Es, al fin de cuentas, la batalla entre las ventajas progresistas de la meritocracia, y las desventajas de la ‘vagocracia’ socialista.
Nada más y nada menos.Si existe alguna premisa perversa en las diversas
modalidades socialistas, desde la ultrosa y comunista dictadura del
proletariado hasta el blandengue y contradictorio socialismo democrático, es
esa manía compulsiva de imponer un rasero homogéneo para todos y ‘por abajo’,
por lo elemental de la condición social y humana, una manía que va a contrapelo
de lo que proponen, porque al pretender igualarnos por nuestras carencias y
privaciones y no por nuestras capacidades y desempeños, el ‘ras’ se vuelve
espejismo y se condena a la sociedad a una sed improductiva, pues castra la
capacidad creativa del individuo, mientras se le somete a las dádivas de un
Gobierno todopoderoso y paternalista, incapaz y sobredimensionado, temeroso de
la libertad individual, así como de la propiedad privada, la competencia en
igualdad de oportunidades y de su consecuente subproducto: La meritocracia.
En Venezuela, el concepto meritocracia fue asociado
inicialmente a la industria petrolera internacional y en consecuencia, a los
primeros 30 años de gestión administrativa y operativa de la industria
petrolera venezolana, nacionalizada durante el primer gobierno de Carlos Andrés
Pérez, que fue heredera de unos procesos administrativos (entre los que destacó
la meritocracia) que condujeron a PDVSA a ser una de las tres primeras empresas
de hidrocarburos y la quinta corporación más productiva en el mundo. Pero
contrario al saber popular en Venezuela, el concepto no es nuevo ni petrolero:
La palabra meritocracia aparece por primera vez en el libro The Rise of the
Meritocracy (1870-2033): An Essay on Education and Equality (1958) de Michael
Young, pero conceptualmente tiene un origen más remoto, pues los primeros
indicios de este mecanismo se remontan a la antigua China, a Confucio y Han
Fei, que fueron dos pensadores que propusieron un sistema próximo al
meritocrático, y también a Napoleón Bonaparte quien lo aplicó en sus gestiones
militares, adaptándolo de sus lecturas de La República ideal de Platón.
¿Por qué ‘la meritocracia’ es atacada y extirpada como
fórmula de gestión administrativa y operativa en los gobiernos socialistas? Por
una simple y cruel razón: Meritocracia (vocablo de raíz latina mereo, merecer,
obtener) es un sistema de gobierno basado en la habilidad (mérito) en vez de la
riqueza o la posición política. En este contexto, "mérito" significa
básicamente inteligencia, esfuerzo y por ello es una fórmula de gobierno basada
en las cualidades, las experticias y las competencias de los individuos, para
que las posiciones jerárquicas sean conquistadas con base a la cualidad del
aspirante y en función de ciertos valores asociados a la capacidad individual y
el espíritu competitivo, como la excelencia.
La práctica meritocrática molesta al socialista ramplón e
ineficiente (disculpen el pleonasmo) porque ella presupone el contraste de las
cualidades individuales para el acceso a determinado nivel de jerarquía
operativa. Ese contraste, realizado en igualdad de oportunidades y en
equivalencia de escenarios suele ser identificado por los socialistas como un
acto discriminatorio... ¡Y tienen razón! La meritocracia discrimina las
aptitudes, las experticias y las competencias entre los postulantes para
seleccionar entre ellos al que posea el mayor caudal de cualidades asociadas a
la ejecución de las funciones que habrá de desempeñar, funciones éstas que
están igualmente asociadas al reto de alcanzar metas -y superarlas- dentro de un lapso y con los
instrumentos necesarios.
En el rocambolérico “Socialismo del Siglo XXI” del
Teniente coronel Chávez -un galimatías
conceptual intragable y filosóficamente inexplicable- no hay cabida para el
término meritocracia, un sistema que fomenta la promoción individual en función
del mérito. El mismo Chávez se ha encargado de evidenciar la carencia
meritocrática de su gestión política y administrativa al designar a no más de
una veintena de sus más obsecuentes seguidores para el ejercicio de cientos de
funciones administrativas y de gobierno para las que ninguno de ellos ha podido
exhibir talentos, experticias ni competencias, y el resultado ha sido el mismo:
Un desastre operativo y administrativo.
La excusa que promueven los socialistas para justificar
su desapego a la meritocracia es que, de acuerdo a sus criterios, tal método
fomenta la desigualdad de oportunidades y las discriminaciones. Lo afirman
sosteniéndose, no en argumentos sólidos o en experticias propias (lo que sería
esencialmente ‘meritocrático’) sino que sus argumentos se basan en el desdecir
de quien acuñó el término, el sociólogo británico Michael Young, quien abjuró
de su concepto en una carta divulgada por internet y dirigida al entonces
Primer ministro de Gran Bretaña, Tony Blair. En la comunicación (sustrato conceptual
de los socialistas para denostar de las virtudes de la meritocracia) Young hace
afirmaciones que son más ‘justificaciones’ que ‘demostraciones’ en contra. Pero
el mismo Young entra en contradicción consigo mismo en ese texto cuando afirma:
“Mi argumentación se basaba en un análisis histórico
indiscutible de lo que había estado sucediendo a la sociedad durante más de un
siglo antes de 1958, y más marcadamente desde la década de los 1870, cuando la
escolarización se hizo obligatoria y el acceso a la administración pública se
convirtió en algo competitivo por norma” [1].
Para luego desdecirse así, tres párrafos más adelante:
“Una revolución social silenciosa se ha realizado en las
escuelas y universidades que se han orientado a la labor de cribar a los jóvenes
de acuerdo con los valores educacionales"[2].
El escenario político que se evidencia actualmente en
Venezuela no es únicamente el enfrentamiento personal entre un abotargado y
enfermizo Chávez, perverso representante las depravaciones y los desenfrenos
del socialismo totalitario y personalista, frente a un joven y vital Capriles
Radonski, que simboliza el resurgir de las fuerzas democráticas. Más allá del
contraste personal y hasta físico entre ambos personajes, contraste intuito
personae que conviene al estilo pugnaz y envalentonado del Teniente coronel, la
verdadera batalla se plantea en el escenario ideológico. Entre el fracasado
modelo socialista que depreda cuanto halla y nada edifica, frente al modelo
progresista que convoca a la construcción de una sociedad donde impere la
libertad individual, así como de la propiedad privada y la competencia en
igualdad de oportunidades. Es la colisión entre una propuesta social que
subsume a los ciudadanos a las migajas que le lanza un Gobierno milmillonario bajo
el formato de una ‘misiones’, frente a un estilo de gobierno que sin desamparar
a los que menos tienen, les ofrezca el acceso a unas oportunidades de
crecimiento y progreso individual sustentado en habilidades, competencias y
experticias, y en el acceso al conocimiento y el fomento del progreso
individual, apalancándoles con un empuje inicial y una ‘promoción-semilla’,
sustrato financiero y social para el crecimiento de la sociedad desde lo
individual. Es, al fin de cuentas, la batalla entre las ventajas progresistas
de la meritocracia, y las desventajas de la ‘vagocracia’ socialista. Nada más y
nada menos.
andresmorenoarreche@gmail.com
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