, mientras el Ejército Rojo avanza sobre Berlín.

Fue publicado el domingo, marzo 25, 2012 a las: 8:42 am y se encuentra en la categoria opinión.

Twitter @carlosblancog

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