“El mundo necesita: hombres que sean sinceros y honrados en lo más íntimo de sus almas; hombres que no teman dar al pecado el nombre que le corresponde; hombres que no se vendan ni se compren; hombres que se mantengan de parte de la Justicia aunque se desplomen los cielos”. Elena de White
El Gobierno ha decidido hacer saber a la ciudadanía que la fiesta que el kirchnerismo viene celebrando desde hace ocho años y medio se ha terminado, y que ha llegado el momento en que hay que pagar su precio.
El relato, sin embargo, impuso una vez más sus condiciones y se produjo el curioso caso en que dos ministros, uno de ellos Vicepresidente electo, sonrieran y festejaran con circunloquios -nada más prohibido en el léxico oficial que la palabra ajuste- el baño de agua helada que anunciaron el miércoles por la tarde.
Tampoco resultó un dato menor descubrir quiénes serán los primeros que, según decidió la Casa Rosada, deberán sacar a relucir sus billeteras. Así, el primer paso del apriete tendrá la debida anestesia, porque nadie podrá estar en desacuerdo con que los, obviamente, más ricos sectores de la Argentina -las grandes empresas, los barrios emblemáticos de la ciudad de Buenos Aires, los country-clubs, etc.- sean los llamados a encabezar la fila de los pagadores.
Sin embargo, la magnitud real de las medidas anunciadas resultará, a ojos vistas, insuficiente -representan sólo un 6% de economía- a la hora de parar la hemorragia que los subsidios, que el proyecto de Presupuesto enviado al Congreso eleva a $75.000 millones para 2012, continúan provocando sobre las pauperizadas arcas públicas.
Ya este módico recorte implicará un impacto cierto -¿tres o cuatro puntos porcentuales?- sobre una inflación tan extremadamente alta como la que padecemos los argentinos y, cuando la tijera oficial amplíe su radio de influencia, el efecto resulta difícil de predecir.
En esta semana, don Guillermo Moreno no solamente actuó según su peculiar modo en el mercado cambiario y en las importaciones de agroquímicos sino que propinó un nuevo cachetazo a una ciudadanía que parece no dispuesta a reaccionar, cualquiera sea el agravio recibido: su Indec nos informó que el dibujo mensual sólo admitía un incremento de 0,6% en la inflación de octubre. ¿Qué hará Patotín a partir de ahora?
Desde esta columna, y desde hace años, he venido sosteniendo la necesidad de dar racionalidad al disparate que, forzado por las circunstancias, el Gobierno debió implementar en los primeros años de este siglo pero que mantuvo, cuando ya no sólo resultaba superfluo sino que llevó a una crisis energética que los argentinos deberemos pagar por generaciones. Es decir, lo mismo que sucedió con la convertibilidad, tan imprescindible para detener la hiperinflación de 1989/1990, que se transformó en una costosísima insensatez a partir de 1998.
Por ello, no puedo menos que aplaudir que, de a poco, se den pasos en el camino correcto, que nos van alejando de la inmoralidad que representa el espectáculo de los más pobres subsidiando a los más ricos que, como se les regalaban el gas, el agua y la luz, cada vez consumían más. ¡Curioso caso de política Hood-Robin en el declamado modelo de inclusión social!
Pero, como el cristi-kirchnerismo siempre debe ser fiel a su esencia, aún las razonables medidas adoptadas contienen una cuota indefinible de arbitrariedad, ya que los borrosos límites concretos de su aplicación quedarán, una vez más, en manos de los funcionarios de turno.
El tema es que, como todos los ajustes -aun cuando se los bautice de otra manera-, éste tiene un enorme efecto contractivo sobre la economía; es decir, el Gobierno se ve obligado a adoptar medidas que enfrían cuando la crisis internacional golpea a las puertas. La ciudadanía deberá dejar de comprar otros bienes para pagar la diferencia en las facturas de los servicios.
Los pueblos que supieron ahorrar en épocas de vacas gordas, hoy pueden enfrentar el tsunami global con políticas expansivas -las mismas que doña Cristina preconizó en Cannes-, mientras que nuestra Presidente, que fue coautora de la dilapidación clientelista que vivimos en los ocho años y medio del imperio K, deberá lidiar desarmada de instrumentos en el período de vacas flacas.
A partir de ahora -recordemos que el próximo mandato de la señora de Kirchner aún no ha comenzado- el descontento y la desilusión empezarán a carcomer el ánimo del 54% que se expresó a favor de su continuidad. Resulta difícil predecir, también en este caso, cómo se expresarán entonces los ciudadanos. ¿Seguirá siendo el Gobierno alto, rubio y de ojos azules?
¿Resucitarán, por ejemplo, las quejas por la corrupción cristi-kirchnerista? ¿Recordaremos a Skanska, a don Ricardo Jaime, a don Schoklender y a doña Hebe de Bonafini, a la droga en los aviones de Southern Winds y de los Juliá, a los fondos de Santa Cruz, al increíble enriquecimiento de nuestros funcionarios, comenzando por la pareja imperial? ¿Le echaremos la culpa del desmadre?
¿Y cómo reaccionará doña Cristina y sus jóvenes adláteres cuando los vientos cambien definitivamente en la opinión pública y ésta se torne por completo adversa? Una pregunta con inimaginable respuesta.
El mismo miércoles, pocas horas después del nuevo acomodamiento tarifario, se produjo otro episodio notable. Pese a la negativa oficial a radarizar las fronteras -medida tan innecesaria, según Anímal Fernández- lo cierto es que a la Argentina llegan miles de aviones cargados de droga, provenientes de Bolivia y Paraguay. Esta vez, lo curioso fue que una avioneta fue secuestrada, y sus pasajeros detenidos, cuando la falta de combustible la obligó a tomar tierra ¡en Pergamino! O sea, pudo volar más de mil, ¡1.000!, kilómetros dentro del país sin ser detectada.
Un último cambio de tema: el voto del ex opositor Alejandro Fargosi en el Consejo de la Magistratura permitió al Gobierno blindarse en un área trascendental en materia de corrupción, ya que obtuvo la designación de cuatro jueces federales en lo Criminal. Sí, esos magistrados que, precisamente, deben investigar las sospechas y las denuncias contra funcionarios.
Para comprender cómo me afectó, a título personal, la borocotización de Fargosi basta con decir que, según él mismo afirmó públicamente al ser electo, una parte importante de su triunfo se debía al apoyo que le había brindado por Internet. No es cierto, pero hice campaña a su favor, convencido de que representaría lealmente a los abogados que creemos que, en la Argentina, con una Justicia seria e independiente, todo será posible y, sin ella, nada lo será.
Debo aclarar que no tengo sospecha alguna acerca de algún trapicheo monetario en esa verdadera traición, pero creo que fue motivada en que se subordinaron intereses superiores -precisamente, los de la República- a meros aspectos políticos y coyunturales, todos ellos mezquinos. El costo que los ciudadanos pagaremos aún resulta de muy complicada dilucidación, pero no dudo que será altísimo.
Los sabios chinos, cuando quieren maldecir a alguien, le desean que viva tiempos interesantes. Tengo la certeza de que los que vendrán lo serán, y mucho.
ega1@avogadro.com.ar
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