lunes, 12 de diciembre de 2011

ZENAIR BRITO CABALLERO: ES PERENTORIO QUE RESCATEMOS LA ÉTICA Y LA MORAL PÚBLICA

Expresó hace algún tiempo el escritor mexicano Oscar Diego Bautista, que para gobernar y gobernar bien, es necesaria la máxima capacidad, lealtad y excelencia de quienes deliberan y ocupan los cargos en el Estado. Personas que, además, posean integridad acompañada de un conjunto de valores, hechos,  principios, una filosofía que contenga la idea de bien común, así como un espíritu de servicio. Personas que comprendan que el deber está por encima del poder.
Las anteriores palabras, cobran más vigencia que nunca hoy en Venezuela  y en nuestras ciudades, pues lastimosamente nos hemos convertido en la antítesis de lo que debería ser la administración pública. Solo basta observar los hechos a nuestro alrededor que lamentablemente ya se han vuelto cotidianos: Diputados, Gobernadores, Alcaldes, Ex alcaldes, Concejales, inhabilitados, suspendidos, con procesos judiciales, presos, funcionarios con órdenes de captura. Servidores públicos que alguna vez juraron ante Dios y las autoridades cumplir y hacer cumplir las leyes, pero que terminaron desviándose.
Al mirar estos casos, es inevitable lamentar a lo que puede llegar la condición humana con el fin de obtener poder y riqueza, las dos cosas que más anhelamos tener y que se han convertido en el estereotipo más atractivo para una sociedad venezolana carente de valores que ha consentido con prácticas y comportamientos amorales y delictivas, a las que con su silencio cómplice les ha hecho apología.
En los tiempos de antes, como dirían nuestros padres y abuelos, ser un servidor público, era un honor y cualquiera que cayera en desgracia, para utilizar el mismo lenguaje de los ancestros, se consideraba una afrenta no sólo para la familia, sino para la sociedad, hoy ni siquiera nos inmutamos cuando los funcionarios públicos son cuestionados y exhibidos ante la opinión pública, hoy ser servidor público  es solamente el  medio para obtener un fin, que no es precisamente el bien común sino personal.
El escenario actual, en el que diariamente un nuevo escándalo de corrupción aflora, no es más que la radiografía de una enfermedad que ha hecho metástasis en todo los estamentos públicos venezolanos, pero también privados, que han socavado los pilares de los principios, las buenas costumbres, el sentido del deber, la decencia, la honestidad y por supuesto los de la ética pública.
Sólo de esta manera puede entenderse como se fraccionan contratos, se piden sobornos, se ofrecen recompensas, se favorecen a amigos y familiares con contratos multimillonarios, se amañan licitaciones, se inflan precios, se paralizan las obras, disfrazan objetos contractuales, explotan a los trabajadores bajo las garras infames de las cooperativas, se arrastran para delinquir, se roban ó desvían los dineros de la salud, los de la educación, los impuestos, conductas todas ellas que además de delictivas que le causan un monumental detrimento al Estado, son signos de la decadencia total.
Por todo esto, es perentorio que volvamos a los cimientos, a esos que una vez nos hicieron una Venezuela honorable, donde se reprochaban públicamente a los delincuentes fueran del pelambre ó de la alcurnia, aquellos que enseñaban que los dineros públicos son sagrados.
Es perentorio que rescatemos la ética y la moral pública, y no es un discurso ó posición romanticona ó idealista, es que es la única manera en que no terminemos de perdernos y que dejemos las bases firmes para que las generaciones que se están levantando vean un buen ejemplo a seguir.
La administración pública para que sea una verdadera casa de cristal, debe ser transparente en su servicio con los ciudadanos, pues son ellos precisamente quienes justifican su existencia.
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