La situación que nuevamente se plantea con Brasil nos mueve a llevar adelante algunas reflexiones. No es nuestra intención desarrollar aquí la política llevada a cabo con el gigante vecino en materia comercial en un grado de detalle que entendemos no vale la pena.
Iremos a los trazos gruesos para, como decimos, reflexionar respecto de las consecuencias.
Comencemos por decir que la cuestión del déficit o el superávit comercial externo suele ser vista desde una óptica puramente mercantilista entre nosotros. Se supone que su existe superávit, es decir, si exportamos más de lo que importamos, eso es mejor para el país. Este pensamiento se basa en el hecho de que, como el Estado adquiere las divisas que obligatoriamente los exportadores deben venderle, y también vende a los importadores las que éstos necesitan para adquirir sus productos en el exterior, la diferencia aumenta las reservas del Banco Central y mejora la situación general de la economía.
Sin embargo, si la compra de divisas por exportaciones se adquiere con emisión de moneda y la venta de ellas para las importaciones retira moneda de circulación, el efecto neto puede resultar (y así ocurre) inflacionario. Más allá de que las disposiciones que obligan a comprar y a vender las divisas deberían ser puestas de una buena vez en discusión, lo cierto es que si las divisas no son adquiridas con superávit fiscal, están inyectándose pesos frescos al mercado, que como se sabe el Estado intenta esterilizar mediante la colocación de bonos (Lebacs y Nobacs), con lo cual dicho sea de paso incrementa el endeudamiento. En estos momentos la emisión de bonos del Banco Central está en el orden de los 20.000 millones de dólares. A ello se suma la entrega de reservas para el pago de intereses de la deuda externa, que es cubierta, por así decirlo, con títulos del tesoro. Cada salida de dólares con ese fin es reemplazada por un bono.
Como además durante varios años la política monetaria fue la de mantener un tipo de cambio elevado artificialmente, el impulso inflacionario generado por la compra de excedentes de divisas mediante emisión es el único resultado posible. Muchas veces lo hemos señalado.
En este punto, la moneda norteamericana está siendo ajustada en mucha menor medida que la inflación real. Ello se debe a que una vez desatada la espiral inflacionaria, y con una emisión cercana al 35% anual por diversos motivos adicionales, resulta indispensable retrasar el tipo de cambio para no provocar una inflación aún mayor.
Bien, el retraso cambiario es elocuente en estas horas. Por eso aumenta la compra de divisas para diversos fines (viajes al exterior, ahorro fuera del sistema, importaciones, etc.)
Entonces el Estado pretende desalentar esa adquisición adicional de moneda extranjera aplicando todo tipo de restricciones. El mecanismo es de todos conocido: exigencias absurdas para adquirir dólares en casas de cambio (datos personales, origen de los fondos, destino de la moneda adquirida, etc.), trabas de diversa índole a las importaciones (listas de productos admitidos, licencias no automáticas, necesidad de pedir permiso, o de exportar tantos dólares como los que se importan, etc.)
Este tipo de política genera varias consecuencias. La primera de las cuales es la aparición de un mercado cambiario paralelo, donde el dólar y demás monedas son más caros que en el oficial. Se crean problemas tales como la falta de repuestos para automóviles o electrodomésticos, falta de competencia con productos de mejor calidad, etc. Todo ello deteriora la calidad de vida, encarece los precios de la producción local, obliga a gastar dinero en la adquisición de nuevos electrodomésticos porque los viejos no pueden repararse, etc.
Y a todo esto se llega con las trabas mencionadas y por una única razón: porque el actual gobierno cree, como la mayoría de las personas, que es necesario mantener un superávit comercial: exportar más de lo que importamos.
¿Qué sentido tiene acumular reservas? Pues para muchos es una especie de reaseguro, de garantía de la solvencia del país. Sin embargo, si acercamos la lupa, podemos ver que el deterioro progresivo de la calidad de vida que estamos mencionando se acelera y contribuye al encarecimiento del mercado local, a la desmejora de la ya de por sí baja eficiencia, a la pérdida de productividad y demás males que son la consecuencia de las dificultades de lo que ciertos economistas han definido como "vivir con lo nuestro".
Pero resulta que esas reservas se acumulan esencialmente con emisión de moneda, de donde surge claramente que la moneda local es el pasivo del Banco Central, cuyo activo es la posesión de divisas. Cada vez que esas reservas se utilizan para pagos tales como los servicios de la deuda externa está dejándose "colgado" al pasivo en pesos, alentando la pérdida de valor de la moneda local.
