martes, 7 de febrero de 2012

MIGUEL ÁNGEL BASTENIER: LO QUE VOTA VENEZUELA (FUENTE EL PAIS DE ESPAÑA)

El domingo se elige mediante primarias el candidato unitario de la oposición, que se enfrentará el 7 de octubre a Hugo Chávez en las presidenciales. El líder bolivariano ha conseguido que sucesivas elecciones desde 1998 se convirtieran en auténticos plebiscitos sobre su persona, aunque al precio de ahondar la división del país en dos Venezuelas, de las que la suya, la más coloreada, le ha mantenido hasta hoy en el poder.

Los aspirantes con mayor seguimiento son dos hombres, Henrique Capriles y Pablo Pérez, y, aunque muy distante en las encuestas, una mujer, dama en realidad, María Corina Machado. Los tres pertenecen a la Venezuela acomodada, y Machado sería la candidata soñada por Chávez, católica conservadora de 42 años, quien a ojos del presidente —la llama “la burguesita”— representa todo lo que aborrecen sus votantes.

Capriles, al que se da como favorito, de 39 años, tiene el gran mérito de haber derrotado en las elecciones a gobernador del Estado de Miranda a Diosdado Cabello, que muchos ven como sucesor de un Chávez visiblemente minado por la enfermedad, y querría ser la versión algo reblandecida del brasileño Lula.

Pérez, más pueblo que los anteriores, es un seudo-Chávez de la derecha, gobernador de Zulia, donde la oposición siempre ha obtenido sus mejores resultados.

La cita de octubre, lejos de perfilarse como una contienda ideologizada —democracia occidental contra socialismo del siglo XXI— se decidirá de acuerdo con baremos mucho más terrenales.

El inventor del chavismo argumentará que ha vencido al cáncer, y que su victoria ha sido un sacrificio más por la revolución; pero su campaña de fondo se basará en que ha habido una mejoría real del nivel de vida de los menos favorecidos, sufragada por la formidable renta petrolera. Quienquiera que gane las primarias subrayará, a su vez, la erosión de las libertades, la corrupción del poder, y el desfallecimiento moral de la sociedad, pero el gran argumento será otro: que no se puede salir a la calle, especialmente en Caracas, sin jugarse la vida. En abril de 2011, el Gobierno anunció la creación de la Gran Misión Vivienda Venezuela, que aspira a construir dos millones de apartamentos en siete años, de los que casi 150.000 deberían estar listos para los comicios; ha habido un aumento del presupuesto para este año de un 45%, en su práctica totalidad para gasto social; y una última iniciativa, Misión Amor Mayor, en mejor procura de la tercera edad. Todo ello, junto a la congelación de los precios de 18 productos de primera necesidad, va mucho más allá del puro asistencialismo, y asiste a Chávez con el voto cautivo de, cuando menos, un 40% de venezolanos: una ciudadanía que come mejor, tiene medicina gratuita, y hasta puede guardar algo para esparcimiento, al tiempo que es solo relativamente sensible a la erosión de unas libertades de las que nunca hizo extraordinario uso.

LA OPOSICIÓN BASARÁ SUS BAZAS EN LA INSEGURIDAD QUE VIVE EL PAÍS

Todos los sondeos ratifican, sin embargo, que la mayor preocupación nacional, a derecha e izquierda, es el incontenible desparrame de la violencia.

En 2011 la capital venezolana fue la segunda ciudad más peligrosa de América Latina tras la mexicana Ciudad Juárez; en 2009, Caracas sufrió una tasa de más de 130 homicidios por 100.000 habitantes —que en 2011 ya se aproximaba a 200— cuando la media venezolana es de 65, y la de todo el continente iberoamericano, 27.

La policía ha dejado de dar información sistemática sobre esa hecatombe, pero fuentes independientes hablan de 17.000 muertes violentas en 2010 para menos de 30 millones de venezolanos, lo que hace del sicariato, el asesinato por encargo, la industria de mayor crecimiento en el país. Comienzan por esa razón a surgir patrullas de vigilantes en los barrios para suplir a la inoperante fuerza pública. El propio ministro del Interior, Tarek el Aissami, reconoció que del 15% al 20% de delitos los cometía la policía. Y contra todo ello se creó en 2009 un cuerpo policial bolivariano, del que dijo Chávez que no se dedicaría a proteger a la burguesía, pero a la vista de las cifras parece que el crimen no pregunta a sus víctimas su condición social.

Cabría, provisionalmente, concluir que la política de inclusión chavista ha perturbado más que apaciguado las tensiones sociales, o que, al haber empoderado a segmentos de sociedad históricamente marginados, ha roto un equilibrio anterior, por precario que fuera. Sobre ese fracaso del chavismo se votará también el 7 de octubre.


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