¿Por qué el Presidente se trata su padecimiento en Cuba? Las
respuestas parecen obvias, pero no lo son tanto.
Una respuesta es la debilidad terminal que siente por los
Castro, en particular por Fidel. Allí funciona una devoción que ha sido
documentada en discursos, regalos, intercambios y amapuches. La consigna que
tiene la campaña de Hipólito Mejías en República Dominicana, “¡llegó papá!”, es
asimilable al grito de júbilo que profiere el Comandante cuando se encuentra
con su barbado mentor de quien ha confesado sentirse como hijo.
Otra respuesta es la de la seguridad. Ya se ha reportado el
miedillo que posee al hombre. Hasta que apareció la dolencia los magnicidios
que solía anunciar, dan cuenta de sus sustos; es de suponer que es más segura
para la nomenclatura una isla-cárcel que un país en el que los respondones
tienen más resquicios.
Una respuesta adicional es la del secreto. Los autócratas, más
aun si son ajenos a cualquier escrúpulo, sienten una pasión irreflexiva por el
secreto. En sus laboratorios se cocinan desastres, maldiciones, crímenes que no
pueden revelarse sin pagar altísimos costos. En este caso, la incidencia de la
enfermedad en la salud política de Venezuela y de Cuba, los obliga más al
secreto, no tanto por los opositores venezolanos sino por la cúpula chavista
que tiene a sus integrantes en la línea de partida, ansiosos y sudorosos, a la
espera de la arrancada para despedazarse entre ellos por la antorcha de la
sucesión.
Todas esas razones cuentan, pero este narrador sostiene que hay
una más poderosa: el odio a los venezolanos. Sí, como lo lee, el odio a los
venezolanos.
¿QUÉ TE HAN HECHO?. Los autócratas lo son porque, entre otras
razones, se sienten exaltados a cumplir un papel estelar en la historia de la
humanidad. En el caso de Chávez es evidente su transformación: de ser un
militante de la causa que él cree revolucionaria, pasó a ser su representante,
una vez que llegó a la Presidencia y más adelante se convirtió en la
transustanciación del pueblo, para ser su dueño y su voz. La patología se ha
profundizado con las morbideces que han precipitado una mezcla tóxica entre el
pueblo, yo, Fidel, yo, Jesús, yo, Bolívar, yo, y Dios, Él.
A los iluminados se les presenta el problema de la disidencia.
No la soportan porque, en vez de reconocer sus debilidades y errores, achacan a
los disidentes confusión, malas influencias o, en el mejor de los casos, la
condición de víctimas de las manipulaciones del “imperio”. Recuérdese cómo
comenzó la trifulca entre los medios de comunicación y Chávez. El inicio fue
con El Universal y El Nacional, cuando el Caudillo comenzó a enmendarle la
plana a los editores; se quejaba de que las noticias que él consideraba
fundamentales, no ocupaban los más importantes espacios. De allí, a insultar a
Andrés Mata y a Miguel Henrique Otero, más adelante a Marcel Granier, Guillermo
Zuloaga y a Nelson Mezerhane, a Gustavo Cisneros y a Omar Camero, no hubo sino
un paso; sin dejar de mencionar a Teodoro Petkoff, con quien Chávez no se mete
directamente, pero sí sus lugartenientes, especialmente los tenientes.
Así ha ocurrido con sectores importantes de venezolanos a los
que Chávez desprecia porque se le oponen. Cuando les dice “apátridas” se revela
algo más grave que un insulto: es la convicción de que pertenecen a otra patria
o no pertenecen a esta; no son compatriotas sino extraños, foráneos; diferentes
hasta la náusea. Con ellos, no tiene nada en común; ante todo, los odia.
En la medida en que la oposición ha crecido y los sectores
democráticos se han robustecido con las defecciones progresivas del chavismo de
base y del de arriba, el número de venezolanos “apátridas” manipulados por burgueses
e imperialistas se ha incrementado hasta convertirse en mayoría, de acuerdo con
las cifras de las elecciones parlamentarias.
Si se observa, se verá que el
Presidente de la República de Venezuela es agente activo del odio hacia una
porción inmensa de seres humanos a los que considera enemigos; a unos porque
los tiene como agentes conscientes del “imperio”, y a otros porque sus valores
y cultura les habrían permitido ser manipulados por la burguesía. El resultado
es que, como todos los autócratas que pierden apoyo, lejos de verse en el
espejo, inician el largo recorrido de su aislamiento. El verdadero y final
pensamiento es “estos venezolanos imbéciles no me merecen”.
A otro megalómano
le ocurrió idéntico en Alemania entre 1944 y 1945.
VENEZUELA REDUCIDA. La Venezuela con la que Chávez se identifica
es cada vez más pequeña porque quienes se le oponen son cada vez más, en más
amplios espacios del territorio nacional. El hombre no quiere a los caraqueños
ni a los zulianos, tampoco a los de Carabobo ni a los de Lara, ahora tampoco a
los de Anzoátegui ni a los de Monagas, menos a los mirandinos o tachirenses…
Véase cómo las referencias del personaje son cada instante más reducidas. Para
él Venezuela es sólo un pedazo del llano entre Barinas y Apure, donde vivió sus
primeras felicidades y traumas, la única música que existe es la llanera, los
únicos personajes venezolanos memorables, fuera del Bolívar que ha construido a
la medida, son sus parientes, entre quienes destaca Maisanta.
Adviértase un detalle. Mientras se mantuvo la democracia, era
posible ver caravanas presidenciales que iban y venían en Caracas. Luis Herrera
asistía a eventos culturales los domingos; a J. Lusinchi se le podía ver
ocasionalmente en un restaurante; Carlos A. Pérez y R. Caldera concurrían a
eventos de diverso orden; todos eran parte del tejido social. Chávez no. Su
paranoia le impide surcar de día las calles caraqueñas; su desprecio sólo le
permite adorar un llano mítico, el de las soledades, y unas instalaciones
militares nocturnas que cada vez más le son ajenas. Chávez es un fantasma en
Caracas y en las demás ciudades, salvo en los tinglados tomados por la
seguridad cubana y la Casa Militar. El pueblo de Venezuela sólo ve a un Chávez
de pantalla, pero lo más grave es que el propio Chávez sólo ve a una Venezuela
cada vez más encogida, la que cabe en los artificios que le montan. Desde hace
tiempo no se atreve ni siquiera a un cara-a-cara con los periodistas
venezolanos.
ODIAR. Muy peligroso es el odio del Caudillo hacia el país que
lo abandona. Esto no quiere decir que no tenga apoyo; lo que significa es que
muchos que estaban ya no están de su lado y los odia con más fuerza que a los
originales “escuálidos”. Con este panorama, no le importará mucho lo que le
ocurra al pueblo que no fue capaz de merecer a un benefactor de la talla suya;
que no supo entender después de tanto esfuerzo lo que significaba su
revolución. Refugiado en su bunker, regaña a sus generales que no supieron
ganar la guerra, mientras el Ejército Rojo avanza sobre Berlín.
Fue publicado el domingo, marzo 25, 2012 a las: 8:42 am y se
encuentra en la categoria opinión.
Twitter @carlosblancog
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