¿Y qué ocurre si el país no tiene superávit comercial? Pues simplemente que se importan más bienes y servicios, se convierten los billetes de dólar que no se acumulan en el Banco Central, en bienes económicos, por así decirlo.
Es decir que se genera una mayor actividad económica. Que es lo mismo que ocurre cuando cada uno de nosotros teniendo capacidad de ahorro decide gastar su dinero, acelerando la demanda.
La vieja definición de compraventa mercantil tiene su sentido en el comercio exterior. Lucrar con la enajenación es el sentido del comercio. La movilidad económica se produce cuando el dinero se usa. Cuando los dólares se guardan en el colchón, en verdad lo que ocurre es que se está financiando al Tesoro de los EEUU de manera gratuita.
En definitiva cuanto más superávit comercial tiene el país, si se adquieren las divisas mediante la emisión de moneda, más pasivo monetario se tiene (pasivo que puede ser en pesos, en dólares, en bonos).
Volvamos entonces a la relación con Brasil. El volumen anual de exportaciones a ese país supera los 14.000 millones de dólares. Las importaciones alcanzan cifras en torno de los 18.000 millones. Estas cifras son aproximadas y corresponden al período anterior.
Lo cierto es que la situación con el país vecino es de déficit comercial y lo es desde hace varios años. Ello así pese a que la moneda brasileña se encuentra absolutamente revalorizada con respecto del dólar. Para que se tenga una idea cuando hace algunos años el dólar estaba entre nosotros en torno de los 3 pesos, en Brasil se cotizaba en 3 reales. Actualmente esos valores son 4,11 pesos en nuestro país, y apenas 1,60 reales en nuestro socio comercial del Mercosur.
Esto significa que para poder vender cada vez más bienes y servicios a la Argentina, el gigante vecino ha tenido que desarrollar de manera notable su capacidad productiva y su eficiencia. Y también es muy posible que nuestra ineficiencia contribuya, cosa que efectivamente ocurre.
Se ha dado el caso de que Brasil terminara importando trigo de los EEUU, para citar un ejemplo que viene a nuestra memoria. Ello en virtud de la baja de la producción local y las trabas a las exportaciones.
Ahora bien, cuando desde la Secretaría de Comercio o desde algunos ministerios se elaboran listas limitativas de las importaciones brasileñas se producen varios efectos nocivos como los que hemos señalado. Pero además se genera una guerra comercial de consecuencias nefastas para ambas partes. Las trabas argentinas están generando trabas brasileñas (y no sólo brasileñas, recuérdese que todavía no está solucionado el tema del aceite de soja que se exportaba a China). El daño es evidente, tanto para nosotros como para Brasil.
Con toda seguridad se llegará a un acuerdo y la sangre no llegará al río. Pero ¿es necesario pasar por esto? La respuesta es sí, en la medida en que en la Argentina prevalezca la idea mercantilista de que acumular divisas es acumular riqueza y que eso favorece el bienestar general en nuestro país, cuando a todas luces lo que ocurre es lo contrario.
Y unas líneas finales para la eterna cuestión de que las importaciones quitan trabajo a los argentinos. Las importaciones generan competencia de bienes y servicios. Y si se trata de bienes de capital, éstos son destinados a la producción de bienes localmente, lo cual implica trabajo. A su vez la competencia beneficia a los consumidores, que son también los trabajadores. Eso mejora y no empeora sus ingresos.
Es que la economía real está conformada por bienes y servicios, y no por billetes de banco. La riqueza está en tales bienes y en tales servicios. Claro, esto a su vez debe ser acompañado por una política monetaria acorde. Lo cual implica dejar flotar el tipo de cambio, eliminar la exigencia de vender las divisas el Banco Central y adquirirlas en todo caso únicamente si existe superávit fiscal. Un giro copernicano de mentalidad que difícilmente ocurra en la Argentina actual. Obvio que no esperamos que ocurra, con lo cual el daño seguirá acentuándose, aún si se acuerda con Brasil. Porque el mecanismo elegido afecta al comercio exterior en su conjunto.
Acabamos de leer en un diario que el flamante presidente de la UIA afirmó que algunos sectores están necesitando una devaluación de la moneda. No es nueva la posición del Sr. De Mendiguren. Porque una manera de ser más eficientes es el tipo de cambio alto, viejo axioma del actual gobierno. Y el tipo de cambio alto significa mayor emisión de moneda y por lo tanto mayor inflación. Y menores sueldos en dólares. El perro vuelve a morderse la cola.
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