Lluevo sobre mojado, pero las cuestiones vertebrales que ha de resolver Venezuela más allá de su circunstancia electoral no pueden ser despachadas sin más. Y apunto, justamente, a lo militar y al militarismo, que siguen pesando como anclaje que nos impide avanzar hacia nuestra madurez democrática como pueblo.
Lo que es peor, doblegados por una fatal visión autoritaria del ejercicio del poder político, que deriva de lo anterior, aceptamos como mal necesario hasta el relajamiento de las normas del Derecho, su modelaje a los caprichos que demanda la primera, y la hipoteca de todos los derechos para todos en beneficio preferente de los áulicos del gendarme quien nos gobierna.
Soy conciente del perverso maridaje histórico que se desarrolla entre las Fuerzas Armadas y el populismo, cuyos epígonos en Hispanoamérica lo representan el peronismo argentino y, a pesar de su poca relevancia, el velasquismo peruano. Los venezolanos no somos ajenos a dicha realidad, así nos llegue hoy matizada, renovada o influida por la antigüalla marxista de los cubanos.
Se trata, como lo afirmo en anterior oportunidad, de un resabio o tropezón dentro de nuestro devenir republicano, que permite su secuestro por los hombres de armas. Éstos, a la par y siguiendo el modelo de Bolívar, asumen la geografía patria como cosa propia y la toman como botín que les pertenece, justificándose en la obra traumática de nuestra Independencia y sobre las cenizas de civilidad que nos aportan nuestros primeros y auténticos progenitores en 1810 y 1811.
De una percepción, incluso mediatizada por obra del proceso de colonización, que nos imagina dignos de una sociedad y de una organización política fundadas sobre las ideas de libertad, de propiedad, de limitación de los poderes del Estado bajo la forma federal, de sujeción de los gobernantes a las reglas de la alternancia y responsabilidad, y que hasta nos da una Carta de Derechos de manera previa a la forja de nuestra primera Constitución, pasamos, en defecto de tal Patria Boba como la califica El Libertador, a la idea de nuestra sumisión fatal como pueblo a la autoridad armada. Y la misma sigue latiendo en el alma nacional a pesar del esfuerzo contrario que despliega la generación estudiantil de 1928, para enterrar la sociología del gendarme necesario y dotarnos de una República Civil entre 1958 y 1998.
No por azar, hacia mayo de 2004, al inaugurar la sede del Comando Regional Nro. 5 de la Guardia Nacional, el dictador le recuerda a sus compañeros militares que después de varias décadas de perderlo readquirían los fueros que nunca debieron
abandonar por obra de los civiles, léase de los políticos; de donde les invita a la tarea de su conservación. Se explica así, igualmente, que el General Rangel Silva, cabeza operacional de las FFAA, afirme que no reconoce una eventual victoria electoral de la oposición, a la que acusa, seguidamente, de querer inhabilitar a los militares para los comicios de 2012. Y cabe, dentro de tal orden de despropósitos, el aumento del 50% de
los salarios de todos los hombres de uniforme que dispone el Comandante en Jefe para comprarles lealtad o acaso para atenuar ante éstos su traición a Venezuela en la cuestión de la Guayana Esequiba.
Pues bien, el dilema en puertas y de cara a las elecciones no es la oferta de construir escuelas o dispensarios médicos, o acaso conservar los “subsidios de la dependencia” que crea el mismo dictador bajo el nombre de Misiones. El parte aguas que cabe asumir de cara a un tiempo nuevo es la vuelta de los soldados a sus tareas institucionales y constitucionales.
Cabe, en suma, purgar el militarismo, que como espíritu anima la tutela que aún pretende ejercer sobre la vida y destino de los venezolanos el dictador, usando a la FFAA y con mengua de la vocación democrática de muchos de sus miembros. La “cosmovisión casera” de la milicia ha de abandonar sus pretensiones de “cosmovisión nacional”, a la que queden atadas todas las partes de la Nación y el futuro de sus habitantes.
La consigna para el reencuentro de Venezuela con sus auténticos orígenes civiles y su encuentro, incluso tardío, con los desafíos democratizadores que plantea la Era de la información en curso, impone entender que no hay libertad responsable ni bienestar duradero bajo el influjo de gobernantes autoritarios, incluso vestidos de paisano.
Urge respetar el descanso eterno de los Próceres y desterrar el sentido épico de nuestro acontecer, para así restarle impulsos al mesianismo y al tráfico de las ilusiones que nos mantiene como pasajeros en el último vagón del ferrocarril de la civilización.
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